El Sporting no es equipo que busque el camino sencillo. Hay algo en la esencia del club, una querencia a complicarse la vida, que provoca tropezones inesperados cuando parece que tiene el viento a favor. A decir verdad, no faltaron agoreros esta semana que avisasen del peligro de un resbalón ante la Ponferradina, uno de los demonios particulares del Sporting de Sandoval. El choque tenía todos los ingredientes de un partido trampa, sin faltar uno solo. Un Sporting crecido recibía a un modesto, con un público entregado y en vísperas del duelo estelar del campeonato, la inminente visita al Deportivo de La Coruña.

Lo que nadie esperaba es el giro que los bercianos le dieron al guión. Un balón profundo de Jonathan bastó para poner en evidencia a la defensa rojiblanca, que tiró el fuera de juego con una evidente falta de coordinación. Cuéllar obró su pequeño milagro diario al despejar el disparo a quemarropa de Yuri. De nuevo la defensa llegó tarde y Acorán remachó al extremeño sin oposición.

Si Claudio Barragán ya había levantado un muro, ahora lo electrificó. La Ponferradina se olvidó del fútbol y jugó a no dejar jugar. Se valió de todas las tretas conocidas en busca de una campanada mayúscula y al final se llevó un punto que nunca mereció. No es que jugara peor que el Sporting, es que directamente no quiso jugar. Claudio Barragán mintió descaradamente cuando anunció que su equipo no saldría a defenderse. Lo que sí es cierto es que el conjunto leonés no se metió atrás. El muro berciano se levantó lejos de su área. Claudio adelantó la defensa, cosa que también hizo Sandoval, y el terreno de juego quedó reducido a un área mínima, en la que se multiplicaban los bultos y escaseaban las luces.

Las marrullerías de la Ponferradina no disimulan una realidad evidente. Al Sporting le cuesta encontrar la forma de abrir partidos ante rivales ultradefensivos, aunque se queden con diez. Quizá por eso el conjunto rojiblanco ha invertido la media inglesa. Gana fuera, donde los rivales tienen que abrirse un poco más, y empata en casa. Como la historia se va a repetir en los nueve partidos que aún acogerá El Molinón, quizá Sandoval debería tomar nota de la mejoría del equipo tras la entrada de Lekic. Los dos serbios deberían ser obligados en casa.

La estadística es demoledora. El Sporting lanzó cinco veces entre palos y seis fuera y botó trece saques de esquina. La Ponferradina hizo tres remates, dos de ellos en la jugada del gol. Como en el amor y en la guerra todo vale, y el fútbol tiene mucho de las dos cosas, el planteamiento de Claudio Barragán no justifica la falta de acierto rojiblanco. El Sporting generó las ocasiones suficientes como para haber despachado a un rival modesto y cicatero donde los haya. No estuvo afinada ni la artillería serbia, que tantas batallas ha ganado y que se espera que sea determinante para triunfar en la guerra final.

El Molinón clamó injustamente contra Arcediano Monescillo, quien acertó en lo sustancial, aunque fue permisivo con las descaradas pérdidas de tiempo visitantes. Lo malo de la segunda vuelta es que se acaba el juego alegre y despreocupado. Cada punto vale su peso en oro y un empate en El Molinón es un triunfo con mayúsculas para cualquier equipo del fútbol de plata. Todo un Recreativo de Huelva, rival directo de los rojiblancos, se olvidó de alinear delanteros a la vera del Piles. Esto es lo que se van a encontrar los rojiblancos en los nueve partidos que restan en su estadio. Es urgente dar con la fórmula para escalar los muros y tomar el castillo enemigo.

Sandoval calcó ayer el equipo de Mallorca y quizá tardó demasiado en soltar a Lekic. El mejor Sporting fue, de nuevo, el de los dos serbios. Con Lekic en el campo, Scepovic vuela más libre. Lo mejor del asunto es que el empate de ayer puede no ser malo. El Sporting recorta un punto al Deportivo de La Coruña y se queda a uno de los gallegos. También del sorprendente y respetable Éibar, que lidera la clasificación con un fútbol valiente. Son las dos próximas salidas rojiblancas.