Este año el oviedismo se las prometía muy felices pero lo cierto es que el equipo vuelve a estar a la deriva. Lo peor es la rutina semanal que hace el oviedista después de los varapalos como el de Alcorcón. El lunes todo es un desastre y vamos a pasarlas canutas para salvar la categoría. La depresión continua muy fuerte el martes, pero, en fin, tampoco hay que ser tan dramáticos y ya nos tocará ganar. El miércoles es el día importante; empezamos a ver la luz al final del túnel. "Esta categoría es así". "Queda mucho". "Tuvimos muchas lesiones". "Los equipos de Anquela siempre van de menos a más". Frases de los azules más optimistas que nos hacen salir del abismo. El jueves, pues, estamos ya curados y el viernes deseamos que ruede el balón otra vez, suplicando para nuestros adentros no llevarnos otra bofetada. Así es últimamente la triste rutina azul y ya estamos a domingo.

Dije hace poco que Anquela era una bendición para el Oviedo y lo sigo pensando. Es el entrenador ideal, pero tampoco hace milagros y espero que no se vea superado por la presión de las circunstancias. Últimamente ha tomado algunas decisiones raras. Sobre todo sorprende lo de Diegui, que irrumpió contra el Córdoba como un sputnik y no jugó ni un minuto en Alcorcón. La historia de Johannesson en el Oviedo es la de un superviviente. Entró en el primer equipo de rebote hace tres años y parece que cada temporada tiene que demostrar más que el resto de sus compañeros; quizá le condene ser de casa. Lo cierto es que siempre acaba jugando y este año pasará lo mismo. Tampoco entendí que Mossa tardara tanto en formar parte de la alineación. "¿Por qué no juega ese roxu?", pasó varias semanas preguntándose el agorero que se sienta detrás de mí en el Tartiere. Al final se demuestra que las gradas saben de fútbol más que nadie. Decisiones puntuales aparte, Anquela es el capitán encargado de salir de la tempestad y se nota que el oviedismo sigue estando con él a muerte. Toca remar sin Toché y hoy viene al Tartiere el Lugo. Al abordaje.