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Hans Gadow, ilustre viajero

La mala imagen que el aventurero alemán se llevó de los ovetenses

Mi pasión por los libros de viaje, he de confesarlo, es sobresaliente. De hecho, atesoro numerosa bibliografía de viajeros por España, en la que muchos de ellos han recorrido Asturias, aunque, sobremanera, aprecio los que se detienen en Oviedo y dejan su opinión sobre el estilo de vida en la capital del Principado. Los hay que se limitan a dar una breve descripción sobre sus monumentos, alguno se recrea en conocer hospitales, enfermedades más frecuentes y su tratamiento. Personalmente, disfruto más con los que nos ofrecen variada información costumbrista. Quizás los más representativos sean el ilustre geólogo Joseph Townsend -entre finales de 1786 y comienzos de 1787, realizó un extenso viaje por España-, y George Borrow, el vendedor de biblias.

Hoy nos vamos a referir a otro viajero, no por menos conocido sí tan importante como los anteriores. Estoy refiriéndome a Hans Friedrich Gadow (1855-1928), de origen alemán, nacido en Pomerania. Cursó estudios en Fráncfort, Berlín, Jena y Heidelberg, aunque con los años, tras dicho programa de formación, se trasladará a Inglaterra y adquirirá esta nacionalidad. Destacado ornitólogo, con extensos conocimientos de paleontología, embriología y precursor del ecologismo actual. Ocupó un lugar de honor entre los zoólogos británicos y sus estudios sobre la morfología de los vertebrados marcaron una época.

El "Viaje por el norte de España" (1897) lo hizo en compañía de su mujer. Es de resaltar que viajaron en tienda de campaña con un equipaje bastante especial al que Gadow le exigía ligereza y solidez. Consistía fundamentalmente en cuatro bultos que, en caso de necesidad podían acarrear ellos mismos: una bolsa de correos, una bolsa de lona, una caja de recolección, una cesta con provisiones y utensilios de cocina, un rifle, una kodak, material de dibujo y una sombrilla. Además, para pasar lo más desapercibidos posible, un vestido elegante para que su mujer se lo pusiera en las ciudades que atravesaban. Por cierto, no dejen de leer el segundo capítulo, "Potes, capital de la Liébana", sencillamente delicioso.

A lo que íbamos, si bien he de reseñar que en cuanto a datos tiene muchas lagunas, quizás por no contrastar debidamente las informaciones que recibía. Hans Gadow se detiene en Oviedo, cuya fecha de origen, afirma, se desconoce, y era el Asturum lucus u Ovetum de los romanos. Nos cuenta que durante el siglo IX fue la residencia de los reyes de España. Sin duda, esta ciudad, de entre treinta y cuarenta mil habitantes, es un importante centro religioso y cultural, en el que la actividad universitaria ha fomentado el desarrollo del comercio y la industria.

Reclaman su atención las adoquinadas calles, en las que un reguero corre por su mitad y que, con ayuda de la lluvia, abundante por estos lares, mantiene el lugar tolerablemente limpio. Asimismo, le impresiona el gran número de palacetes, en su mayoría eclesiásticos que contempla. Le parece admirable la catedral gótica, ricamente decorada, quizás con excesivos dorados; menciona que su interior alberga la "cruz santísima", sin precisar si se trata de la Cruz de los Ángeles o la Cruz de la Victoria, además de las tumbas de muchos reyes.

Qué curiosos los dos carteles que observa, bien a la vista, en la puerta principal, en los que se puede leer: "Se prohíbe entrar con madreñas" y "Se ruega a los fieles no escupan en este santo templo".

Lo cierto es que no dejan en muy buen lugar las costumbres ovetenses de finales del XIX.

Da un paseo por el impresionante edificio de la Universidad y su memorable claustro; esta alberga la Facultad de Derecho y el museo de historia natural, el cual deja mucho que desear. Cuando le sugiere al portero que el museo debía de presentar un aspecto mucho más atractivo, le respondió agriamente; a nadie se obliga a visitarlo y a mí, lo único que me interesa son las dos pesetas diarias que me pagan.

Dice no sentirse especialmente atraído por los habitantes de Oviedo, codiciosos y maleducados; cuando entrábamos en una tienda de ultramarinos, fotografía, mercería o papelería, nos recibían con desconfianza, guiñaban un ojo a uno de sus compañeros y hacían lo posible para vendernos el peor producto a un precio abusivo. En el café más importante de la ciudad les sirvieron agua helada con un limón podrido, tras un tenso tira y afloja lograron que lo cambiasen por un café, eso sí, sin pedir disculpas. Queda avisado quien tenga intención de visitar Oviedo de que no debe alojarse en el Hotel de París; nuevo, situado en la calle principal, propiedad de una familia francesa, no aguantamos en él más de media hora, matiza.

No es de extrañar que todos estos detalles les hubieran dejado un mal concepto de sus gentes, aunque precisa que no es esta la impresión que le deja a uno la gente en España. Total, que no salimos muy bien parados.

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