Boal / Valdedo (Villayón),

A. M. SERRANO / M. PÉREZ

El empresario boalés Álvaro Rodríguez Álvarez, de 52 años, apareció muerto en la madrugada del jueves con dos disparos, uno en la cabeza y otro en la espalda, que le afectó al corazón, en su nave de materiales de construcción en el alto de Llaviada, en Boal capital. Según las primeras investigaciones, el primer impacto lo recibió por la espalda y, posteriormente, cuando ya estaba tendido en el suelo fue rematado en la cabeza. Le dispararon con una escopeta y munición ilegal, postas de plomo, cuyos restos fueron recuperados por los investigadores en el escenario del crimen, según ha podido saber LA NUEVA ESPAÑA. La Guardia Civil, que se ha hecho cargo de la investigación, descarta el móvil del robo, entre otras cosas, porque en la caja registradora del negocio había una cantidad importante de dinero. Se manejan otras líneas de investigación que no han trascendido. No está previsto que se vayan a producir detenciones en las próximas horas.

Álvaro Rodríguez fue visto con vida por última vez a las ocho de la tarde del miércoles, cuando sus empleados abandonaron la nave de materiales de construcción de Llaviada, un alto ubicado a quinientos metros de la capital boalesa, en dirección a Grandas de Salime. Fue su cuñado quien encontró el cuerpo sin vida de Álvaro, a las dos de la madrugada del jueves en su oficina, tendido en el suelo, ya muerto. Se calcula que pudo morir sobre las once de la noche. El empresario fallecido residía con su esposa, María Teresa Fernández, y sus dos hijos, Javier (17 años) y Andrés (15 años), en la localidad de Valdedo (Villayón).

La familia, al ver que Álvaro Rodríguez no respondía a las llamadas telefónicas insistentes se preocupó y decidió enviar a alguien en su busca. Fue su cuñado, hermano de la mujer, quien recorrió la carretera que separa Valdedo de Boal, unos veinte kilómetros, muy despacio, reparando en las cunetas por si Álvaro se hubiera accidentado con el coche. Al llegar a Boal se encontró con el fatal desenlace.

La autopsia al cadáver fue practicada ayer a primera hora de la tarde, en Avilés. Posteriormente, el cuerpo de Álvaro Rodríguez fue trasladado en un coche fúnebre a Valdedo, donde se ha instalado la capilla ardiente. Esta tarde a las siete se rezará un rosario en la casa mortuoria. El funeral se celebrará a las doce del mediodía, el sábado, en la iglesia parroquial de Ponticiella, en Villayón.

Era un hombre trabajador. Esta fue la frase más repetida ayer en las calles de Boal, donde los vecinos, muy consternados, no daban crédito a lo sucedido. Los que conocían bien a este hombre de carácter expansivo, bromista y muy locuaz, se emocionaban al recordarle. «Hoy tenía que venir a comer aquí. Parece que lo estoy viendo ahí sentado, cuando se quedaba dormido con el cigarrillo encendido después de comer hasta que se consumía, le quemaba los dedos y espabilaba», contaba ayer muy afectada Sara García, propietaria de El Zángano, el negocio de hostelería más próximo a la nave de materiales de construcción de Álvaro Rodríguez, ubicada junto al campo de fútbol.

Sara García no escuchó los disparos que acabaron con la vida del empresario, ni observó ningún movimiento extraño. Sólo que el hombre, que solía quedarse a hacer papeleo en la oficina después de cerrar el negocio, esa noche no se acercó, como era costumbre, a comprar tabaco al bar. Cuando El Zángano cerró a las doce menos cuarto de la noche todo el alto de Llaviada era silencio. A esas horas probablemente Álvaro Rodríguez ya estuviese muerto.

La Guardia Civil no ha encontrado ninguna puerta forzada, ni el almacén desordenado. Y la verja de entrada al recinto estaba abierta. Son, todas ellas, pistas que han llevado a los investigadores también a descartar el móvil del robo y centrarse en otras hipótesis de este crimen que ha dejado consternado a todo el concejo boalés.

Varios fueron los vecinos de Boal que pasaron ayer a prestar declaración al cuartel de la Guardia Civil de la villa como testigos. Los investigadores consideran vital cualquier pista o indicio que pueda llevar a esclarecer el crimen. De hecho, agentes del Instituto Armado estuvieron parando coches a última hora de la tarde de ayer en Llaviada para preguntar a los ocupantes si «habían visto algo». El ambiente en Boal no podía ser de mayor preocupación, máxime cuando el crimen no ha sido esclarecido. «Nos sentimos como los vecinos de Fago, un pueblo tomado por la Guardia Civil y los medios de comunicación, y un asesinato todavía sin resolver», explicaba un boalés que prefirió guardar el anonimato.

Por si fuera poco, la puerta de una clínica dental en la avenida de Asturias, la calle más céntrica de Boal, amaneció ayer con un animal muerto, al parecer un zorro, colgado de la cerradura de la puerta. Fuentes cercanas a la investigación consultadas aseguraron que se trataba de «una casualidad» y que los hechos no están relacionados. Los restos de la sangre del animal permanecían ayer en la acera, y el negocio cerrado.

El alcalde de Boal, José Antonio Barrientos, también muy impresionado por lo sucedido, trasladó ayer un mensaje de apoyo a la familia y recordó con cariño a Álvaro Rodríguez como «un hombre que llevaba una vida normal, y, sobre todo, muy trabajador». Álvaro Rodríguez era natural de casa El Chulo, en Castrillón (Boal), donde residía su madre, de cuyo cuidado y atención se encargaba personalmente.

En el bar del pueblo el ambiente era ayer desolador. Nadie se podía creer aún la mala suerte que había corrido su vecino. «Venía mucho los fines de semana, se ocupaba de su madre. Ayer mismo la llevó al médico y pasó por aquí», relataba la propietaria del establecimiento, María Freije. «Era una persona muy querida, un luchador nato», recordaban los que fueron sus vecinos y amigos. Álvaro Rodríguez dejó su Castrillón natal para casarse en la vecina localidad de Valdedo, donde regentó, con la familia de su esposa, un comercio mixto rural, Casa Fonso. Luego decidió expandir la empresa y asentarse en Boal.