Alfonso Gota Losada (Teruel, 1930), repasa en esta última entrega de «Memorias» su actividad en Tabacalera, el Supremo y diversas negociaciones del Ministerio de Hacienda.

Marcas españolas.

«En 1989 quedo vacante y me ofrecieron la secretaria general de Tabacalera, cuyo 53 por ciento pertenecía a Patrimonio del Estado. Allí aprendí mucho del mundo empresarial. Tabacalera, con nuestro ingreso en la Comunidad Europea, había suprimido el monopolio de importación y fabricación (salvo Canarias) de labores de tabaco. Sólo quedó el monopolio de venta al por menor en los estancos, que son concesión del Estado. Un aspecto que recuerdo con agrado fueron las numerosas visitas que tuvimos que hacer a Cuba, que sólo cultivaba tabaco negro y éste era fundamental para nosotros por dos motivos: el puro Farias tiene un 40 por ciento de tabaco cubano, y el tabaco negro para nuestros Ducados. Pero estábamos enfrentados con Cuba porque las grandes fábricas de puros (el Partagás de Ramón Cifuentes, de Ribadesella, o el Montecristo de los Menéndez y García, de Candamo) fueron ocupadas durante la Revolución y los dueños salieron del país. Entonces, Tabacalera les compró a ellos las marcas, pero Cuba siguió fabricando esos puros y exportándolos. Así que los llevamos a pleito en todos los países y ganamos (Mitterrand se puso de parte de los cubanos en Francia, pero el Tribunal de Casación de París nos dio la razón). Con todo, necesitábamos llegar a un acuerdo con Cuba por lo del tabaco negro. Antes del primer viaje que hice a Cuba, Cifuentes me contó cómo llegaba un barbudo con una metralleta y ocupaban la fábrica, y me dijo: "Alfonso, te enseño estas fotos de nuestra fábrica en el centro de La Habana; al volver cuéntame como está". En efecto, nos llevaron a ella y no había comparación: todo destrozado, aunque seguían trabajando en ella. Fui al baño y estaban todos los retretes rotos, y había que ir pisando unos sacos mojados. Llegamos al acuerdo con Cuba y hasta conocí a Fidel, del que prefiero no hablar».

Razonar contra sí mismo.

«Me tuve que jubilar a los 65 años, en 1995, pero entonces anuncian unas vacantes en el Tribunal Supremo y presento mi currículum. Accedo como magistrado suplente en adscripción plena, o sea, con la misma responsabilidad, las mismas obligaciones, la misma carga de trabajo?, todo igual, y me destinaron a la Sala Tercera (de lo Contencioso-Administrativo), sección segunda, la de impuestos, tasas, contribuciones especiales, ingresos públicos, etcétera. Era su presidente Pascual Sala, que después ya pasó al Constitucional. Esta sección, en cuestiones de trascendencia económica, es la más importante porque los recursos ante el Supremo suspenden el ingreso (con aval) y últimamente ha aumentado el número de magistrados porque hay mucho dinero suspendido. Nosotros éramos seis y la sección era muy amable, muy agradable en el sentido de que nos llevábamos de maravilla. No había piques y nunca me ha molestado que al presentar una ponencia no estuvieran de acuerdo mis compañeros. Eso sí, siempre decía lo mismo: que la hiciera otro, porque es muy difícil razonar en contra de las ideas de uno mismo».

Polvo de años.

«Estuve feliz porque además era un trabajo similar al del Tribunal Económico Administrativo Central. Pero no había despachos para todos los magistrados y yo trabajaba aquí, en casa. La que protestaba era mi mujer, porque a finales de cada mes venía una furgoneta y me traía todo lo que tenía que estudiar y fallar, que eran metros cúbicos y lo dejaban en el vestíbulo. E inmediatamente mi mujer decía: "Alfonso, date cuenta, me están estropeando la casa, esto ensucia", porque hay que ver el polvo que tenían los asuntos, ¡Madre de Dios! Y ya sabían mis queridos compañeros, en plan de broma, que si querían llevarme la contraria bastaba con que levantaran un expediente y lo dejaran caer. Como tenía ácaros y polvo de años, yo empezaba a estornudar, por alergia. Eso lo hacía mucho Pascual Sala. Y había mucho nivel: yo quizá tuviera más nivel en materia tributaria, porque había sido el objeto de toda mi vida, pero ellos habían sido jueces y habían estado en audiencias provinciales y les salía el Derecho por los poros. En impuesto de sociedades yo tenía la ventaja de saber contabilidad (había estudiado la carrera de Comercio en Oviedo), pero en impuesto de sucesiones, por ejemplo, se notaba su nivel. En el Supremo me jubilé en 2005 y me matriculé de abogado e hice dictámenes, algunos importantes, pero empiezo a tener problemas de salud y se me declara una isquemia cardiaca, diabetes y me operan de no sé cuantas cosas. Además me ocurrió que cuando era ponente no me fallaba el sueño, pero en cuanto empecé a hacer dictámenes me metía en la cama y seguía dándole vueltas al asunto. Al final, lo dejé. En el presente sigo escribiendo libros y tengo prácticamente terminado uno sobre afecciones reales tributarias, una clase específica de hipotecas. Lo que pasa es que ya no puedo escribir a máquina porque me operaron (he tenido todas la enfermedades de mi madre) de Dupuytren, un problema en los dedos. Pero sigo con otro libro sobre los conciertos económicos vascos y el convenio con Navarra, además de seguir investigando en el siglo XIX español».

Independencia y conciertos.

«Hay un aspecto de mi vida profesional que son las actividades internacionales y las negociaciones de todo tipo. En 1965 me tocó ir a Austria en una comisión para negociar el convenio que evitara la doble imposición. Luego me tocó con Suecia, con Alemania y la renovación con Francia. Y estuve en la negociación de la independencia de Guinea, en la que llevaba la voz cantante Macías, muy agresivo y hablando siempre de Lumumba, el que consiguió la independencia del Congo Belga. A mí me respetaba porque él había sido auxiliar en la Delegación de Hacienda de Fernando Poo. Y un día me viene uno de ellos y me dice: "Gota, que nosotros, los de Fernando Poo, no queremos la independencia con los salvajes de Río Muni, que son de la raza fang". Los de Fernando Poo querían la independencia y declararse inmediatamente Estado asociado a España. Estuve en una negociación muy curiosa, en 1975, tras dos decretos de Fraga, ministro de la Gobernación, para estudiar un régimen administrativo especial de las provincias vascongadas y otro para las provincias catalanas. La comisión catalana la presidía Mayor Zaragoza y ellos pedían la restauración del Generalitat y punto. No se llegó a nada. La comisión vasca era de 42 personas y de Hacienda estábamos Pepe Barea, director general de Presupuestos, y yo. Los vascos aportaron 37 tomos de documentación y pedían la restitución de los conciertos de Vizcaya y de Guipúzcoa, suspendido en 1937. Pero no avanzaba la cosa y como en el Gobierno había un deseo de complacer a los vascos se creó una subcomisión confidencial y reservada que presidía Fuentes Quintana. Tratamos de llegar a una fórmula de compromiso que, por lo general, no conduce a nada, pero he aquí que ETA se carga a dos miembros de la subcomisión: al presidente de la Diputación de Guipúzcoa y al vicepresidente de la Vizcaya. Todo se disolvió porque el de Álava dijo que él también estaba en la lista de ETA y a mí me llamó contravigilancia: "No puede usted ir a tomarse una botella de sidra al Rincón de Asturias todos los sábados y cambie a diario el recorrido en coche". En 1979, tras la Constitución, volví a las negociaciones de los conciertos económicos vascos, que fueron muy duras. El representante de Herri Batasuna (HB) no abrió la boca, pero cuando terminó todo pidió la palabra y dijo: "¿Por qué no quitan esa gallina?". Y resulta que era un grabado en un cristal de la puerta con un escudo de la I República y el águila. Ésa fue su gran intervención. Por el PSOE estaba Carlos Solchaga, muy razonable, y al final de la negociación, cuando quedaban los puntos más candentes, asistió el ministro García Añoveros, al que le metieron mucha prisa porque el Rey quería ir al País Vasco. Fue la famosa visita que terminó como el rosario de la aurora, cuando le patearon los de HB».

Bajo el retrato de Canalejas.

«Y de la negociación de la que tengo el mejor recuerdo fue la de los acuerdos concordatarios con la Santa Sede, en 1978. A mí me tocó el de asuntos económicos. Por parte de la Santa Sede presidía un enviado específico del Vaticano, Dante Pasquinelli. La negociación se celebró en un salón de la Dirección General de Tributos donde había un retrato de don José Canalejas y cuando ellos lo vieron, un jesuita me pregunta: "Oiga Gota, ¿ese retrato lleva ahí tiempo?". "Uy, lleva años y años". Se quedó tranquilo porque debió de pensar que como Canalejas fue anticlerical y el de la "ley del candado", que prohibió establecer congregaciones religiosas, los del Ministerio lo habíamos puesto para fastidiar y que sobrevolaba el espíritu anticlerical. Pero la negociación fue de gran nivel y elegancia. Nosotros mantuvimos la tesis de que los sacerdotes tenían que pagar impuestos sobre la renta y aquello nos llevó 15 días de discusión, porque inmediatamente los jesuitas y los canonistas dijeron: "Mire, ustedes no diferencian entre el sagrado ministerio de los sacerdotes y el trabajo profesional, porque San Pablo?, porque Orígenes?". Yo de eso no sabía; creo que no había leído en mi vida una carta de San Pablo, pero empecé a repasar. La discusión se agudizó un poco más cuando yo dije: "Un momento, en Rusia están los sacerdotes dentro de la lista de profesionales". "Pero, ¿qué dice usted? Pero ¿cómo nos pone un ejemplo de Rusia?". Me di cuenta: "La leche, he metido la pata". Total, que estuvimos discutiendo y se llegó a un acuerdo muy razonable. Costó trabajo, pero conseguimos que pagaran impuestos, aunque con exenciones; por ejemplo, no tenía sentido someter a la Iglesia, que no pretende obtener beneficios, al impuesto de sociedades. Pongo aquella negociación como ejemplo de elegancia y de un extraordinario nivel».