El cineasta danés Lars von Trier es, a su manera, una pequeña estrella en el mundo cinéfilo, un tipo capaz de salirse siempre con la suya, de hacer el cine que le da la gana y contar aun así con una creciente legión de seguidores que aguardan con impaciencia cada nueva entrega de su peculiar forma de entender el cine y la vida. La buena recepción en el festival de Cannes de 1984 de su primera película profesional, «El elemento del crimen», rodada con tan sólo 28 años, sería un buen augurio de lo que estaba por llegar. Aunque irregular y en algunos momentos confuso, este thriller psicológico y esteticista lo revelaría como un cineasta con un excelente dominio de la técnica, ideas originales y un mundo propio. Seguiría «Epidemic» (1988), cinta de ciencia ficción con una estética similar, y cerraría esa primera parte de su carrera «Europa» (1991), película ambientada en la Alemania mísera y fantasmagórica posterior a la derrota del nazismo. Sofisticada, virtuosa, tremendamente original en su puesta en escena y triunfadora en Cannes y Sitges, consagraría a Lars como uno de los nuevos talentos del cine europeo.

Apartado durante un tiempo del cine para rodar la serie de televisión «El reino», en 1996 volvería a la carga con «Rompiendo las olas», una película en la que Trier, educado en una familia laica y progresista, saca a relucir su lado más místico y espiritualista. La película, nuevamente triunfadora en Cannes, es una mezcla de culebrón y cine religioso en el que caben por igual sexo, milagros y canciones de «Abba». En la primavera de 1995 firma el polémico manifiesto Dogma junto a otros cineastas daneses. Su contribución a este efímero movimiento sería «Los idiotas» de 1998, una de sus obras más interesante, y segunda parte tras «Rompiendo las olas» de la trilogía que cerraría con el lacrimógeno musical «Bailando en la oscuridad».

Siempre deseoso de reinventarse y del más difícil todavía, prueba a producir cine porno «de calidad», con muy pobres resultados comerciales. Tras este patinazo, uno de los pocos de su carrera, inicia con «Dogville» y su secuela «Manderlay» una nueva etapa más marcada por las preocupaciones políticas y sociales que espirituales. Mientras esperamos por el cierre de su nueva trilogía, dedicada a los EE UU, nos presenta «El jefe de todo esto», que puede verse en las pantallas asturianas dentro del ciclo «Palladium», una divertida fábula sobre el capitalismo posmoderno en la que el dueño de una empresa informática contrata a un actor en paro para simular que éste es el jefe y encargarse de una dolorosa reestructuración de la plantilla. Y es que Lars, a su manera, también es un tipo con mucho sentido del humor.