El partido fue tan caliente, tanto, que en la isla se esperaba la visita del Oviedo con las antorchas encendidas. El 29 de mayo de 1988 Oviedo y Mallorca dirimían la primera de las batallas por el ascenso a Primera, con los bermellones como claros favoritos. El choque de ida, en el Tartiere, acabó con explosión de júbilo en un Tartiere que asfixió al rival. El 2-1 fue un premio merecido de cara al choque de vuelta. A la delegación mallorquinista, el apasionado comportamiento del público no le pareció correcto. "El Mallorca se encontró con un infierno en el Tartiere", relataba el periódico de la isla "El Día 16". "El Diario de Mallorca" criticaba abiertamente al público carbayón: "Para presenciar batallas como la del Carlos Tartiere y los desmanes de los hinchas no hace falta ir a Inglaterra". La declaración de guerra más evidente llegó con las palabras del portavoz de las peñas del Mallorca: "Haremos un pasillo de honor al Mallorca. ¿Al Oviedo? También, porque se van a tragar hasta los tambores". No había duda de que la derrota postrera en el Tartiere había escocido.

El Oviedo recibe el domingo al Mallorca en la 12.ª jornada de Liga y al aficionado azul pensar en el conjunto bermellón le lleva irremediablemente a la isla. Allí logró el ascenso de 1988, seguramente el más celebrado en la historia. Pero antes de ese desenlace, se disputó otra batalla decisiva en tierras asturianas.

Miera formó aquella tarde con Zubeldia; Murúa, Sañudo, Luis Manuel, Vili; Berto, Tomás, Blanco; Hicks, Juliá y Carlos. El Mallorca era favorito. De eso no había ninguna duda. El Oviedo había alcanzado la promoción con un equipo aseado, que defendía con brillantes y trataba de aprovechar las ocasiones que se le presentaran en el área rival. Un conjunto tremendamente eficiente. Carlos Muñoz, 25 goles aquel curso, era la referencia en el ataque.

La fórmula hallada en el laboratorio de Miera le dio a los azules para ir creciendo en el campeonato hasta acabar cuarto en la tabla de Segunda. De aquellas, el tercero y el cuarto de la "división de plata" dirimían en un enfrentamiento a doble partido con el antepenúltimo y el cuarto por la cola de Primera qué dos equipos jugarían en la máxima categoría. El Oviedo había quedado encuadrado con el poderoso Mallorca y solo los más optimistas veían razones para creer en el ascenso.

Miera era uno de los que seguía esa corriente. Y el equipo se encargó de darle la razón. El choque de ida, en un bullicioso Tartiere (que con más de 19 millones de pesetas de recaudación batió por entonces el récord histórico), se mantuvo tenso e igualado hasta el tramo final. A los 78 minutos llegó la primera explosión. Zaki, meta balear, sale a por un balón aéreo. Bango se adelanta y prolonga y Juliá anota. Una gallina sale al campo desde la grada en plena celebración. A los 89, el jarro de agua fría. Penalti de Bango a Orejuela y transformación de Cortés. Tras el empate, Luis García cayó al suelo al impactar con él un objeto desde la grada. El masajista visitante se encaró con el Tartiere. Nueva bronca. Pero aún quedaba la traca final. Otra vez un balón colgado y una mala salida de Zaki. Carlos, el más pillo, golpea de cabeza con habilidad y la parábola se cuela en la portería mallorquinista. Ahí sí, el Tartiere se vino abajo.

El primer paso estaba dado. El 2-1 ampliaba las opciones de ascenso, aunque el escollo del Sitjar planeaba de fondo. Por eso, cualquier detalle podría ser decisivo. Vistas las amenazas de un ambiente infernal de cara a la vuelta, la delegación oviedista celebró de forma especial que el choque de vuelta fuera retransmitido por Televisión Española. También gustó la designación de Sánchez Arminio, cántabro como Miera, como árbitro para el desenlace.

La esperanza por el ascenso había crecido en Oviedo. "El ascenso puede ser una realidad. No está tan lejos del alcance del Oviedo. Sería un broce excepcional a una temporada plagada de problemas, pero en la que la parte deportiva funcionó bastante más que aceptablemente", escribía Antonio M. Otero tras el choque de ida en LA NUEVA ESPAÑA.