I. El problema:

Al general no le gusta obedecer.

Clearco, general griego, murió decapitado por las huestes de Artajerjes. No sabía vivir sin una espada. Tenía carácter firme. Sabía hacerse obedecer sin contemplaciones. De voz áspera, según Jenofonte, su aspecto infundía temor. Colérico, castigaba con rigor. Nunca tenía personas que lo siguieran por amistad o simpatía. Se decía, sin embargo, que a duras penas aceptaba estar a las órdenes de otros.

Para muchos dirigentes del PP, Cascos sufre el «síndrome de Clearco»: le gusta mucho guerrear y nada obedecer. Ésa es la base de todos sus conflictos internos. Por más que anunciara su jubilación, nunca asumió ese papel como un paso atrás, sino como una retirada para la revancha. Nunca quiso dejar de mandar y menos que le mandasen antiguos subordinados.

«Un soldado debe temer más a su jefe que al enemigo». En esta máxima se resume el pensamiento de Clearco. Cascos la hizo propia a lo largo de su vida política. Ya en 1986, siendo un joven dirigente de AP y tras el fracaso de la Coalición Popular, antecedente del PP, anhelaba el monolítico comportamiento de la izquierda: «El PSOE ha encontrado una fórmula que funciona de disciplina frente a libertad de opinión. Lo consiguieron planteando la caída de las listas electorales de los discrepantes. Yo creo que es un buen modelo. Seguramente, nosotros lo necesitamos».

«Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas suelen ofrecer entre sí los más raros y asombros constantes». Con esta cita de «Motivos de Proteo» arranca Vargas Llosa su última novela, un retrato de la oscuridad del alma de un héroe y villano, Roger Casement. Cascos ha ido reencarnándose en Jovellanos, para reafirmar el pensamiento astur; en Dulcinea, para que le hicieran requiebros; en Don Pelayo, para reintentar la Reconquista, y ahora en el mismo Cid Campeador, para ganar la batalla aunque le den por muerto. Tanto mimetismo histórico y literario tiene algo de anacronía, como ese sentido del honor tan calderoniano que blande al menor pretexto, trasmutando el cinismo en inocencia.

II. Las coordenadas: Lo que hay que saber.

Hay un tipo de personas que intentan encantar con la palabra, tienen respuestas vivaces y presentan historias muy improbables, pero convincentes, que les dejan siempre en buen lugar. Suelen tener la autoestima muy elevada, un gran narcisismo, un egocentrismo descomunal y una sensación omnipresente de que todo les es permitido. No expresan ninguna preocupación por los efectos de sus actos en los demás y se ven a sí mismos como víctimas. Mienten, engañan, manipulan y rara vez piensan en los pros y los contras de una decisión, ni en sus posibles consecuencias: simplemente actúan.

Esta personalidad, digamos camaleónica, está perfectamente descrita en los manuales de conducta. No es difícil reconocer en ella pautas de comportamiento que adornan a Álvarez-Cascos. El arrebato, el fulminante fin con las campanadas de Año Nuevo y las uvas en la boca a 34 años de militancia en el PP, sólo se puede interpretar desde la psique como esa búsqueda de la satisfacción inmediata que persigue a todos los camaleones.

«Estos quieren abrir un boquete». La frase se la dijo, meses atrás, Ovidio Sánchez, presidente del PP de Asturias, a Mariano Rajoy respecto a lo que estaba ocurriendo con la designación del candidato asturiano: la maniobra trascendía el ámbito regional. Al principio, al máximo dirigente del PP le costó creerlo, le parecían juegos casquivanos, una rabieta. La alineación de otros astros populares en torno a la estela de Cascos le puso en prevengan. Las pretensiones de un congreso extraordinario, una trampa para Rajoy, y la sucesión de autohomenajes acabaron por decantarle.

Los estatutos han sido utilizados por tirios y troyanos a su antojo, pero, como argumentan los que mejor conocen el partido, «el PP está organizado para que Fraga hiciera lo que le viniera en gana». Hoy todo depende de Rajoy, en buena medida por unas normas que Cascos reforzó.

El ala dura, con Esperanza Aguirre a la cabeza, pretende que lo que sirvió para nombrarles a ellos no valga para Rajoy. Lo consideran débil, poco combativo. No quieren que sea el próximo presidente del Gobierno de España. Le buscarán las vueltas para tratar de sustituirle por otro candidato más afín a sus posiciones. Asturias era buen laboratorio para ensayar la fórmula.

En realidad, Rajoy fue un candidato de descarte. Cuando Aznar le comunicó al asturiano Rodrigo Rato que había pensado en Ángel Acebes como sucesor, el ex ministro de Economía se tiró al monte con el argumento de que sería impresentable que descartara a los que le habían acompañado en el Gobierno como vicepresidentes. La reacción de Aznar fue renunciar a Acebes, pero a la vez borrar a Rato. Así que, con Cascos desterrado desde hacía tiempo a Fomento, sólo quedaba Rajoy, de quien todos ellos tenían una opinión poco entusiasta.

III. El proceso:

El herpes que todo lo estropeó.

Todo fue culpa de un herpes en la espalda que atacó a Gabino de Lorenzo. El alcalde de Oviedo; el presidente regional, Ovidio Sánchez, y Cascos habían quedado citados a comer en Benavente (Zamora), para hablar de la candidatura asturiana. Cuando Cascos dio muestras de dejarse querer, Sánchez le dijo en la única ocasión en que se le puso al teléfono: «Cuando quieras hablamos, aquí no tendrás problemas».

El herpes estaba dejando molido de dolores a De Lorenzo y hubo que suspender el encuentro. Era abril y empezaron conflictos mil. Ovidio Sánchez llamó por tres veces a Cascos para desconvocar la cumbre. No le descolgó el teléfono. Sorprendido, hasta le preguntó a Isidro Fernández Rozada si el ex ministro había cambiado de número. Al cuarto intento, una voz de mujer respondió al otro lado del aparato: «No se puede poner ahora, pero ya le dejo el aviso». Hasta hoy. Ahí empezó a dar marcha atrás Ovidio Sánchez. Con posterioridad, llegó el «encuentro del Bernabeu», tras un partido del Madrid contra el Osasuna, entre Cascos y De Lorenzo, en el que el ex ministro exigió gasolina para la motosierra. Había que cortar cabezas. Ahí empezó a recular el alcalde de Oviedo.

Ovidio Sánchez tuvo que enseñar a Alberto Núñez Feijóo, presidente de Galicia, las facturas de su móvil para demostrarle que había llamado a Cascos y que no se le ponía. «Pues él anda diciendo por ahí que tienes mucha cara, que quien no le llamas eres tú», aseguró al asturiano el titular de la Xunta. Esperanza Aguirre, la presidenta madrileña, también intermedió: «Cascos no quiere ser un florero, pero ¿no me digas que no eres capaz de hablar con él? Tranquilo, que eso lo arreglo yo». «¿Crees que si viene por las buenas iba a ponerle alguna pega?», replicó Ovidio Sánchez. El arreglo tampoco surtió efecto: el contacto telefónico sigue pendiente.

La actitud de Cascos tenía sorprendido hasta al propio Rajoy. «Estuve con él y no me lo pidió», dijo en una ocasión el presidente de los populares en aquellos días en que el PP asturiano empezó a hacer arrumacos al ex ministro de Fomento. En este póquer todo el mundo ha jugado de farol. Dicen que Mariano Rajoy nunca vio claro que Cascos fuera cabeza de lista, aunque con su pachorra y su silencio aparentó otorgamiento. De desarrollarse las cosas de otra manera, quizá tampoco lo hubiera impedido. Cuando Ovidio Sánchez le sugirió la candidatura de Cascos por primera vez, Rajoy no puso buena cara y mostró, al parecer, una cierta extrañeza. Hay miradas que hablan. Desde entonces, Sánchez informó en varias ocasiones a Rajoy de la marcha de la guerra.

El líder popular asturiano no cesaba de argumentar en privado: «¿Cómo alguien puede pensar que me estoy rebelando contra una orden de Rajoy? Yo hago lo que me diga el presidente del partido». La actitud de Ovidio Sánchez en el proceso es el mejor indicador de que a Rajoy no le entusiasmaba tener a Cascos en Asturias. En las proximidades del alcalde de Oviedo se decía: «A De Lorenzo y a Ovidio les toca cargar con el trabajo sucio de aparentar que son ellos los que se oponen a Cascos».