Gijón, J. MORÁN

A sus 86 años, Juan Ramón Pérez Las Clotas relata en esta tercera y penúltima entrega de «Memorias» su trabajo como corresponsal en Lisboa, después de cesar en la dirección de LA NUEVA ESPAÑA.

l Editorial subversivo. «Tras el cese como redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA, me enviaron a Valladolid, a dirigir un periódico fantasmal, "Libertad", que había sido fundado por Onésimo Redondo, pero que para entonces no leían ni los consejeros, que ni siquiera eran suscriptores, como pude demostrar. Mientras tanto en Oviedo, el objetivo, más que yo, era Paco Arias de Velasco, al que finalmente defenestraron de un modo absolutamente miserable. Me habían llevado a Valladolid para marginarme, pero me traen insólitamente de nuevo a Oviedo, a dirigir LA NUEVA ESPAÑA, aunque duré pocos meses. Después de Paco creyeron que yo iba a ser una solución, pero no les resultó el juego. El gobernador, Mateu de Ros, era incómodo, antipático con el periódico. En aquellos años, el periódico "Arriba" tenía unas páginas de economía muy importantes, que hacían un equipo de jóvenes economistas como Fuentes Quintana o el asturiano Juan Velarde. Yo lo leía todo y un día me encuentro con un articulo muy subversivo, que se titulaba "El rabo del zorro capitalista", y firmado por J. V. No pensé en Juan Velarde, sino en Jesús Vasallo, entonces director técnico de la cadena. Pensé que podíamos publicarlo, casi como un editorial inhabitual (porque el periódico apenas los publicaba), y en primera página. A los dos días salí fulminado de Oviedo».

l Ataúdes en la noche. «Entonces, Alejandro Fernández Sordo, que era el delegado nacional de Prensa, me ofrece un plan seductor: ir de corresponsal a Lisboa. Vi el cielo abierto. Lisboa era una ciudad apacible y gratísima, aparte de bellísima, que no obstante solapaba una cruel guerra civil en Mozambique y Angola. De las crónicas que envié desde Lisboa hubo dos que no me publicaron. Una, sobre la subasta pública, simpática, "boulebardier", en un café del Roxío (el Café Gijón de Lisboa, para entendernos) del famoso cuadro de Fernando Pessoa que había pintado Almada Negueiros. Y la otra crónica surgió un día a las tres de mañana, cuando un periodista portugués me dio el chivatazo para ver desembarcar los muertos de la guerra colonial. Llegaba el barco y se producía un espectáculo patético: allí estaban las pobres familias que venían de los pueblos, con sus camionetas para recoger los ataúdes en plena noche. No se publicaron, la primera, porque en Madrid el señor Pessoa les era desconocido, y la segunda, por razones diplomáticas».

l Don Juan tensa el rostro. «Pero lo que tenía más significación era la presencia en Estoril de la Casa de don Juan. La situación era rara porque el secretariado de don Juan (Padilla, Tornos y el marqués de Lema) cobraba de la Embajada española, pero ésta no quería saber nada de Estoril. Uno de los cócteles ofrecidos en Villa Giralda parecía el momento correcto para que yo, que acababa de llegar, me presentara. El corresponsal de "ABC", Pepe Salas Guirior, escritor y poeta, me dijo: "Vamos a presentarte a don Juan". Previamente, el embajador me había comentado: "Hay dos personas, don Juan y Sainz Rodríguez, que tiene que mantener usted alejadas". "Bueno, veremos si me interesa", le contesté. El día que me presentaron a don Juan le dijeron que yo era el nuevo corresponsal de "Arriba" y noté que se le tensaba el rostro. En los ambiente monárquicos, ser del "Arriba" era un sambenito. Pero él reaccionó a continuación y me dijo: "Hombre, me alegro, pero quiero hacerte una advertencia: mis puertas están abiertas a todo el mundo y espero que no hagas lo de tu antecesor". Quedé paralizado un momento. "Él se subía a los arboles de Villa Giralda a sacarnos fotografías y a espiarnos con unos prismáticos", agregó. "A ese extremo yo no llego", le tranquilicé».

l Encantados con la comida. «"Arriba" no era periódico monárquico, desde luego, a diferencia del "ABC"; y el "Ya" jugaba a ello porque había unos consejeros de Editorial Católica que estaban yendo por Estoril en esa época. Ya había pasado el "vaticanismo" del régimen, pero estaban en buenas relaciones con don Juan. Y el Opus Dei, también. Una de mis exclusivas, que me costó un disgusto, sucedió al entrar un día en un restaurante muy elegante de Lisboa, en el que yo no podía comer, pero solía ir a tomar una copa. Cuál no sería mi sorpresa cuando veo a don Juan comiendo con un cura cuya cara me era conocida. Y tanto: era Escrivá de Balaguer. Inmediatamente cogí el teléfono y llamé a Campmany, director de la agencia Pyresa, para la que también trabajaba: "Oye, como van a negarlo, quiero decirte que te estoy llamando desde el sitio donde están comiendo estos dos". Aquello me costó el enfado del delegado del Opus en Lisboa, que era muy amigo mío, pero en "Arriba" les entusiasmó y quedaron encantados con aquella noticia, que les servía para meterse a la vez con el Opus y con los monárquicos. Don Juan era un buen hombre, pero no el talento que quiso transmitirnos Luis María Anson. Era además un hombre influenciado por sus consejeros».

l Odio a Oviedo. «De uno de ellos seguramente se acordarán los viejos ovetenses. Era un personaje antipático, el famoso Pedro Sainz Rodríguez, el primer ministro de Educación Nacional del franquismo, ya en la guerra, y que fue el creador del mejor plan de estudios que hubo en España, el de los siete cursos de Bachillerato y la reválida. Sainz Rodríguez termina huyendo oculto en el maletero de un coche a Lisboa por conspiración contra Franco, junto a los generales monárquicos, Varela, Kindelan? En Lisboa, Sainz Rodríguez me ignoraba olímpicamente, pero alguien de la Embajada me explicó que él, desde siempre, tenía odio a Oviedo porque siendo allí catedrático aparcaba ostensiblemente el magnífico coche que tenía delante del prostíbulo más conocido de la ciudad y, claro, las señoras de Oviedo ponían el grito en el cielo. A partir de aquel momento, profesó un odio africano a la ciudad. Había sido catedrático en Oviedo antes de la República, y era amigo personal de Franco, de modo que cuando éste iba a Oviedo con la mujer era de su tertulia de café. Después, Sainz Rodríguez fue quien quiso llevar a Santander la Universidad de Oviedo, pero entre el rector Gendín y doña Carmen se lo frenaron».

l La revolución y los banqueros. «Estuve en Lisboa tres años, hasta 1968, aproximadamente, y vuelvo a Madrid como subdirector técnico de Prensa del Movimiento. No obstante, en 1974, cuando la Revolución de los Claveles, me llama el director de Pyresa, Rafael Arias de Serrano: "Coge el avión y a Lisboa". En el avión ya viajaban periodistas españoles como Leguineche o Carandell. Llegamos y estaban los soldados con los claveles en los cañones de los fusiles. Entre nosotros, el más escéptico fue el corresponsal de "Ya", que me dice: "Esta tranquilidad me huele rara; vamos a ver qué pasa por Estoril". Cogimos un taxi y vimos que en los palacetes habían desaparecido los Lamborghini y los Maserati, pero todo estaba apacible. "¿Tú ves una casa quemada, o asaltado un comercio? Aquí no ha pasado nada", comentó. A la vuela a Lisboa, supimos que en el cuartel general de Monsanto el general Spínola estaba esperando la llegada de una comisión. Creímos que iba a ser una comisión revolucionaria, pero cuál sería nuestra sorpresa cuando llegan todos los grandes banqueros: Sotomayor, los de Borges & Irmao, los del Spirito Santo? Es decir, lo primero que hace la revolución es recibir a la banca. Evidentemente, aquel movimiento revolucionario estuvo impulsado por la CIA para cargarse a Marcelo Caetano, el sucesor de Salazar. El salazarismo estaba en situación agónica y sólo había que darle un empujón; y lo dio la CIA, pero no contó con la huéspeda, el Partido Comunista, cuyo aparato se movió y ocuparon el poder a través de militares como Saraiva de Carballo. Pero el Partido Comunistas enseguida fue desalojado del poder».

l Crónica de sólo dos muertos. Con todo, el dato más revelador de la Revolución de los Claveles, y sobre ello envié una crónica, fue que hubo tan sólo dos muertos. Uno fue un miembro de partido de Salazar, que se envolvió en la bandera portuguesa y se pegó un tiro. Y el otro fue un pobre soldadín que cuando en su compañía tocaron a formar en el patio se arronchó y quedó dentro del cuartel. En aquel momento pasó el único avión que sobrevoló Lisboa y, para alarmar, tiró una bomba donde se suponía que no había nadie, pero se cargaron a aquel pobre soldado».

Mañana, cuarta y última entrega: Pérez Las Clotas