Como cualquier investigador próximo a la psicología criminal sabe, las sombrías caras de la vileza e inmoralidad humanas son variopintas, apenas abarcables por las muchas e ingeniosas categorías que racionalmente diseñamos con el afán de no perdernos en tan frondosa y oscura selva.

El sorprendente desarrollo evolutivo de la inteligencia de los homínidos parece proceder, en gran medida, de la presión selectiva a que se vieron sometidos nuestros antepasados al tener que competir con un enemigo -o contrincante- de rasgos, habilidades e intereses muy semejantes a los nuestros, esto es, el prójimo.

La usurpación fraudulenta de la firma manuscrita, garante de innumerables compromisos sociales, contractuales, de la razón consciente y voluntad de afirmación del individuo, constituye, además de un delito, una más que habitual y artera forma de ejercer el siniestro arte de la estafa, la mentira, la deslealtad y la vileza moral.

Algunas personas, de manera puntual o sistemática, descubren y ejercen un día, el aparentemente fácil y sencillo arte de firmar por el otro (el jefe, gerente, director, vecino, familiarÉ), incluso hasta caer en la jactancia de mostrar y demostrar su irresponsable y siempre incompleta habilidad recién adquirida, comprometiendo en tantas ocasiones bienes ajenos, arduamente adquiridos tras años de actividad profesional y esfuerzo.

Asombra, y sobre todo ofende, contemplar, tanto en calidad de perito calígrafo como de psicólogo, a personas ingenuas, indefensas, a veces con altas incapacitaciones laborales tras un manotazo del destino -derrames cerebrales, infartos, accidentesÉ-, ser víctimas de la deslealtad, la estafa o el aprovechamiento coyuntural de administradores, socios de «confianza», etcétera, ensañándose sin titubeos, recreando la aparentemente vulnerable firma, con la frecuente complicidad de banqueros comisionistas y/o empresarios sin moral, centinelas impenitentes al acecho de cualquier presunción de dinero fácil, disfrazado, en un esfuerzo por paliar cualquier síntoma de indigestión moral, de comisión ignominiosa o favor «justamente» retribuido.

Efectivamente, no cuesta mucho apercibirse de que hablamos de algunas de las ya mencionadas variopintas caras de la inmoralidad que reina a la sombra colectiva de la razón del homo sapiens, la subcultura del pelotazo, enfermedad endémica de las sociedades posmodernas y de sus agentes instrumentales mejor dotados para la astucia y la salivación pavloviana ante el padre de todos los estímulos, el becerro de oro, aquel que nunca ha dejado de gobernar el mundo, y al que tantos venden a diario su alma.

Mientras tanto, observamos, con admiración apenas contenida, a personas y familias, con nombres y apellidos, conciudadanos nuestros, luchar y defender ante los tribunales, con uñas y dientes, aferrados al inconfundible asidero de la verdad, bienes y recursos, amenazados por indecentes e irresponsables actuaciones, cuyos orígenes deben rastrearse en las arcaicas fuentes de la mediocridad: los oscuros rincones del alma humana donde habitan, en familia, la envidia, la codicia y la decadencia de vidas arruinadas por el miserable y neurotizante afán de riquezas y de poder.

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Manuel J. Moreno es perito calígrafo judicial y psicólogo.