Veo, muy de madrugada, a Monk, que es un detective a lo Colombo, sólo que maniático y con apellido de ilustre del jazz. Monk da impresión de tener una berza considerable; pero, como Colombo, resuelve los casos más complicados. Muevo ficha (o sea, pico número en el mando) y me topo en Cosmo con una serie de niños pijos que siempre van en traje de baño (unos), con Lacoste o similar (otros). Hacen barbacoas y gastan mucho dinero. Sin embargo, tratan de enviar un mensaje laboral: todos buscan trabajos para ser independientes, tipo «Sensación de vivir» («Sensación de beber», en chiste menor). Dan muy mal ejemplo. Cualquier joven inmaduro (que hay muchos porque la madurez llega con la madurez) que vea un capítulo saldrá convencido de que la vida es maravillosa y, lo que es peor, entenderá que el mundo laboral es como una prolongación de su vida de barbacoa y Lacoste. Doy marcha atrás con el mando y me reencuentro con Monk. Con su vestuario cutre, sus manías y sus investigaciones. Irreal, pero más creíble que lo de los pijitos.