De los miles de personas que a diario callejean por Luarca, emerge ese ser humano que se manifiesta en sus especímenes más diversos y contradictorios.

Están esos ciudadanos, de porcentaje cada vez más escaso, que tienen empleo, y a los que su trabajo les obliga a ir de un lado a otro, absortos en sus quehaceres. Están amas y amos de casa, que jornada a jornada pululan por doquier para llevar a cabo las variadas tareas que todo hogar precisa. Están los que caminan siguiendo la indicación médica, que exalta el beneficio del ejercicio y que resulta menos costosa para los servicios de Salud. Están los que dicen sacar a sus perros para que hagan sus necesidades fisiológicas, pero no todos lo hacen acatando las ordenanzas municipales al efecto. Están quienes van y vienen enfrascados en sus móviles, o útil semejante, que no reparan en nada de lo que les circunda. Y están, unos pocos, observadores del paisaje y del paisanaje que descubren por cada esquina de la villa. Observan y, al hacerlo con mirada crítica, llegan a deducciones certeras que otros ni siquiera sospechan.

Tienen los habitantes de Luarca la nada grata categoría de mediar una edad de las altas de España. Y lo mismo se puede decir de las edificaciones.

Tómese cualquier dirección y encontraremos, junto con nobles, vetustas y lujosas viviendas, construcciones en ruinas y en peligro evidente de derrumbe; parcelas donde los ocupas habituales son ratas de descomunales dimensiones; tejados plagados de la más variada y abundante flora; paredes engrosadas de tanta humedad acumulada.

La voz de alarma del deterioro urbanístico no surgió de la eficacia de la Policía Local, ni del desvelo de la concejalía de Seguridad Ciudadana. Surge de una asociación cívica que pone tanto esmero en proclamar su independencia política como otros en demostrar lo contrario.

La Villa Blanca no puede permitirse este abandono, que ofrece una imagen cochambrosa, al tiempo que se proclama con deleite desmesurado la condición de «pueblo más bonito de España».

Los propietarios de los inmuebles por su desidia son responsables del estado de abandono de sus parcelas, y también lo son las autoridades, que ven la necesidad de acondicionar la casa consistorial y no quieren ver la parte más decrépita de la villa.

¡Hasta la joya más preciada se estropea con el paso del tiempo!