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Jonathan Mallada Álvarez

Crítica / Música

Jonathan Mallada Álvarez

Música para calmar el alma

Oviedo Filarmonía y Lucas Macías mantienen su idilio y su evolución con un programa complejo

El concierto del pasado sábado aglutinó todos los ingredientes posibles para cosechar un éxito contundente. Y, en efecto, así fue. A la vuelta de la Oviedo Filarmonía (y de su director titular, Lucas Macías) a los “Conciertos del Auditorio”, se sumaban dos solistas de excepción como el violista Amihai Grosz y el violinista Michael Barenboim, contratado este último hace un par de años en una temporada interrumpida a consecuencia de la pandemia. Además, un programa atractivo formado por dos célebres obras de Mozart y Beethoven para terminar de redondear la velada musical. Pero la OFIL conquistó no solo por el nivel musical, sino también por la sensibilidad y calidad humana demostradas al brindar un emotivo recuerdo a Francisco González Álvarez-Buylla y un respetuoso acto de solidaridad a la ausente violonchelista ucraniana Svetlana Manakova.

La “Sinfonía concertante para violín y viola en Mi bemol mayor, K. 364” de Mozart mostró un color muy atractivo, con una cuerda (bien comandada por el concertino Jesús Reina) especialmente cálida y aterciopelada. Lucas Macías supo encontrar el equilibrio en su formación y manejar con habilidad los tempi, arropando a los solistas y soldándose con precisión a cada uno de sus pasajes. El protagonismo compartido por Barenboim y Grosz dejó momentos de brillantez, como la cadenza del “allegro maestoso”, donde ambos exhibieron su extraordinario nivel técnico y una fraternal complicidad.

En el segundo movimiento, la orquesta se meció bajo la batuta del director onubense para aportar ese intimismo y esa profunda expresividad que respira el Andante mozartiano. La multiplicidad de volúmenes contribuyó enormemente a redondear la interpretación de este número. El presto final, especialmente vivo y jovial, estuvo bien cuidado por cada una de las secciones de la OFIL y bien afrontado por los dos solistas, con una afinación impoluta y una envidiable compenetración.

Para cerrar su participación en el concierto, Barenboim y Grosz interpretaron “Idylle”, de Charles Koechlin, una deliciosa propina que el público ovetense agradeció con sonoros aplausos.

La segunda obra que se ponía en liza era la “Sinfonía número cinco en do menor, op. 67” de Beethoven, una de las páginas más célebres de toda la historia de la música. Ya con una orquesta más nutrida, Macías abordó el “Allegro con brio” inicial con un sonido poderoso y optando por un tempo algo acelerado que huyó del tenso dramatismo intrínseco de este movimiento, pero que no ayudó del todo a los metales, con unas trompetas naturales que apuraron al máximo los fraseos y confirieron un sabor muy particular por su timbre especial.

No obstante, los resultados fueron excelentes. En el “andante con moto” primaron el lirismo y la sonoridad, con una orquesta mucho más cómoda y unas inteligentes gradaciones dinámicas seguidas al unísono por la orquesta. Bien balanceados en el enérgico y vibrante “Scherzo”, rubricarían la velada musical con el majestuoso y espléndido “Allegro final”, donde se impuso el sonido compacto de la OFIL.

En definitiva, un concierto de gran nivel, con dos reconocidos solistas del panorama musical actual, un programa atractivo y, principalmente, una sintonía muy especial entre la orquesta y el director que van evolucionando juntos a pasos agigantados. Esperemos que el maestro onubense pueda seguir al frente de la OFIL unas cuantas temporadas más.

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