Existe otro mundo

Luis Rivaya

Luis Rivaya

Existe otro mundo. Un mundo donde los niños viven en la arena. Un desierto total o lo que es lo mismo: la nada absoluta. Existe otro mundo donde los niños duermen en una ‘jaima’/haima, una tienda de campaña usada por los pueblos nómadas del norte de África… Existe otro mundo donde los niños no tienen agua para ducharse ni casi para beber. Un agua que reciben en un camión-cisterna que se encarga de rellenar unos -generalmente- viejos depósitos que hay en los distintos campamentos… Existe otro mundo en donde los niños no saben lo que es un grifo de agua y no conocen ascensores ni escaleras… Un mundo en el que los niños pasan los veranos con una temperatura superior a los cincuenta y dos grados centígrados (52ºC), sin tener ningún aparato de aire acondicionado. Viviendo bajo condiciones extremas. Infrahumanas.

Así podría seguir y seguir explicándoles cuanto he aprendido de este tema en los últimos diecisiete años desde una tarde de agosto de 2006 en la que, por trabajo, entré en un mundo totalmente desconocido para mí. Una grabación me llevó al encuentro con un grupo de niños y niñas que habían venido a pasar el verano a Villaviciosa y la Comarca de la Sidra procedentes de un lejano lugar del que tan sólo conocía su nombre: el Sáhara. Fue en Amandi, en el Restaurante El Escorial, donde se ofreció una merienda a modo de despedida de aquellos niños saharauis tras dos meses de estancia en esta tierra tan verde y distinta a la suya. Tan distinta a su paisaje monocolor. A su desierto de dunas y arena.

Aquellos críos jugaban y se divertían corriendo entre las mesas de un espacio al aire libre que tenía el local. Al mismo tiempo una mujer sentada en el suelo iniciaba una ceremonia especial para obsequiar a las personas mayores que habían acudido con los pequeños. Preparaba el té como hizo el cineasta italiano Bernardo Bertolucci en 1990 con su película “Un té en el Sáhara”. Aquel verano reunió a treinta y seis (36), niños y niñas saharauis. Hubo una muy buena respuesta por parte de las familias de esta zona de manzana y sidra. Sin embargo y sin que la maldita pandemia se vuelva a utilizar como excusa, tan sólo dos niñas -sólo 2- vinieron el pasado verano a nuestra Villa. ¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? ¿Qué ocurre en nuestros corazones? ¿Acaso no tenemos sitio en nuestras casas o en nuestras familias para poder traer a un niño o una niña y sacarles del infierno de un verano en el desierto?

Aquél día tuve mi primer contacto real con el pueblo saharaui al hablar con personas nacidas en un territorio que fue llamado Sáhara Occidental y en donde -según la historia- se había izado la bandera española por vez primera el cuatro de noviembre de 1884.

Dicha fecha deja claro que nuestro vínculo con el territorio del Sáhara se remonta a finales del siglo XIX. Por si fuera poco veinte años después el Sáhara terminaría siendo colonia española (e incluso “provincia”)… Aquella tarde con los niños saharauis me cambió el ‘chip’ sin darme cuenta. Algo había sentido en mi cabeza. Algo ocurrió en mi interior que me hizo empezar a pensar de otra manera pues nunca jamás, se me había pasado por la cabeza ser “padre de acogida” cuando a esas alturas de mi vida ya tenía cuatro hijos y mis tres primeros nietos.

Sin embargo los caprichos del destino quisieron que fuera así y poco tiempo después -cuando vine a vivir a San Martin del Mar- nos llegó del desierto un ‘microbio’. Un amor de criatura llamada Zainabou que para todos nosotros quedó abreviado como “Seyna”. Siempre recordaré como la conocí. Jenny había ido a recogerla al tiempo que yo la esperaba como “El abuelo Víctor” sentado en el quicio de la puerta con el pitillo (todavía fumaba), apagado entre los labios…

A la niña le llamaba la atención todo cuanto sus ojos vieron desde el Aeropuerto de Ranón hasta casa. Los árboles, la autopista, los viaductos, la costa, el mar, los coches, motos y camiones… Sólo tenía siete años y apenas pesaba 16 kilos. Una niña pues muy delgada pero con una alborotada melena negra que cubría un rostro precioso con unos ojos azabache de Oles que impresionaban.

Nuestra Seyna llegó como caída del cielo. No la conocíamos de nada. Ni tan siquiera por fotos. Solo sabíamos que era la hermana mayor de otros dos hermanos y sin embargo, nos cautivó nada más verla . Aquél ‘bichito’ saharaui llegó a nuestras vidas revolviéndonos todo. Descontrolándolo todo. Capaz de volar en los columpios y saltar como las gacelas por encima de cualquier obstáculo. Su agilidad, su destreza, su valentía me hacía llamarla “Moglie” porque me recordaba al pequeño protagonista de “El libro de la Selva”, de Rudyard Kipling. Seyna era un trasto total además de increíblemente lista teniendo, además, unos ‘golpes’ y una simpatía que atrapaba a todos. Creo que nosotros casi la adoptamos pues la hicimos hija nuestra durante siete veranos consecutivos con las normas que existían entonces.

Existe otro mundo. Y por ello debemos abrir nuestros corazones a todos estos críos que viven sin nada o con lo justo. ¿Nos vamos a desequilibrar por traer a un niño o una niña durante dos meses? ¿Cuesta tanto poner un plato más en la mesa? ¿No somos capaces de tener una cama o un sofá para que un niño o una niña de 9 á 11 años puedan dormir? Personalmente no acertaba a comprender como podría acoger a una niña de una familia sin recursos y de repente, mostrarle nuestro mundo, nuestra calidad de vida, nuestro confort y nuestros caprichos para dos meses después, devolverla a su familia, a su ‘jaima’/haima plantada en medio de un trozo de desierto cedido por Argelia...

Pero fue la propia Seyna quien me despejó todas las dudas. Ella era feliz con nosotros y también muy feliz cuando iba a regresar con los suyos. Ya en 2010 - su primer año en casa- me dijo al ver varios aviones que sobrevolaban la Ría: “vión Asturias y vión Sáhara. Yo también” según fuesen hacia Galicia o hacia Cantabria.

Muy pronto llegará el verano y por ello nos acercamos el pasado 24 de marzo a la presentación en Oviedo del Programa “Vacaciones en Paz” de la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui que este año 2023 quiere recuperar las cifras de antaño al fijarse como objetivo traer a 100 niños y niñas a Asturias lo que significa tener o contar con cien familias de acogida. El grito solidario de “Vacaciones en Paz” se resume en tres palabras: ¡Necesitamos cien familias! ¡100 familias! Y desde aquí les invito a colaborar en el objetivo.

Como padre de acogida solo puedo decirles que en todos estos años y con la experiencia de haber tenido a varias niñas en nuestro hogar… les aseguro que “hemos recibido mucho más de ellas que ellas de nosotros” y no les miento. Seyna fue nuestra primera niña saharaui. Toda vitalidad. Todo un torbellino que revolucionó nuestra casa pero que muy pronto empezó a calar muy hondo en nuestros corazones. En estos momentos estamos intentando arreglar los papeles para ver si puede venir definitivamente a vivir con nosotros. Ahora con casi 21 años es una mujer preciosa que quiere ser policía. Lo mismo que empezó a decirnos desde que tenía diez años.