Monstruos, traumas y un sótano

«Black phone».

«Black phone». / N. S.

N. S.

Como la que lo convirtió en referente del cine de terror moderno, Sinister (2012), la nueva película de Scott Derrickson habla de niños que luchan para sobrevivir y niños convertidos en fantasmas, incorpora imágenes de vídeos caseros perturbadores, hace alusiones al imaginario de Stephen King –el autor del relato en el que se basa, Joe Hill, es hijo de King– e incluye un estupendo trabajo de Ethan Hawke, aquí en la piel del asesino enmascarado que siembra el pánico en una comunidad y en el adolescente al que tiene secuestrado.

Black phone puede definirse como un clásico relato de muertos que regresan al mundo de los vivos para saldar cuentas, pero también como un retrato de inocencia perdida –o robada– y tránsito a la adultez, y como un estudio de la solidaridad entre hermanos y el impacto que los abusos de los padres tienen sobre los hijos, y como un ejercicio de nostalgia cinematográfica, y como una alegoría religiosa.

Y pese a que Derrickson logra envolver el metraje de una atmósfera de amenaza y puntuarlo con efectivos estallidos de violencia, y que exhibe imágenes deslumbrantes y movimientos de cámara precisos, funciona como una conexión de ideas que no logran ser exploradas ni unidas entre sí.

No está claro si su fin es reflexionar sobre lo que nos convierte en monstruos o solo causarnos sustos.

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