La versión otoñal del Oviedo conjuntó con la mañana de cielo encapotado que envolvió al Tartiere. A diferencia de otras veces en casa, el equipo no tuvo sus momentos efervescentes salvo un rato en la segunda mitad. De hecho, el Oviedo se puso por delante a la hora de partido sin haber tirado ni una vez a puerta.

Porque la primera parte fue un tostón inesperado. Inesperado por la tibia puesta en escena azul. Las urgencias hacían imaginar a un equipo con el cuchillo entre los dientes, en tromba, dispuesto a morder lo antes posible para atrapar un partido redondo con el que volver a convencer. Nada de eso sucedió. Al contrario, el equipo se asustó. En ese juego de miedos, el Córdoba se sintió mejor, quizá por ese margen que da el primer partido de cada entrenador. Guardiola, el mejor de los andaluces, y Jona primero antes de que Juan Carlos alimentara el runrún con un despeje desafortunado.

El Oviedo tenía la posesión, pero le faltaba profundidad. El trivote dejó de nuevo a los tres de arriba como responsables de la producción ofensiva, insuficiente si, como sucedió ayer, nadie coge la manija en el centro. Mariga lo intentó con personalidad, pero no es su función, y ni Rocha ni Folch están para eso. Aquí el equipo espera por Hidi como el comer.

Sin creatividad en el medio, incómodo en ataque estático, casi todos los acercamientos azules resultaron de la conexión entre Berjón y Toché. Al cuarto de hora el murciano disparó fuera y, poco después, recibió en el área, recortó al portero y, forzado, chutó desviado. No había picante en el Oviedo, que jugaba aletargado y plano, muy dependiente de la imaginación de su tridente. Incapaz de crear peligro desde la asociación, el Oviedo chocaba con el orden del Córdoba con un ritmo plomizo para desesperación de la grada, que llegó a corresponder en alguna ocasión con tímidos silbidos.

Un disparo de Berjón sin peligro a la salida de un córner y una llegada de Mossa sin chicha completaron un primer acto desconcertante. Nadie, entonces, lo veía claro en el Tartiere.

Debió haber Anquelina porque el equipo volvió del descanso con un aspecto levemente mejorado. Sin alardes, pero con otro tono. Así lo certificó un remate de Toché al minuto. El Córdoba, aseado dentro de su ternura, tuvo su oportunidad en los pies de Jona, que no acertó dentro del área en su opción más clara. La inquietud volvió a sonar en la grada. Sucedió esta vez que la fortuna, tantas otras veces esquiva, le hizo un guiño al Oviedo. Era hora. Ñíguez botó un córner y Guardiola, sin querer, lo metió en su portería. La explosión de alivio en el estadio fue monumental. La gaseosa, sin embargo, duró muy poco, el tiempo que Mariga disparó alto y Toché no llegó, en boca de gol, a una pelota de Berjón. Ahí se acabó el subidón del Oviedo, que todavía contuvo la respiración con otros dos disparos de Guardiola y Jona. La crecida solo apareció en el descuento, cuando Diegui recibió de Mariga, cruzó a la red y se marcó una celebración a lo islandés. Ambos, salidos de la enfermería, supusieron ayer otro grano de esperanza.

Más allá de la imgaen, el Oviedo superó al miedo y volvió a ganar, que era la prioridad. Ahora, más destensionado, le toca soltar lastre mental y volver a creer en sí mismo, receta para crecer. El domingo en Alcorcón, escenario el año pasado de una humillante bofetón y lugar de peregrinación de muchos camaradas oviedistas, tiene una buena oportunidad para avanzar en su cura.