Oviedo, Eloy MÉNDEZ

El documento «Ego Fakilo», que pasa las horas en una gran carpeta marrón del Archivo de la Catedral de Oviedo, es Historia con mayúsculas. El cotejo de los estudios realizados por distintos paleógrafos españoles ha demostrado que este original, datado el 8 de julio del año 803, es el más antiguo de todos los que se conservan de los reinos medievales ibéricos. Se trata de un pergamino que llegó en fecha desconocida a las dependencias del templo ovetense y que recoge la donación de una gran extensión de propiedades por parte de una rica terrateniente para la creación del monasterio de Santa María de Libardón, en el actual concejo de Colunga. «Es una joya de un valor económico y cultural incalculable, aunque pocos asturianos saben de su existencia», asegura María Josefa Sanz, catedrática de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad, que ha firmado varios artículos científicos sobre este texto único.

El tiempo ha puesto en su sitio a «Ego Fakilo». Hace ocho años se confirmó que es el primer original conservado de la Monarquía asturiana y el único perteneciente al reinado de Alfonso II, tras certificar que el Liber Testamentorum Adefonsis Regis Casti (también a resguardo en el archivo catedralicio) se trata de una copia varias décadas posterior. «En ese momento, supimos que, por extensión, estábamos ante el más primitivo de la Corona de Castilla y León», explica Sanz. Faltaba averiguar si también lo era del resto de organizaciones políticas que configuraban entonces el actual territorio nacional. Una simple y reciente comparación de fechas con los textos primitivos de la Corona de Aragón y del Reino de Navarra ha sido suficiente para despejar la incógnita.

«El documento más antiguo del noreste peninsular procede de los condados de Girona, Besalú, Empúries y Peralada, y está fechado el 21 de marzo de 833», explica Ignasi Baiges, catedrático y director del departamento de Historia Medieval, Paleografía y Diplomática de la Universidad de Barcelona. Su nombre es «Los esposos El·là y Leubil·la venden a Gaudilà una tierra que tienen en el territorio de Girona, en la villa llamada Salt, por dos sueldos» y está conservado en un archivo de la zona. «En otros condados existen también originales algo posteriores, pero ninguno anterior al "Ego Fakilo"», corrobora el profesor catalán. En el caso navarro, los primeros testimonios son de principios del siglo XI.

«Ego Fakilo» es una reliquia no sólo por su antigüedad, sino también por sus características materiales y por la importancia de su contenido para conocer algunos rasgos jurídico-administrativos de la Monarquía asturiana. Está escrito con tinta conseguida a base de óxido de hierro u hollín sobre un pergamino, probablemente de piel de cordero, que tiene unas dimensiones de 45,5 por 27 centímetros. El escriba encargado de plasmar el texto es Vilimerio, que emplea un latín alejado de los cánones clásicos y una letra de tipo visigótico, tal y como explica Sanz en el amplio análisis sobre el documento que presentó en un congreso de expertos celebrado en Oporto en 2006. «Se corresponde con el estilo empleado en Asturias en la segunda mitad del siglo VIII y primera del IX, donde se está trabajando con una forma alfabética histórica que entremezcla formas redondas entre las predominantemente cursivas», afirma la catedrática, en la línea de otros expertos anteriores, como Santos García Larragueta.

El documento da fe de la donación al abad Pedro y a otros monjes de una quinta parte de las tierras que Fakilo había recibido de una herencia, con el objetivo de que obtengan réditos económicos mediante su explotación agrícola para fundar y mantener el monasterio de Santa María de Libardón, uno más de los muchos que poblaban el territorio asturiano en el siglo IX. La mujer era copropietaria, junto a varios hermanos, de las fincas, que estaban repartidas por Fano y Colunga (actual concejo de Colunga), Camoco y Primés (Villaviciosa) y «Liuana», topónimo que probablemente se corresponda con la parroquia de Borines (Piloña). El texto especifica que se entregan villas, bosques, viñas y árboles frutales, que probablemente fueran manzanos para elaborar mostos y sidra. En las últimas líneas se amenaza «a quien intente ir contra lo establecido con penas espirituales de excomunión y condena al infierno con Judas, seguida de la pena material pecuniaria de multa, cuantificada en libras de oro».

«Si se tiene en cuenta que la etapa visigoda es una transición entre la tardorromana y la medieval, estamos ante un documento de una importancia extraordinaria, toda vez que es el primero de la España de la Reconquista, cuando se puede hablar de una organización que se corresponde sin ningún género de dudas con la Edad Media», sostiene Sanz. Por eso, considera imprescindible dotar de una especial protección al pergamino, deteriorado por el paso del tiempo y que sufrió algún daño por la excesiva luz que recibió cuando fue expuesto como pieza de la colección «Orígenes», organizada por el Gobierno del Principado en 1993. «Es una pieza fundamental de nuestro patrimonio que puede pagar las consecuencias de su falta de conocimiento por parte del gran público», concluye.