La torre de Alevia ocupa un lugar privilegiado, integrada en el paisaje del concejo, parece que siempre hubiera estado allí; pero no, se concibió en 1949 para colocar un reloj que se oyera en Alevia y en todos los pueblos del valle bajo de Peñamellera, en aquellos años de tiempo lento, escasos y apagados de la mitad del siglo pasado.

Más tarde, a mediados de 1950, se hizo realidad el proyecto, y así nacía esta torre, de 22 metros de altura, de neoestilo montañés propio de la zona, satisfaciendo la necesidad de un reloj público, gracias a un grupo de indianos, mecenas generosos, que tantas veces han hecho donaciones para mejoras de nuestros pueblos.

En estos casi sesenta años, que son muchos tanto en la vida de una persona como en la historia de un pueblo, diga lo que se diga, a veces ligeramente, esta mágica torre, aunque no haya podido forjar un alto valor histórico, se ha ido convirtiendo, día a día, año a año, en uno de los elementos más representativos y queridos del «cueto» bajo de Peñamellera.

Situada en el mirador de San Antonio, allí está la vista panorámica más sorprendente y espectacular de nuestro concejo. Desde allí se divisa la confluencia de esos dos ríos prodigiosos, el Cares y el Deva, y también se contempla uno de los valles asturianos más paradigmáticos.

Confieso que siento por el lugar una particular simpatía y, por ello, muchos son los amigos y allegados a los que he llevado tantas veces a contemplar estas bellezas que desde la llanura en Panes o Siejo no se perciben y ni siquiera se intuyen.

Hoy, la torre ha perdido protagonismo, su reloj, aquel que marcó generosamente la hora para todos los peñamelleranos, está parado hace tiempo esperando que, aunque hoy sus servicios ya no tengan la demanda de otras épocas, su simbolismo nos azuce para volver a poner en marcha sus viejas agujas. La torre ya no es reclamo de postales como antaño y proyecta sensaciones con una rara mezcla de despego y nostalgia. En los últimos años ha perdido la iluminación navideña con la que el Consistorio, en ponderable iniciativa, nos sorprendió gratamente bastantes años y que servía para, desde allí, hacer partícipes de la Navidad a todos los pueblos del valle, pues la torre se ve desde casi todos los sitios del concejo.

Lamento que esta iniciativa, que yo creo que gustaba a gran número de vecinos, se haya perdido o al memos estancado temporalmente. Como no estamos sobrados de ideas, no está mal velar por las que tengan mejor acogida, aunque sean sencillas.

Y si las crisis fuera impedimento, podríamos usar bombillas de bajo consumo o, en último caso, donar algunos vecinos la que nos corresponde de regalo y con ellas adquirir bombillas de colores. Deberíamos buscar, en fin, una solución para no dejar en penumbra las próximas fiestas este faro del valle, con tan alto valor monumental y testimonial.

Y al final de las Navidades, cuando las luces vayan perdiendo encanto e intensidad y se hagan más fugaces, nos quede al menos la satisfacción de haber aportado más emociones y de haber colaborado para que determinados lugares no se sigan perdiendo como signos cotidianos de identidad, porque los necesitamos.