La complicidad entre jugadores y público fue continua. Tanto, que se ideó un particular saludo para la ocasión: dedo índice de la mano derecha en alto, para indicar en qué categoría juega el Sporting. Gesto sencillo y de categoría, iniciado desde lo más alto del autobús. Recibido con sonrisas por la afición, no tardó en extenderse. Fue el más repetido durante el trayecto, por unos y por otros, junto al puño cerrado de Abelardo, otra de las señas de identidad del sportinguismo.

La plaza de Begoña, donde hasta las flores de sus jardines eran rojas y blancas, esperaba a sus ídolos con cierta impaciencia. Faltaban cinco minutos para las siete de la tarde cuando el público abrió pasillo en el ancho de la calzada. El descubrimiento de otro multitudinario recibimiento volvió a alumbrar la mirada de los jugadores, asombrados de cómo surgía una y otra vez gente de todos los lados. Unos se estrenaban, otros repetían. Hubo incluso quien hizo el trayecto de principio a fin. No había momento al descanso. Gijón era inagotable. "A Primera oé", se coreaba al paso de la marcha rojiblanca, que enfilaba ya hacia la Puerta de la Villa. "Esto es brutal, no hay palabras para describir esto", reconocía Sergio, el centrocampista al que media ciudad le pedía que renovara mientras él grababa cada detalle con una pequeña cámara.

Los que repetían en la comitiva respecto al último ascenso, el logrado a 2008, comenzaban a ser consultados por la posibilidad de que el recibimiento en esta ocasión fuera más amplio. Una sensación que se respiraba tanto dentro como fuera del vehículo. "Son distintos", comentaba, elegantemente, Iván Hernández, capitán ahora, pilar de la zaga entonces. "No me atrevería a asegurarlo, pero creo que batimos otro récord", señalaba el presidente, Antonio Veiga. "Lo que está claro es que el sportinguismo nunca falla", añadió el mandatario, que vivió en un discreto segundo plano, el del primer piso del autobús, la celebración. Lo hizo acompañado de toda la junta directiva, empleados del club y hasta el capellán, Fernando Fueyo.

"Esto es irrepetible, imposible de imaginar", aseguraba Javier Fernández, vicepresidente e hijo del máximo accionista. "Algo así permite descubrir la verdadera dimensión que tiene el Sporting", confesaba el gijonés. Arriba se continuaba escuchando los botes de los jugadores, los brindis, las respuestas al sportinguismo para ser aún más partícipes de todo lo que les rodeaba.

"Esto es increíble. Ahora sí que somos de Primera. La ciudad se ha volcado", repetía una y otra vez Guerrero, el hombre que con su gol en el Benito Villamarín, el primero de los tres que marcó el Sporting, alumbró el camino hacia la máxima categoría del fútbol español. No decaía el ritmo de la gente al atravesar la plaza de los Mártires, menos mártir que el resto del año, y avanzar hasta la del Parchís.

En la cola alta del coloso vehículo rojiblanco que navegaba entre el mar rojiblanco, la verbena estaba en manos de Bernardo, el hombre vestido con la bandera de Colombia, Lora, Hugo Fraile y Alberto, que se repartían el megáfono. Bromas, guiños, buen rollo para responder a todo y a todos. "Esto es una auténtica pasada", sentenciaba Hugo Fraile, cuando ya se enfilaba la zona del Náutico y corría la sidra.

El bullicio de la Plaza Mayor, el punto de mayor concentración de sportinguistas, o al menos, el que en sin duda cabía ni un sólo alfiler, se escuchaba al fondo. Venía a recoger el testigo de la afonía que empezaban a sufrir algunos de los futbolistas y los técnicos, entregados a los suyos. "Musho Betis", se cantaba, con guasa, desde algún rincón.

Lo que tantas y tantas veces se había imaginado el Sporting y el sportinguismo se cumplía, empezaba a culminarse. Faltaban pocos metros para alcanzar el Ayuntamiento. Quini sonreía, satisfecho, orgulloso, sin parecer querer intervenir en el día reservado para los que se lo ganaron en el campo. "No esperábamos tanta gente, es impresionante", repetía Abelardo, uno de los más aclamados en todo el transcurso de la rúa. Diego, su hijo, no se perdió el que su padre considera como uno de los mejores momentos que ha vivido en el fútbol. Sentado justo debajo del entrenador del Sporting, reflejaba en su mirada esa ilusión que sólo se ve en un niño, la misma que se repetía en el camino. "Hay que aprovechar este momento", concluyó el Pitu.