Gijón, Mario D. BRAÑA

José Luis González, «Uli», se gana la vida repartiendo pan y la alegra con la gimnasia. Sólo así puede aguantar un trajín que apenas le permite dormir cuatro horas seguidas. Además, desde 2001 disfruta de su pasión en las mejores condiciones posibles, ya que entrena en el Grupo Covadonga, después de mucho tiempo de estrecheces. Disfruta tanto de las tres horas diarias de trabajo con los chavales como le enorgullece haber ayudado en los primeros pasos a un olímpico como Iván San Miguel.

Uli se levanta todos los días a las tres y media de la mañana para coger su furgoneta y, a partir de las cuatro, repartir el pan. Así hasta casi el mediodía, en que se toma un respiro, come, se echa una siesta y enfila el camino del Grupo, donde lo espera una pandilla de críos con ganas de crecer como gimnastas. No fue siempre así. Hubo un tiempo en que el día a día de Uli era más duro.

José Luis González García (Gijón, 06-06-1968) es «Uli» desde pequeño, no sabe muy bien por qué. Las clases de un entrenador de gimnasia del Grupo, Iván Díez Cortina, en su colegio, el San Miguel de Pumarín, le permitieron canalizar su desbordante energía: «No paraba en todo el día y me gustaba mucho hacer el pino y la rueda». Tenía 6 años y durante un tiempo compatibilizó la gimnasia con el fútbol sala en el Xeitosa.

Poco después fichó por el Grupo, que para los niños gijoneses es como el Sporting de la gimnasia: «Mis amigos flipaban porque a los dos años quedé campeón de España y viajaba a Barcelona en avión». La fidelidad a su maestro lo llevó a marcharse del Grupo con Díez Cortina cuando fundó el Club Gimnástico Pelayo. Y precipitó el final de su carrera con sólo 14 años: «En aquel momento no me arrepentí, pero más adelante sí porque hubiera podido llegar un poco más lejos».

Como la gimnasia le seguía llamando la atención, empezó a enseñar lo que había aprendido: «Daba actividades extraescolares en los colegios. Con mi primer sueldo, 19.000 pesetas por un trimestre, me compré unos playeros de 12.000». Tras librar el servicio militar, Uli se hizo un planteamiento más serio de su futuro. Sacó el título nacional de entrenador y de juez. Y acabó sus estudios de Electrónica.

Antes de cerrar el círculo y volver al Grupo, Uli trabajó en la Agrupación Gimnástica Gijonesa y en el Nuberu, donde gestó un equipo que fue subcampeón de España por equipos, con unos ya prometedores Iván San Miguel y José Luis Fernández. Unos chavales que eran casi de la familia y que le armaban buenas trastadas: «De aquélla trabajaba de repartidor de Panrico y utilizaba la furgoneta para ir a buscarlos al colegio y después dejarlos en casa. En cuanto me despistaba, arrasaban los donuts y la bollería».

No fue la única etapa en la que la gimnasia le costó dinero. Al desaparecer el Nuberu, Uli fundó un club, el Gimnástico Playu, del que nombró presidenta a su mujer, Mari Luz. Sin ayuda de ningún tipo, se rindió pronto: «Hablé con Benjamín Bango para que el Grupo se hiciera cargo de los seis chavales». Él, «un poco cansado», se tomó un año sabático: «¿Que qué pasó? Que me aburrí como una ostra».

En 2001 llegó la llamada que tanto esperaba, la del Grupo, donde forma parte de un equipo técnico «que es la envidia de España», junto a Ángel Villa, Javier Loza y Pablo Carriles, a las órdenes de Benjamín Bango. «Para mí esto no es un trabajo», aclara, aunque le condicione todas las tardes y bastantes fines de semana. Siempre encontró la comprensión de su mujer e, incluso, hubo un tiempo en que a su hija, Paula, sólo la veía en el gimnasio.

Se considera parte de una gran familia, con un puñado de guajes y, a diferencia de otros deportes, sus padres: «Todos colaboran y en casa tengo como oro en paño una placa que me dieron hace años». Gente agradecida, desde el más modesto a olímpicos como San Miguel: «Cuando está en Gijón, lo primero que hace es venir al Grupo».