«Gary Cooper. El héroe americano» es el título de la biografía que se edita en España del gran actor y que repasa la vida de quien motivó «El orgullo de los yanquis» y se quedó «Solo ante el peligro», pero también fue amigo de Hemingway y Picasso.

«Gary Cooper, que estás en los cielos» era una película de Pilar Miró de 1981, pero al margen del juego de palabras, es cierto que el actor estadounidense fue durante muchos años todo un dios para el público del mundo entero.

Cuando murió el 13 de mayo de 1961, Hollywood sintió que enterraba al símbolo de una época. Pero además de una filmografía excepcional jalonada con dos «Oscar» en competición y uno honorífico, el libro escrito por Jeffrey Meyers con asesoramiento impagable de la única hija de Cooper, Maria Janis, va más allá en la vida de quien fuera descrito por Audrey Hepburn como «el hombre más alto, delgado y de ojos más amables».

Dietrich, despechada por descubrirse una simple conquista más para el actor -junto otras compañeras de reparto como Clara Bow o Ingrid Bergman- fue menos amable: «No era ni inteligente ni culto, lo reclamaban por su físico, como a los demás, porque a fin de cuentas es lo que importaba».

Pero Cooper, si bien era parco en palabras, fue desvelando que bajo su cotizado continente había mucho contenido. «Si los demás tienen cosas más interesantes que decir, yo me callo», decía. Bien es cierto que la edad le fue curtiendo. Su relación extramatrimonial con Patricia Neal en tiempos de las «cláusulas de moralidad» en los contratos de Hollywood le dio mayor profundidad psicológica y sus amistades de alto nivel intelectual, especialmente la de Ernest Hemingway, fueron dando calado a su estrella. Su abierta afiliación a los ideales conservadores no impidió que, en época de la Caza de Brujas, defendiera al guionista Carl Foreman, autor de uno de sus mejores títulos, «Solo ante el peligro». Y pronto se aficionó a los poemas de Kipling, el arte moderno y los toros. «Gary Cooper. El héroe americano» recoge algunos de sus momentos más taurinos junto a Hemingway. «Fuimos a una ganadería en Toledo, dimos unos cuantos capotazos a una vaquilla y lo pasamos muy bien (...)», relata. Y reconoció a propósito de su experiencia con Luis Miguel Dominguín el día que se inauguró el Castellana Hilton de Madrid y le invitó a entrar en la arena: «Nunca en mi vida había experimentado un miedo semejante al que experimenté en aquel ruedo». Hemingway le presentó a Pablo Picasso. Cooper le regaló un Stetson y un revólver Colt del 45. Pero con quien no acabó de entenderse fue con Sara Montiel, con quien rodó «Veracruz». «Volvía del rodaje en exteriores diciendo que casi le resultaba insoportable tenerla que tocar o besar, informa Mateo Sancho Cardiel.