Al fondo, a no tanta distancia pero alejándose poco a poco, tierra firme. Y el Oviedo bracea, se resiste a dejarse engullir por la corriente, trata de avanzar como sea, aunque no tenga claro cómo hacerlo. Notable esfuerzo es suyo. Pero el play-off, la tierra firme, no está al alcance. Y esa es la única zona que garantiza la tranquilidad. Que garantiza, usando la comparación de Anquela, que cada semana no se anuncie el fin del mundo. Avanza el Oviedo a trompicones por la competición, con la pesada carga que trae de una trayectoria errática y que le perjudica incluso en las tardes más inspiradas. Como ayer en Los Cármenes. En Granada, el equipo de Anquela lució estilo: tuvo la pelota, mandó por momentos, llegó e hizo ocasiones. Pero volvió a caer, víctima del enésimo error atrás, de desbarajustes que son reincidentes. El 1-0 aleja un poquito más al Oviedo de la orilla, de la tierra firme.

El problema del equipo no se reduce a Granada, no; es mucho más amplio. Señala a una temporada en la que el Oviedo aún no ha encontrado su rumbo y la cosa va acercándose al ecuador. Ayer el equipo fue valiente en su propuesta, apostó por la pelota, por alejarla de su área como eficaz método de defensa. Funcionó la mayor parte del tiempo. Cabe preguntarse por qué la apuesta no ha ido por este camino en anteriores citas.

Porque, visto lo visto, la seguridad defensiva no parece segura ni con cuatro ni con cinco defensas. Ayer, por ejemplo, el asunto estuvo a punto de chafarse a los dos minutos de juego. Pero Pozo falló ante la destemplada salida de Champagne. El apetito de los delanteros no parece a punto a las cuatro de la tarde.

Pero asumiendo que al Oviedo le cuesta un mundo defender, ¿por qué no centrarse en lo qué puede hacer con la pelota? Responder atacando. Ese pareció el camino elegido en Los Cármenes.

Así que, superado el susto inicial, el Oviedo se puso manos a la obra. Su propuesta tuvo efectos inmediatos; no en el marcador, sí en el juego. La ausencia de Carlos Hernández, temprano para verle en el césped, pareció alterar los planes de Anquela. El técnico hizo de la necesidad virtud, apostando por un 4-2-3-1 con el que el Oviedo pareció más natural, mejor acabado. El guión de la primera parte respondió a una pauta muy sencilla: cuanto más lejos del área de Champagne se desarrollaran las cosas, mejor para los azules. Porque atrás, sistemas al margen, el Oviedo sigue temblando.

Tras la clara ocasión de Pozo, respondieron los azules con una trilogía. A los 3 minutos, Diegui finalizó arriba; a los 4, Mossa centró con peligro en el área. La más clara, dos minutos después. Tejera filtró un sensacional pase e Ibra cruzó demasiado. Lo de los arietes y el apetito, de nuevo.

Sobrepasado el primer cuarto de hora se podía percibir que el Oviedo había ido asentándose con la pelota, un bien que no siempre cuida con esmero. El Granada trató de demostrar que las cosas también se podían hacer por las bravas. Ramos irrumpió en el área como una jauría y estampó la pelota en el larguero. Curioso contraste al intento de juego de combinación de los de Anquela. Los caminos al gol son diversos.

El colombiano siguió con su solo de guitarra a los 27 minutos. Se llevó la pelota ante la indecisión azul atrás y cruzó en exceso ante Champagne. Otro arrebato individual, síntoma de que al Granada se le atascaba el juego coral. A diez minutos del descanso, el Oviedo gozó de otra clara ocasión. Combinaron los azules hasta que la pelota llegó a Bárcenas, vencedor de cada duelo individual con su par. En esta ocasión centró con la zurda raso, al punto exacto de encuentro con Johannesson, que tocó pero sin precisión. Dio la impresión de que a Diegui le faltó fe en su aparición. Una finalización de Mossa y un chut abajo de Puertas cerraron el primer acto. Un periodo de alternativas que, sorprendentemente, no tuvo reflejo en el marcador.

Funcionaban las cosas para el Oviedo, al menos así parecía, pero el Granada también había detectado el problema. Por eso, tras la reanudación, el equipo de Diego Martínez dio un pasito adelante y protestó a su manera. Quería alterar las cosas. Del cambio de estilo local salió un partido más trabado, con continuos accidentes. Un encuentro de palabras gruesas. Los riesgos, en una y otra área, quedaban minimizados. Mossa puso otro centro envenenado para recordar que la profundidad en la izquierda no se había evaporado y Ramos, quién si no, contestaba con otra jugada personal: la definición se fue cruzada.

A quince del final, un momento clave. El Oviedo metió el balón en el área local y, esta vez, quien tembló fue el Granada. Cayó el rechace a los pies de Bárcenas, que tiró y se encontró con el poste. La pelota no entró por cuestión de centímetros. Ocho minutos después, con la sensación de que los azules estaban asentados en el campo, sin mucho sufrimiento, el Granada encontró una vía. Lanzó Vico a la carrera de Ramos, infatigable, que se impuso a Alanís y definió con clase por encima de Champagne. La pelota entró por cuestión de centímetros. Y noqueó al Oviedo, sin respuesta hasta el final.

Esos centímetros explican la diferencia ayer entre Granada y Oviedo en el campo, cuestión de acierto, aunque no sirven para justificar la temporada azul, alejada de la tierra prometida. El equipo necesita un impulso y el camino visto ayer parece un buen inicio. Siempre que no sea tarde para librarse de la carga acumulada.