Ya sea al calor del microclima del pabellón de Pumarín, una olla a presión en diciembre o mayo, o en el frío Valladolid y ante uno de los mejores equipos de la liga, los sprints del Oviedo Baloncesto no entienden de canchas ni de rivales. Tampoco del tipo de partido, incómodo para los asturianos como el de ayer, duro, cerrado, jugado al ritmo de violín cuando los de Guillermo Arenas disfrutan con el rock, y el corazón en la boca al borde de la taquicardia.

Por eso trató el entrenador ovetense de dinamizar el ataque jugando con Álvaro Muñoz de cuatro, en un intento estéril de deshipnotizar al equipo. Le costó entrar en juego, encontrar buenas posiciones de tiro y ejecutar con acierto las que tuvo. De hecho, sus dos únicas canastas en el encuentro fueron consecutivas, en el segundo cuarto, para poner por delante a los suyos. El partido siguió tosco, falto de ritmo y de precisión, una partitura difícil de entonar para los carbayones. Como ejemplo más claro, el primer contraataque del partido se produjo después de 17 minutos. El aro parecía un anillo para el Unión Financiera Oviedo (26 puntos al descanso), pero no era mucho más grande para el Valladolid, que jugaba a lo que quería pero era incapaz de plasmarlo en el marcador. Aguantó el Unión Financiera como gato panza arriba, incómodo, acorralado. No sería descabellado que el próximo fichaje en llegar a Pumarín fuera un felino a modo de mascota, aunque siete vidas se queden cortas para la capacidad de supervivencia de un conjunto con turbo en los momentos calientes. Como el que se vivió entre el final del segundo cuarto y el inicio del tercero, cuando el descanso de quince minutos fue solo simbólico porque la carrerilla de antes del intermedio les sirvió a los pucelanos para impulsarse hasta la mayor diferencia del partido.

Aparecieron entonces dos de los nuevos para ir haciéndose un hueco entre los idolatrados de Pumarín. Primero Lander Lasa, infalible desde la línea de 3 (4/4), para salvar la primera vida del malherido gato ovetense. Creus se unió a la fiesta desde el perímetro y el turbo llevó a los de Arenas a mirar de reojo al Valladolid. Pero ya había quedado claro en el primer tiempo que no era un partido para bacanales ofensivas. Tras un pequeño respiro (24-24 en el tercer cuarto), la coraza defensiva volvió a poner el candado al aro.

Ahí apareció el actor que mantuvo con vida a los carbayones en el tramo final, Kyle Tresnak, un pívot grande que se convirtió en coloso a medida que se acercaba el desenlace. A su papel en el reparto ayudó un director como Ferrán Bassas, que por fin pudo mover con cierta soltura los hilos de su equipo. Pero en la otra orilla del Pisuerga estaba Sergio de la Fuente, que con dobles dígitos (12 puntos, 12 rebotes), sostuvo a flote a su equipo, catapultado al final por el acierto en el triple que no había tenido en todo el partido.

Con el agua al cuello para ambos equipos, el partido anónimo llegó al punto de ebullición. Ninguno conseguía echarle el lazo. Ni siquiera cuando parecía propicio para el Valladolid, con un punto de ventaja y dos tiros libres, o más bien de gracia. Pero al gato ovetense todavía le iba a quedar una vida más, con los dos lanzamientos escupidos por el aro. La última posesión, precedida de tiempo muerto para preparar la nueva hazaña, era para los asturianos. Neighbour probó suerte desde la línea de tres y Álvaro Muñoz cogió el rebote tras el fallo. Cerca del aro, pero lo suficientemente descoordinado, el abulense perdonó. El gato sobrevivió como de costumbre, pero sin las garras lo suficientemente afiladas como para arañar una nueva hazaña a su catálogo de remontadas.