Opinión | Crítica / Música

El brillo del piano de Pires y Cambra

Gran mano a mano de la portuguesa y el barcelonés, con Debussy, Mompou y Mozart

Maria João Pires e Ignasi Cambra ofrecieron a los aficionados ovetenses una oportunidad no muy habitual: la de ver a dos solistas que se juntaban para ofrecer un concierto que ambos protagonizaban a partes iguales. Salieron juntos al escenario y ambos permanecieron sobre las tablas, siguiendo con atención las evoluciones del otro, en los sucesivos turnos de interpretación. Lograron así crear una atmósfera intimista, con la ayuda de un escenario vacío, desprovisto de artificio. Una interesante propuesta para la cita de las Jornadas de Piano "Luis G. Iberni", que organiza la Fundación Municipal de Cultura con la colaboración de LA NUEVA ESPAÑA.

El concierto lo abrió la portuguesa Pires. Con una técnica pulidísima y una capacidad lírica inigualable hizo parecer que las notas de la "Suite Bergamasque" de Debussy salían de sus dedos prácticamente sin esfuerzo. Le relevó para terminar la primera parte el barcelonés Cambra, quien cambió de tercio con las canciones y danzas de Mompou, para las que dejó una interpretación concisa, con una musicalidad y delicadeza que le valieron entusiastas aplausos.

La segunda parte, esta vez abierta por Cambra, regalaba sendas sonatas de Mozart, que dejaron patente que las diferencias entre músicos se compenetran a la perfección para un recital redondo. La transparencia y virtuosismo de Pires completó la delicadeza del catalán, cualidades que supieron entremezclar para el colofón final. Para rematar la velada, los dos pianistas se unieron para regalar dos piezas de Debussy a cuatro manos con Pires a los agudos y Cambra a los graves. Hicieron converger sus modos de entender el piano y convirtieron la interpretación en un viaje casi onírico por la Rêvere y el Valse Romantique de Debussy.

El público, numeroso y entusiasmado, no dejó de aplaudir con fuerza y estallar en "bravos", al tiempo que mostró su contrariedad ante los incesantes ruidos que interrumpían el recital. Los músicos, agradecidos, se mostraron durante toda la noche ajenos a los móviles que parecían decididos a sonar a cada rato y, finalmente, regresaron a Mozart para ofrecer un bis a cuatro manos.

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