Opinión

Xuan Cándano

David Ruiz: Un historiador que hizo historia

No recuerdo con certeza cuando empecé a intimar con David Ruiz, pero debió de ser cuando me invitó a acudir como periodista a Libia con un grupo de personas, estudiantes y profesores de la Universidad de Oviedo en su mayor parte, que estaban en una asociación de amistad astur-libia de la que el historiador era el presidente. Intenté atender la invitación y durante una temporada me documenté sobre el país africano y sobre su dictador Gadafi, en parte con material que me pasó David, pero al final la excursión partió sin mi (y sin ningún periodista) y tuve una amenaza de expediente en TVE por un jefecillo de Madrid cuyo nombre no olvido, pero omito.

Años después, en excedencia de la empresa pública y al frente de una productora, retomé el intento de viajar a Libia. David me ayudó con las gestiones y estuvimos ambos con el embajador en España, en la embajada en Madrid, pero nunca hubo permiso, aunque sí muchas dilaciones. Aquella oportunidad de viajar a aquella dictadura, que acabaría cayendo con estrépito, se había esfumado.

Pero aquella aventura nos dio para muchas horas de conversación, muchas complicidades y muchas risas, porque David también cultivaba el humor, como la historia, y era divertido contando las excentricidades de aquel dictador mujeriego y muchas anécdotas de aquel viaje a Libia. Una no se me olvida. Cuando David y Carlos París, que fue rector de la Universidad Autónoma de Madrid, se bañaban en la piscina del hotel en el que se alojaba la expedición española, de la que la asturiana formaba parte, los guardias que los vigilaban se alarmaron al ver aparecer en el agua una gran mancha negra. Acabaron estallando en carcajadas cuando comprobaron que era del tinte del pelo canoso de París, que era muy coqueto.

Si algo enriquecedor tiene ejercer el periodismo es conocer a personas relevantes, para a veces comprobar que el personaje se come a la persona. No era el caso de David, que había sido todo un referente para los jóvenes universitarios en la década de los 70 y un pionero en los estudios históricos sobre el movimiento obrero asturiano. De tanto investigar, divulgar y publicar sobre el mito de los mineros y la revolución él mismo se había convertido en un mito de la resistencia antifranquista asturiana.

Un historiador que hizo historia

David Ruiz, en una imagen de archivo de la segunda mitad de la década de 1980. | LNE / Xuan Cándano

El mito del obrerismo y la insurrección de aquellos cíclopes salidos de las entrañas de la tierra para asaltar el cielo, título de una excelente obra de teatro de Margen sobre la revolución del 34, lo había traído a Asturias desde Algeciras, donde daba clases en un Instituto. Aquí estuvo en Institutos de Oviedo y Llanes, donde dejó huella, como contaba siempre el poeta Pablo Ardisana, que fue alumno suyo en su concejo llanisco y en la Universidad de Oviedo.

Durante la dictadura dio la cara y nunca lograron partírsela. Viajó a Francia, donde se entrevistó con dirigentes de la oposición, como Jorge Semprún, y con historiadores de izquierdas como Tuñón de Lara, uno de sus maestros. En la Universidad de Pau asistió a un simposium de Tuñón de Lara, cercano al PCE como David. Si de alguien se consideraba discípulo era del francés Pierre Vilar, sobre todo por sus trabajos sobre la II República. También admiraba mucho al norteamericano Gabriel Jackson, afincado unos años en Barcelona. Tuve el privilegio de compartir con ellos una cena en Oviedo, a la que también asistió la hija de Juan Negrín.

En la Universidad de Oviedo y en los círculos antifranquistas David fue muy activo, lo que le costó la expulsión de la actividad docente en 1973, una decisión de Luis Suárez, catedrático de la Universidad de Valladolid y director general de Universidades. Entonces no llegaban a una docena.

En Oviedo su actividad clandestina y a menudo su abierta oposición a la dictadura lo convirtieron en objetivo prioritario a neutralizar por parte del régimen, su policía y sus conexiones mediáticas. No era un militante del PCE, solo lo que entonces se llamaba “compañero de viaje”, pero para el búnker franquista era un peligrosísimo comunista que intoxicaba a los jóvenes en las aulas. O en el Club Cultural, donde era muy activo. Por sus actividades en el Club Cultural lo interrogó en una ocasión durante dos horas el temido Claudio Ramos, jefe de la Brigada Político-Social.

Que era la bestia negra del franquismo en Oviedo se comprobó incluso tras la llegada de la democracia, cuando se afilió al PCA. Encabezaba la lista que los seguidores del golpista Tejero elaboraron en la capital asturiana durante el 23-F. En política no le interesaron los cargos y nunca dejó de ser un historiador inquieto, pero era activo en su militancia y también en todo lo que tenía que ver con la actualidad política y social. Cuando dimitió Santiago Carrillo apostaba por Nicolás Sartorius, el “Berlinguer español”. Lo conoció bien en Madrid cuando estuvo una temporada poniendo en marcha una especie de departamento de historia en CC OO, una época en la que trabajó sobre el papel del movimiento obrero en los primeros años de la Transición, tan importante como olvidado.

En la Universidad de Oviedo fue decano y protagonista de polémicas y broncas en una Facultad muy viva, a veces conflictiva, donde el Departamento de Historia Contemporánea tenía su huella y pasaba por ser un nido de rojos. Dejó muchos discípulos de diferentes generaciones y algunos enemigos irreconciliables, algo por otra parte casi inevitable en la Universidad española, tan admirable por la labor de la mayoría de sus docentes como por las intrigas y los enfrentamientos larvados en medio de los celos, la competencia y la animadversión.

Cuando le llegó la jubilación no decayó su curiosidad y su vocación de ciudadano comprometido, con la realidad social y con la cultura. Recuerdo un viaje memorable a Burdeos de lo que Álvaro Ruiz de la Peña llama el Circo Alas, un divertido grupo clariniano que acudió a la presentación de la biografía de Clarín del historiador francés Iván Lissorgues, un sabio admirable. Ya faltan unos cuantos miembros del circo. Ahora se nos va David, no hace mucho Jaime Herrero y antes Coté Martínez, con quien el pintor formaba una pareja entrañable.

La vida personal de David también fue muy rica. Estuvo casado en aquellos años locos de la Transición con Carmina Bascarán, una santa laica que sigue en Oviedo con su labor social después de unos años en Brasil volcada con los pobres y los esclavos. Tuvieron cuatro hijos y ella mantuvo una gran relación con David hasta el último día. Con su segunda esposa, Ana Cristina Tolivar, el catedrático de Historia formó también una feliz pareja que se complementaba perfectamente. En cierta medida, el matrimonio de David y Ana Cristina, bisnieta de Clarín, mujer culta, humilde y tímida, evoca al del movimiento obrero y el Grupo de Oviedo de aquellos institucionistas de los que formaba parte el autor de “La Regenta”. Un nexo que se quebró para siempre con la revolución del 34 y la quema de la biblioteca de la Universidad, que logró recuperar consiguiendo libros en muchos países y universidades extranjeras el rector Alas, el abuelo de Ana Cristina, vilmente asesinado por los sublevados en la guerra civil. A esa metáfora histórica que representa esta pareja, tan unida siempre, le dediqué unas líneas en un diario que escribí durante el confinamiento de la covid, “La extraña tribu de las manos limpias” (La última canana de Pancho Villa):

“Probablemente influido también por su relación con Ana Cristina, porque su matrimonio fue tardío, creo que David fue evolucionando con los años de cierto radicalismo obrerista a un republicanismo de izquierdas más moderado. En su último libro sobre la Comuna Asturiana no enfatiza tanto en la épica obrera, romántica y conmovedora, como en la utilización del proletariado asturiano, en una especie de toque de atención al gobierno conservador salido de las urnas, de Largo de Caballero, el Lenin español, que tiró la piedra y escondió la mano en octubre de 1934”.

De ese revisionismo histórico, de política, de la actualidad, de cultura, de historia, de periodismo, de la vida cotidiana y últimamente de sus achaques, ante los que nunca perdió el humor y la sonrisa, hablaba mucho con David, a veces en cenas y veladas inolvidables. Hace unos meses lo invité a comer, devolviendo una invitación suya anterior, para obtener información para un libro sobre Asturias que me encargaron y que me ocupa ahora mucho tiempo. La velada se prolongó, pero yo apenas obtuve nuevas informaciones, porque ya sumábamos muchas confidencias con el paso de los años, y de su vida y de los muchos acontecimientos relevantes de los que fue protagonista o testigo ya tenía amplio conocimiento. Como siempre me animaba muchísimo, me elevaba la autoestima y quería ser uno de los primeros lectores del libro antes de que fuera editado. Ahí volví a comprobar lo hermosa e importante que es la amistad, que no entiende de edades ni de peripecias vitales, y que en realidad yo era un discípulo más de David Ruiz, aunque ejerciera el periodismo y no la historia, dos géneros tan complementarios. En el libro, y no por amistad precisamente, David será protagonista. Fue un historiador que hizo historia.

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