Sabemos que el lobo ha competido con el hombre por la proteína desde el paleolítico. Un enemigo listo y feroz. Se convirtió también en un gran amigo con la domesticación de algunos ejemplares. La historia de esa ambivalente relación nutre cuentos, relatos, leyendas y mitos que llegan hasta hoy mismo. El escritor, etnógrafo y dibujante Albertu Álvarez Peña (Gijón, 1966) hizo ayer, en el Ateneo Obrero, un erudito recorrido por esas conexiones: "La visión asturiana de ese animal, su demonización, cambió con la llegada del cristianismo".

Álvarez Peña subrayó que las sociedades paganas tenían al lobo por un animal sagaz, astuto. En la Hispania céltica, la figura del lobo se asociaba al ardor guerrero. Las leyendas construidas a partir del cristianismo (con la nueva religión se prohibieron en Roma, por ejemplo, las lupercales por considerarlas unas fiestas lascivas) inciden en la demonización del lobo.

El etnógrafo gijonés repasó los nexos entre cierta medicina popular y el lobo (un corazón de este animal arrancado vivo para curar la epilepsia; uñas en el bolsillo contra el mal de ojo...). También las historias de licantropía (la mujer loba de Xestoso) o el "Romance de la loba parda". Y dentro de esa tradición, los cuentos de Xuan y Maruxa: un lobo más bien tontorrón y una raposa demasiado lista.