La región de Bruselas es una de las tres que componen Bélgica y está dividida a su vez en 19 municipios. Uno de ellos es el de Forest, donde se emplaza una de las prisiones más conocidas de Europa, cuyas celdas, a largo de su dilatada historia, han visto pasar a miles de presos. Allí estuvo también nuestro inefable Jesús Ibáñez, detenido en 1921 cuando regresaba de Moscú, adonde había acudido junto a Joaquín Maurín, Andréu Nin, Hilario Arlandis y Gastón Leval, representando a los obreros españoles en la Internacional Comunista.

En otra ocasión ya les conté las anécdotas del viaje de ida, que seguramente recordarán quienes las leyeron en su día porque incluían aquella pelea surrealista entre nuestro personaje y el santón de una comuna nudista alemana al que le disputó los favores de su compañera. Hoy tengo la fortuna de dar conocer los detalles de lo que ocurrió a la hora del retorno, gracias una documentación completamente inédita que me ha traído de Bélgica el turonés Jorge Varela.

Varela vive en aquel país desde diciembre de 1963 y reside habitualmente en Waterloo, lo que sin embargo no le impide ser uno de los referentes culturales de su valle, ahora que las nuevas tecnologías han acabado con las distancias físicas, y desde allí coordina la página «elvalledeturon.net» que les recomiendo vivamente que visiten para que entiendan por qué se ha convertido en un modelo imitado por otros pueblos de España que quieren dar a conocer sus cosas.

Nos conocemos desde hace unos meses y solo nos hemos visto en persona dos veces. En la primera conversación le hable de Jesús Ibáñez, que como nació en Urbiés es también objeto de su interés; le conté que el revolucionario había pasado por las cárceles de media Europa y entre ellas la de Bruselas, y él me prometió que iba a buscar allí lo que pudiese. En el segundo encuentro, de nuevo en Turón, me entregó un dossier completísimo con las fotocopias de los informes policiales y del presidio, incluyendo una ficha de detención que nos proporciona la única fotografía de la juventud de Ibáñez de la que disponemos hasta el momento. Pueden suponer hasta que punto le estoy agradecido.

Hasta el momento sabíamos que la detención de Ibáñez se había producido en Stettin, por donde los españoles regresaban de Moscú y se les esperaba por su supuesta complicidad en el asesinato del presidente del Gobierno Eduardo Dato. El episodio lo contó el mierense en sus memorias, dando cuenta de su declaración inculpándose del hecho para que sus compañeros pudiesen seguir viaje: «Yo he matado al presidente Dato. ¡Ya lo he dicho! ¿Está claro?». Maurín hace esfuerzos por comprender. Una guiñada mía le tranquiliza: se da cuenta de que mi intención es despistar a la policía para que puedan embarcar los otros.

El Comisario agarra el teléfono y llama a Berlín: -En nuestro poder, Toño el de Santoña. El que estuvo encarcelado en Berlín... ¡Sí! ¡Convicto y confeso!».

Ahora, podemos saber como siguió su viaje cuando fue puesto en libertad. Una carta -que como el resto, debo traducir del francés- avisa de su llegada a Bélgica. La firma el marqués de Vilalobar desde la embajada de España en aquel país y va dirigida el 18 de octubre de 1921 a Louis Gonne, Administrador-Director general de la Seguridad Pública y las Prisiones: «Confirmando la conversación que he tenido por teléfono con usted esta mañana, pongo en su conocimiento que el Embajador del rey mi Augusto Soberano en Berlín me informa con urgencia que un anarquista peligroso proveniente de Rusia, de nacionalidad española, llamado Jesús Ibáñez Rodríguez, ha partido para París el 17 del corriente por la tarde, desde Berlín, seguido por el agente de policía alemán llamado Ludwing, por Colonia. El embajador me indica la conveniencia no solamente de que sea seguido aquí sino también de que las autoridades belgas prevengan a las francesas en el momento en que este individuo pase a Francia?»

Ibáñez fue detenido el 21 cuando el rápido Ostende-Viena llegó a la estación de Aix-La-Chapelle, la actual Aachem, una ciudad alemana, que en aquel momento, tras el final de la I Guerra mundial estaba en poder del ejército de ocupación.

La prensa dio la noticia añadiendo que sus maletas contenían numerosos documentos relativos a la propaganda comunista. Al día siguiente ingresó en la prisión de Forest donde se realizó su ficha completa, incluyendo mediciones, descripción, huellas y fotografía, y apenas 24 horas más tarde fue conducido a la frontera francesa. En este tratamiento sorprende tanto la prisa por sacarlo del país como la impresionante burocracia que generó su breve ingreso y que se vio complicada además por la reclamación, como veremos más abajo, del dinero que se le requisó en aquel momento.

Por otro informe manuscrito, con el membrete de la brigada de información de la Gendarmería Nacional, conocemos que a las 13 horas del día 22, el mierense, acompañado por dos agentes fue subido a un vagón de 2ª clase en la estación de Bruselas rumbo la estación de San Quintín, ya en la región francesa de Picardía, donde debería esperar por su cuenta al tren siguiente, ya que el tenía un billete de 3ª desde Berlín hasta París y el convoy belga solo disponía de 1ª y 2ª clases.

El trayecto de la prisión de Forest a la estación de ferrocarril se hizo en taxi y el policía que redactó el escrito consideró interesante reseñar las opiniones que Ibáñez no se recató en expresar. Según él, iba a dirigirse al ministro de Justicia Emile Vandervelde para pedir el dinero que le habían requisado en la cárcel y que pensaba enviar a su familia.

Jesús Ibáñez había conocido en España personalmente a Vandervelde, abogado y político socialista belga, que en aquel momento era uno de los dirigentes de la segunda Internacional, y aprovechó el momento para acusarle de reformista ante sus acompañantes, por haber dejado que le detuviesen en un país libre. Pero no contento con esto, quiso dejar claro que pensaba «que no sería necesario más que un solo pasaporte para viajar por todos los países del mundo, pero que esta facilidad no podrá darse hasta que todos los monarcas sean estrangulados o tengan la cuerda al cuello». Lógicamente, la opinión que el alarmado policía pasó a sus superiores no pudo ser otra: «Rodríguez parece ser un anarquista decidido?»

Una vez en España, no tardó en volver a caer en manos de la policía y fue detenido en el centro obrero de Oviedo y trasladado a Madrid. El 5 de noviembre de 1921, el director general de Seguridad Millán de Priego informó a la prensa de su llegada a la capital y de su rotunda negativa a colaborar en los interrogatorios a que se le sometió». Su respuesta ante el comisario Fenol, jefe de la Brigada Social, quien luego acabaría participando en la captura de los verdaderos asesinos del presidente del Gobierno, fue lo suficientemente explícita:

-¿Por qué declaraste que habías matado a Dato y ahora lo niegas todo?

-Porque podía probar que no era cierto, puesto que estuve detenido cuando ocurrió el hecho y se me puso en libertad por falta de pruebas. Mi declaración despistaba y facilitaba la huida de Casanellas?

Desde Madrid fue trasladado de nuevo, en esta ocasión a la Cárcel Celular de Barcelona, el feudo del siniestro gobernador Severiano Martínez Anido, inventor de la Ley de fugas, pero lo único que consiguieron fue hacerle coincidir en la misma galería, en «La Especial», con lo más granado del anarquismo ibérico que en aquella década combatía a tiros el pistolerismo de la patronal: El Noy del Sucre, Ángel Pestaña, Elías García Segarra, Juan Bautista Acher, Víctor Sabater, Martí Colomé?

El recuerdo de la prisión belga le acompañó siempre, y años después, en sus memorias tuvo tiempo de recordar el silencio de tumba que se vivía entre sus paredes y el buen estado de sus instalaciones: «Modelo de higiene: se ve uno retratado en el estuco de sus paredes» -y él sabía mucho de estas cosas-. Otra cosa fue la diligencia de sus funcionarios a la hora de devolverle los 93,50 marcos y 25 dólares que le habían requisado y que aún en Barcelona seguía reclamando, adjuntando siempre la dirección de Josefina, su mujer, para que los enviasen hasta Oviedo.

En el archivo de Forest se encuentran las peticiones, con sus correspondientes respuestas, y entre ellas una carta manuscrita por el revolucionario, desde Barcelona, escrita en un correctísimo francés. Jesús Ibáñez nunca deja de sorprendernos.