Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Amigos, canciones y recuerdos. Es el Candás marinero que ponen sobre el mantel el último viernes de cada mes de septiembre los nenos de Santolaya, una de las peñas más numerosas de la villa y que agrupa a los que fueron vecinos del viejo barrio de pescadores. Así ha sido desde 1994, cuando la reunión se celebró por primera vez, y así seguirá siendo en el futuro, puesto que cada año se suma más gente. Los nenos recibieron el viernes por la noche, por primera vez, a José Luis Rodríguez. Como los otros 45 que acudieron al restaurante El Llagarón de Candás, a José Luis Rodríguez lo conocen por el mote, «el hijo de Antona la Cefera».

Tampoco faltó el homenaje a «los más mayores sin premio», que en esta ocasión fueron Alberto Prieto y Joaquín Artime, «El Cardoso», que no pudo acudir a la cena. Sí lo hizo el otro agasajado, que, a pesar de haber nacido en Valladolid, se asentó con ocho años en el barrio de Santolaya. Un tiempo más que suficiente para apreciar desde temprana edad el carácter de los lugareños. «Al segundo día de estancia en Candás estaba griposo, y los chicos del barrio me habían visto mirar por la ventana, así que me fueron a buscar a casa para que bajara a jugar con ellos», recuerda Prieto, que apostilla: «enseguida me integré en la vida marinera».

Los marineros de profesión o de herencia de aquel barrio candasín tienen este año, además, un mensaje. «Nuestro deseo para el año que viene es que las mujeres de Santolaya retomen otra vez la cena que en su día dejaron de realizar», señala uno de los impulsores de la reunión, Tito Aramendi. Esta cena de nenas de Santolaya se llegó a celebrar durante dos años, pero luego se perdió. «A todos los nenos nos gustaría que ellas recuperasen ese encuentro», añade Aramendi.

A lo largo del siglo XX la población de la villa de Candás fue creciendo, al tiempo que surgían nuevos barrios con marcado carácter marinero. Algunos de ellos ya existían desde el principio, y uno de ellos era el de Santolaya. Para varias generaciones de jóvenes que nacieron en el lugar y en sus alrededores se formó un recuerdo imborrable en la memoria, en el que las horas pasaban deprisa con el transcurso de los juegos frente al Portalón. Hoy en día, muchos de aquellos nenos no tienen más ocasión para juntarse que la celebración de una cena que ya se ha asentado como tradición.