Opinión

"Ubi-edo", génesis de Oviedo

La sólida y ahora reconocida tradición gastronómica de la ciudad

Hace ya algún tiempo que me encuentro sensibilizado con la idea de Oviedo como capital gastronómica porque me trae el recuerdo de otros tiempos ya lejanos en los que ciertos ovetenses ilustres defendían la tesis, aunque sin gran resonancia desde luego, de que la etimología de Oviedo (Ubi-edo) y su historia se encontraban ligadas a una ciudad de buen comer. Y señalaban que, conforme al latín clásico, ubi era un adverbio de "lugar en donde" y la acepción más significativa del verbo edo era la de "comer".

En apoyo de tal tesis alegaban que los antiguos viajeros, entre los que se encontraban los muchos peregrinos del Camino de Santiago que visitaban a El Salvador, tenían a Oviedo –Ubi-edo– como el "lugar donde comer". Pero no solamente estos, también opinaban que los propios ovetenses gozaban de fama de buenos comedores y disfrutaban del placer de una sosegada "digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaban", según recoge Clarín en "La Regenta", "oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la gran campana Wamba que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica" y que Bismarck el campanero segundón, "empuñando el sobado cordel atado al badajo formidable", hacía tañer entusiasmado.

Más de medio siglo antes de estas observaciones de Clarín, el buen yantar también había sido hábilmente utilizado en apoyo de diligentes soldados ovetenses para reducir a los conquistadores del Ejército napoleónico francés logrando su desarme. Y todavía mucho antes, comerciantes y feriantes festejaban a su santa patrona con deliciosos menús que han hecho historia en la ciudad y aún permanecen.

Por tanto, desde la más remota antigüedad de que hay noticia y hasta nuestros días, el buen yantar ha sido en esta ciudad motivo constante de satisfacción y estímulos. Comentábamos un día todo esto en la tertulia con el buen amigo Giuseppe, al que afectuosamente apodábamos "Il Pensatore" por sus siempre acertadas y oportunas sentencias que valoraban nuestras ocurrencias, y silabeando la respuesta nos decía con aplomo: "Si non e vero e ben trovato".

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