Oviedo, L. Á. VEGA

«Vidas rotas», la primera historia general de las víctimas de ETA, obra de los especialistas Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey, es un libro duro. La terrible sucesión de asesinatos no es apta para estómagos delicados, y la especial sinrazón de algunos crímenes terroristas despierta indignación y un hondo pesar. Aquí está contenida la vida y, sobre todo, la muerte de 857 personas, adultos y niños, a lo largo de medio siglo, y se analiza la historia de la banda asesina, desde su apogeo, a finales de los años setenta y principios de los ochenta, hasta su actual agonía. Como gran novedad, el volumen incluye como primera víctima de ETA a una niña de 22 meses, Begoña Urroz, que murió quemada vida al estallar una maleta bomba en la estación de Amara de San Sebastián, el 27 de junio de 1960. La banda había nacido el año anterior. Entre las 857 víctimas se cuentan un total de 18 que nacieron en Asturias, y otras doce que están vinculadas a la región de una u otra manera. Éstas son las vidas rotas que ETA dejó en Asturias.

l El primero, un camarero. La que fuera considerada primera víctima de ETA, el guardia civil gallego José Antonio Pardines, asesinado el 7 de junio de 1968, tuvo cierta relación con la región, puesto que su primer destino al ingresar en la Benemérita fue Asturias. Sin embargo, la primera víctima asturiana propiamente dicha fue el camarero Manuel Llanos Gancedo, natural de la localidad de Villar de Vildas (Somiedo), aunque con seis años se trasladó con su familia a Villablino (León), donde su padre trabajó como minero. Llanos tenía 24 años y trabajaba en la cafetería Rolando de la calle Correo de Madrid, donde el 13 de septiembre de 1974 ETA mató de un bombazo a trece personas. La banda nunca quiso reconocer esta masacre, que sólo palidecería ante la matanza del centro comercial de Hipercor, en 1987.

l Muerte en los albores de la democracia. Constantino Gómez Barcia era natural de Lugo, aunque fue enterrado en Oviedo por razones familiares. Al funeral acudieron más de 1.000 personas. Lo mataron el 13 de marzo de 1977, en Mondragón, con apenas 21 años, cuando regresaba al cuartel con otros compañeros y la novia de uno de ellos tras pasar unas horas en una discoteca. Era la primera víctima de un año, el de 1977, en el que nacería la Constitución democrática.

l Un agente municipal. José Díaz Fernández nació en Asturias, pero llevaba veinte años en el Cuerpo de la Policía Municipal de Irún, en el que había ascendido hasta el grado de sargento. De 54 años, casado y con dos hijos, lo mataron en el portal de su casa en la tarde del 2 de noviembre de 1977. Los etarras utilizaron un taxi robado para desplazarse. El hijo menor de la víctima, José Díaz, señalaría a un periódico local una frase que luego se repetiría hasta la saciedad: «Quisiera que esto no pase a nadie más».

l Dos jóvenes asturianos. ETA estaba inmersa en plena ofensiva contra la democracia naciente cuando el 9 de mayo de 1978 masacró a dos jóvenes guardias vinculados a Asturias. Juan Marcos González, de 20 años y natural de Llanes, aunque su familia vivía en Sarriá (Lugo), conducía un Land Rover que realizaba tareas de vigilancia en perímetro del cuartel de Inchaurrondo, en San Sebastián. En el vehículo iban otros tres guardias, entre ellos, Miguel Ángel Íñigo Blanco, con familiares aún en Asturias. Al pasar por el cementerio de Polloe dos etarras ametrallaron el vehículo. Marcos falleció poco después de ingresar en el hospital. Íñigo aún aguantó un par de días, con dos balazos en el cráneo. La madre de Juan Marcos se quejó amargamente de la falta de apoyo, siquiera moral. Eran los tiempos oscuros en los que las víctimas y sus familias tenían que tragarse su dolor ante una sociedad sorda y ciega. Un hermano de Marcos, Juan, falleció poco después, y su familia lo achaca al dolor por aquella muerte.

l Matanza después del fútbol. Al guardia civil tinetense Luis Carlos Gancedo Ron lo mataron los etarras junto a otros dos compañeros en una calle de Guecho, cuando regresaba de un partido de fútbol que se había jugado en el campo de la localidad, en el que habían realizado las habituales labores de seguridad. En el sangriento asalto participaron seis etarras, dos comandos de ETA militar. Gancedo, natural de Buyando, tenía 28 años, estaba casado y era padre de dos hijos.

l Masacre en el bar. El guardia Julio César Castillejos Pérez, villaviciosino de 22 años, se encontraba el 3 de noviembre de 1980 en el bar Aizea, en las afueras de Zarauz, en cuyo cuartel estaba destinado. Cinco etarras irrumpieron en el establecimiento sobre las doce menos cuarto de la noche y dispararon a todo lo que se movía. Con Castillejos murieron otros tres guardias civiles, uno de ellos, Ángel Retamar, también vinculado con Asturias. Y también un peluquero de la localidad, lo que provocó una ola de indignación y una jornada de protesta en Zarauz al día siguiente.

l Trampa a las afueras de Rentería. Otra trampa, esta vez a agentes de la Policía Nacional. El agente gijonés Juan Seronero Sacristán estaba patrullando con otros cuatro compañeros en la mañana del 14 de septiembre de 1982. Subieron por la carretera del alto de Perurena hasta el caserío Franchilla, cerca de Rentería (Guipúzcoa), donde se comieron un bocadillo. De regreso, hacia las once y media de la mañana, seis miembros del «comando Donosti» ametrallaron los dos vehículos policiales. Sólo uno de los cinco agentes pudo sobrevivir. Seronero tenía 35 años cuando perdió la vida, estaba casado y dejó dos huérfanos.

l Muerte de un legionario. El ovetense Ángel García Trelles, de 31 años, trabajaba como representante comercial en Bilbao, aunque de vez en cuando se ponía detrás de la barra del bar de la Hermandad de Antiguos Legionarios. Él mismo había sido legionario paracaidista. Sobre las ocho de la tarde del 9 de noviembre de 1983 García Trelles estaba hablando con el encargado del local cuando entraron dos etarras en el bar, en el que había una veintena de personas. Uno de ellos le descerrajó un tiro. Trelles estaba casado y tenía una hija.

l Las risas de un funeral. El guardia civil avilesino Mario Manuel Leal Baquero encontró la muerte el 5 de diciembre de 1985, en el aparcamiento de la estación vieja de Mondragón (Guipúzcoa). Allí, de madrugada, cuando se encontraba en el interior de su coche, de paisano, fue acribillado por tres etarras. El avilesino recibió hasta siete balazos. Estaba pendiente de su traslado a Asturias. Su funeral, en la iglesia de Arechavaleta, ejemplifica la situación que se ha vivido en el País Vasco durante muchos años, como describe Ramón Jáuregui en «El país que yo quiero». La iglesia estaba medio vacía. Luego, a la salida, los vecinos del pueblo que estaban en la plaza miraban el cortejo fúnebre con total indiferencia, como si no fuese con ellos. Luego se oyeron algunas risas.

l La plaza de la República Dominicana. La gran «hazaña» del terrorista Ignacio de Juana Chaos, que acabó de un plumazo con la vida de doce guardias civiles que iban a realizar prácticas de motocicleta. Eran las ocho menos cuarto de la mañana del 14 de julio de 1986. Entre los amasijos a los que quedó reducido el microbús de la Benemérita se le escapó la vida a un guardia gijonés, Andrés José Fernández Pertierra, de veinte años, que apenas llevaba tres meses en el Cuerpo. Su madre, María Pilar Pertierra, ahora residente en Málaga, aún guarda las cenizas de su hijo en el salón, como recordatorio de una vida rota de forma infame. En el atentado también murió Juan Ignacio Calvo Guerrero, de la Pola de Gordón (León), cuyo primer destino había sido el destacamento de Mieres y que acababa de llegar a Madrid.

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