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Bunbury: rock con sello propio

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Concierto de Bunbury en Gijón

A l fin, Bunbury volvía a actuar en Gijón. Cuesta recordar la última vez que el músico zaragozano pasó por la región, y eso se notaba en el ambiente cuando el inicio del concierto era inminente. Bunbury salió al escenario cantando "La ceremonia de la confusión" y el parque Hermanos Castro rugió, pero fue al acabar este tema cuando las 2.500 personas que asistieron al concierto rompieron en una ovación de bienvenida con hambre atrasada. Llegó a Gijón con nuevo disco, "Expectativas" (2017), que copó el arranque del concierto, pero no tuvo reparos en echar la vista atrás para interpretar canciones de su primera etapa en solitario e incluso del primer álbum de "Héroes del Silencio".

Nadie puede cuestionar que Bunbury tiene un sello propio dentro del panorama rock estatal; siempre ha sido un "frontman" que se ha comido el escenario, pero sin duda ha sido su inconfundible voz la que ha dado personalidad a su música, y no sólo por el timbre, sino también por la impostación, el manejo del vibrato y esas épicas cadencias de frase tantas veces parodiadas. Sin embargo, lo que convierte a Bunbury en un grande es haber sido capaz de imprimir su sello personal a un amplísimo abanico de estilos a lo largo de más de treinta años de carrera, arriesgando a veces hasta límite, como cuando sacó el álbum "Radical sonora" (1997) tras haberse disuelto "Héroes del Silencio". Son este tipo de trayectorias las que forjan a un artista que no se conforma y que ha conquistado (también perdido) público con cada nuevo movimiento.

La base es el rock, y quedó claro con la configuración de banda que trajo a Gijón, "Los Santos Inocentes", que lleva una década acompañándole en sus directos. Batería, set de percusión, guitarras, bajo, batería, saxo y teclados, y cuando todo se pone a sonar el resultado es una maquinaria bien engrasada que avanza sin prisa, pero con una fuerza arrolladora, como demostraron desde "La actitud correcta" y "En bandeja de plata". Incluso sin conocer ninguno de los temas que sonaron (algo realmente difícil) cualquiera podría asegurar que fue un gran concierto de rock.

El oficio y la madurez otorgan esa capacidad para armar canciones sin fisuras y con genialidades como el giro melódico que da entrada al estribillo de "El rescate". Luego ya, está el crisol de influencias que jalonan temas como "Que tengas suertecita", "El hombre delgado que no flaqueará jamás" o el bloque más cabaretero que nos ofreció en los bises, con "El extranjero" o "De mayor". Sorprendió con un giro al blues en el inicio de "Si", también con una versión contenida de "Héroe de leyenda" y el aire pop de "Mar adentro", ambas de los inicios de "Héroes del Silencio". Lo más épico de su exgrupo fue "Maldito duende", que junto a "Lady blue" fueron los temas con los que el público enloqueció. Esta última tenía que cerrar el concierto, pero los insistentes aplausos convencieron a Bunbury para regalar una propina más: "La constante", una balada con la que rebajó la tensión, como preparando el tránsito a casa de unos asistentes que, tras dos horas de recital, se fueron satisfechos, y quizás haciendo recuento de las canciones que se dejó en el tintero. Era algo inevitable.

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