A pesar de los antecedentes pensaba yo que esta vez no sería igual. Que, aun contando con que viene de largo eso de que el PP utilice como estrategia que el Gobierno todo lo hace mal, había que ser muy ruin, moral y políticamente, para utilizar el secuestro del «Alakrana» y sacar rédito político de un drama que nos está sobrecogiendo a todos.

La realidad es otra. Es una fantasía delirante de obsesiones, odios y rencores que el principal partido de la oposición lleva siempre en los labios y no pierde ocasión de manifestar como quien se sirve de una descarga eléctrica que le motiva y le da fuerza.

El Partido Popular, que ya había utilizado el terrorismo y no le duelen prendas a la hora de cuestionar a las instituciones del Estado y enfangarlo todo pensando que así saca provecho y cosecha votos, ha decidido, si cabe, dar otra vuelta de tuerca y jugar, ahora, la más indigna de todas las bazas: capitalizar políticamente la legítima preocupación de las familias de los marineros secuestrados y servirse de sus sentimientos para fustigar al Gobierno.

La falta de respuestas, de responsabilidad y de liderazgo ante las banderías, los caudillismos, la corrupción y los problemas internos, lejos de afrontarlos con la reflexión y el rigor que deberían imponer el buen hacer y la sensatez democrática, la ha resuelto el PP con un carpetazo a medias y acudiendo, para taparlo, a lanzar un nuevo torpedo contra esa línea infranqueable que debería ser la debida lealtad al Gobierno en temas de Estado. En temas que deberían encontrar un consenso claro. Crítico -si se quiere, como en el caso de Llamazares-, pero consenso de apoyo ante un adversario exterior que está ejerciendo un chantaje mafioso y utilizando a nuestros marineros como rehenes cuyas vidas, que es el valor máximo a tener en cuenta, están en serio peligro.

Ante una cuestión de Estado, las explicaciones, la exigencia de responsabilidades y la crítica, o incluso la censura, si procediera, han de venir a posteriori. Así es como actúan los partidos políticos en los países democráticos y civilizados, pero Mariano, María Dolores y el PP son otra historia.

Este año se habían producido, hasta hace poco, 175 ataques a barcos, de los cuales 49 terminaron en secuestro y afectaron a países como Francia, Alemania, China, Reino Unido, España y Panamá, entre otros. Los piratas que secuestraron el «Alakrana» pertenecen a un clan que hace poco tuvo secuestrado un barco alemán nada menos que durante 4 meses y nadie dice que Alemania hiciera el ridículo. Pero todo eso y el debate sobre si los armadores se llevan una pasta pescando en aguas que saben muy peligrosas; si todos los gastos, rescate incluido, y el desplazamiento de las Fuerzas Navales las habría de pagar el dueño del barco; si estamos ante un caso de beneficio privado y responsabilidad pública; o si la actuación del Gobierno, o incluso de la Audiencia Nacional, obligando a traer a España a los dos piratas apresados y limitando el margen de maniobra, ha sido, o no, lo correcto, hay que discutirlo luego.

El hecho de que la situación de los marineros es cada vez más dramática no justifica, sino todo lo contrario, que se ponga al Gobierno en la picota. Aprovecharse de la incertidumbre ciudadana y de la angustia de las familias es una piratería política. Es contribuir a que los piratas incrementen la presión que ejercen sobre el Gobierno español a través de un chantaje inaceptable.