La inauguración de la línea de ferrocarril Llangréu-Xixón a mediados del siglo XIX fue motivo para que Isabel II visitara la ermita del Carbayu en Ciañu. Desde allí divisó las grandes chimeneas de una prometedora industria de hierro y carbón, el primer aliento de un mundo productivo, los barracones de cama caliente, las escombreras y el cambio de color de las aguas del río.

Uno se imagina a los cortesanos y señorones que rodeaban a la reina subiendo por aquellas caleyas camino de la ermita, gente de bigote tieso, sombrero de copa y levita de raso. Especuladores, especialistas de la expropiación y el enriquecimiento rápido, dueños venerables de inmensas fortunas.

Era el progreso. Amos de una cuenca donde el sol nacía por el pozo Sotón y se ponía por el pozo María Luisa, donde el «turullu» marcaba tiránico el tiempo y sentido de las cosas, donde los nombres de la muerte eran: grisú, derrabe, costeru.

Turnos de 16 horas, condiciones insalubres y salarios de miseria, alimentan el embrión de los primeros movimientos obreros del valle. Las huelgas mineras abren el siglo XX arrancando pequeñas victorias a precio de represión, destierros laborales, listas negras y persecuciones a sindicalistas.

Y llega la gran huelga del metal, que narra de forma magistral Xurde Álvarez en su novela «No fondero de l'alcordanza de Dios», una de las huelgas más largas y duras de todos los tiempos, nueve meses de pulso con los patronos, desde noviembre de 1932 hasta agosto de 1933 en Llangréu, una huelga terrible que, sin embargo, nunca alcanzó el lugar mítico que le corresponde a la Huelgona de 1962, verdadero estallido de solidaridad que puso en jaque los cimientos de la Dictadura.

Son otros tiempos. La caída de Lehman Brothers. Contemplar a Nicolás Sarkozy, hace apenas dos años, pidiendo una refundación del capitalismo, una refundación de la que ya nadie habla. Asistir atónitos a la vuelta de tuerca de los mercados. El enemigo es el estado del bienestar, el conjunto de conquistas alcanzadas con pavorosas huelgas, sangre, desesperación y dignidad.

Y uno vuelve a imaginarse la alegre comitiva de Isabel II bajando de la ermita del Carbayu. No gastan levita de raso ni sombrero de copa. Cortesanos, especuladores, especialistas del enriquecimiento rápido, dueños venerables de inmensas fortunas.

Las huelgas y su fuerza como mito, a las 8 de la tarde en la casa de la cultura de La Felguera, podremos sentir las sabias palabras de los escritores Xurde Álvarez y Pablo Antón Marín Estrada. Literatura y territorio marcados por la herencia del movimiento obrero, la lucha y la solidaridad.