Crítica / Música

Achúcarro, genio y figura

El veterano pianista exhibe un nivel sobresaliente a su paso por Oviedo

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

Un buen ejemplo de lo que supone la ciudad de Oviedo para el piano (extensible a la música clásica en su multiplicidad de formas y géneros) han sido los dos últimos recitales de las Jornadas de Piano "Luis G. Iberni". Si hace poco más de una semana deslumbraba en su aparición en la capital del Principado la joven promesa canadiense Bruce Liu (de tan sólo 26 años), el pasado miércoles fue un tal Joaquín Achúcarro quien dejó pasmado al Auditorio Príncipe Felipe. De esta forma se evidencia el equilibrio que presenta el ciclo entre juventud y experiencia, entre una apuesta hacia las figuras destacadas del panorama internacional y los talentos de nuestro país.

Seguramente más de uno fue al recital pensando en homenajear la brillante trayectoria de Achúcarro más que en el nivel que pudiera demostrar. Sin embargo, el veterano pianista bilbaíno (con 91 años cumplidos), goza de una vitalidad y de un estado de forma admirable que le permitió enfrentar con muchas garantías un programa de notable exigencia. Las "Variaciones sobre un tema de Schumann" y los "Intermezzos números 1 y 2" del op. 118 de Brahms estuvieron bien ejecutados. Pese a algún ligero desajuste puntual, el intérprete plasmó los temas con acierto y mantuvo una pulsación firme y bastante aseada, manejando los diferentes registros y los pedales con asombrosa agilidad. Su ejecución del nocturno "sueño de amor" (de Franz Liszt) alcanzó elevadas cotas de expresividad por su lirismo, en consonancia a la emotiva comunión que se respiraba desde el patio de butacas.

La segunda parte fue todavía mejor. El bilbaíno encaró los "valses nobles" de Ravel fiándolo todo, acertadamente, al color que extrajo del piano, aportando la calidez y el tratamiento tan particular del maestro impresionista francés. El famoso "Claro de luna" de Claude Debussy fue otro de los momentos mágicos de la velada. El arte y la sensibilidad del veterano pianista cobraron vida propia en el teclado para legar una interpretación muy cuidada y original que no estuvo reñida con la exuberancia y pirotecnia desplegadas en "Feux d’artifice".

Los tres preludios de Rachmaninov (números 1, 12 y 2) y los dos estudios de Scriabin (números 1 y 12) con los que se cerraba el recital (exceptuando las propinas que llegaron en forma de nocturnos de Chopin y Scriabin) aportaron la profundidad y el dramatismo que restaba para completar un bello programa que sirvió para evidenciar la calidad y el talento eternos del infatigable maestro español.

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