El artífice de la defensa de Barcelona en los estertores de la Guerra de Sucesión (1701-1714) no fue un catalán, aunque hubiese nacido en Barcelona, sino un mariscal de sangre asturiana por parte de madre, Antonio de Villarroel y Peláez (1656-1726). Villarroel, que había luchado en el bando borbónico, terminó abrazando la causa austracista y la defensa de los fueros, una lucha desesperada, condenada al fracaso. El mariscal de campo (teniente general) organizó la defensa con unos 5.000 soldados, frente a los 40.000 del duque de Pópuli y luego el duque de Berwick. Intentó evitar un baño de sangre, pero los catalanes no querían rendirse. En el asalto final de los borbónicos, Villarroel cayó herido, pero inició conversaciones para rendir la plaza. Sobre su final hay mucha leyenda. Dicen que terminó sus días en la prisión coruñesa de San Antón, en una celda que se inundaba cuando subía la marea y minado por el hambre. El historiador catalán Germán Segura, del Archivo Militar de Segovia, sostiene que Villarroel terminó preso en el Alcázar de esta capital castellana, fue liberado en 1725, tras el Tratado de Viena, y murió poco después, en la misma villa.

Esta capítulo de la historia se ha reverdecido con la polémica novela «Victus», del antropólogo catalán Albert Sánchez Piñol, que reivindica el papel del mariscal en ese momento cumbre para el imaginario nacionalista catalán que es el 11 de septiembre de 1714, fecha de la caída de Barcelona y la pérdida de los fueros del Principado. La novela reivindica esta derrota en un momento muy especial, cuando los nacionalistas se aprestan a celebrar, el año que viene, un referéndum de independencia. Quizá para conocer los argumentos del adversario, el presidente del Gobierno se ha llevado «Victus» a sus vacaciones en Ribadumia.

Pero volviendo al astur-gallego Villarroel, los cierto es que tenía poco de catalanista. Los nacionalistas traen a colación a Francesc de Castellví, que lo describe exhortando a sus tropas: «No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes y hijos legítimos de nuestros mayores». El historiador Germán Segura es taxativo: «No había nacionalismo en aquella época. El patriotismo era de fanáticos. Villarroel era un militar profesional. No luchaba por una Cataluña independiente. Un bando del Consejo del Ciento de Barcelona lo deja claro: "No luchamos por nosotros, sino por los españoles enteros"». Y es que buscaban «otro rey de España, querían responder como buenos españoles, no se desentendían de España», añade el historiador ovetense Evaristo Martínez-Radío.

Villarroel nació en 1656, hijo de Cristóbal de Villarroel, militar nacido en Vilanova dos Infantes (Orense), aunque de linaje toledano, y de la asturiana Catalina Peláez, según se señala en el clásico «Villarroel, Casanovas, Dalmau», de Carreras i Bulbena. Tuvo tres hermanos, Íñigo, Diego e Isabel. Los dos primeros serían también militares.

En junio de 1695, vemos al capitán Villarroel hacerse cargo de una compañía del Tercio del maestre de campo (coronel) Francisco Antonio Díaz Pimienta, con la que se distingue en el sitio de Ceuta. En julio de 1697 acude con las tropas de Ceuta a defender Barcelona de un ataque francés durante la Guerra de la Liga de Augsburgo. Ese mismo año será gobernador de la fortaleza de Cardona, en el Bagés barcelonés, y ascenderá a maestre de campo.

Acató el testamento de Carlos II de Habsburgo, que entregaba el trono a Felipe V de Borbón, y estuvo a su lado en los primeros años de ese conflicto dinástico que fue la Guerra de Sucesión, contra el archiduque austriaco Carlos III. Hasta el punto que en 1707 le vemos en el séquito del intrigante duque Felipe II de Orleans, hijo de Monsieur (el hermano menor de Luis XIV) y por tanto primo segundo de Felipe V. Villarroel estuvo presente en el sitio de Requena, la ocupación de Valencia, y más tarde en la campaña de Aragón y Lérida. Acompañó al duque al bautizo del primer hijo de Felipe V, y en 1708, ya mariscal, lucha en Tortosa.

Al año siguiente se complica en la conspiración del duque de Orleans para hacerse con el trono. Lo desterraron a Galicia. En 1710, tras las derrotas borbónicas de Almenar y Zaragoza, se termina pasando al archiduque. Germán Segura lo explica bien. «Caído en desgracia Orleans, lo hace también todo su séquito. Villarroel queda deshonrado, se considera despreciado y es normal que a la mínima se cambie de bando. Tras Almenar y Zaragoza, parte de la nobleza cree que va a ganar el archiduque», dice. Mano derecha de Starhenberg (hijo del mariscal que resistió a los turcos en el sitio de Viena de 1683), Villarroel defendió el centro austracista en Villaviciosa, en diciembre de 1710. «Puso a la infantería en cuña y logró contener las cargas de caballería borbónicas», añade.

Aquello acabó sin embargo en derrota para el archiduque. Villarroel guió la retirada a Cataluña, donde se iba a jugar la última mano de la partida. Los austriacos se marcharían en 1713, tras el tratado de Utrecht. Carlos ya era emperador y ya no quería saber nada de España. Quedó Villarroel, que mandaba los últimos 1.500 soldados austracistas. «Con esas tropas poco podía hacer. Son las milicias de Barcelona del Consejo del Ciento las que le quitan el poder, las que dan un verdadero golpe de Estado. Villarroel tuvo muchos problemas durante el sitio», señala Segura. El 1 de septiembre, el mariscal planteó la rendición, para evitar un baño de sangre. «Llegó a dimitir, pero el 11 de septiembre, día del asalto final, se puso al frente de las tropas y aguantó en el , hasta que fue herido», relata Segura. Aún así, mandó negociar la rendición. No se respetaron los acuerdos, y Villarroel, con muchos más, fue incluido en las listas de la represión, donde se apuntó, junto a su nombre: «No es catalán».