Con un 40 por ciento menos de consejeros en el Puerto de Avilés, el Estado ahorraría 45.000 euros. La aplicación del plan ministerial de racionalización del gasto supondría que en vez de 19 consejeros en el futuro habría 14. Y me parecen todavía demasiados consejeros, porque con la mitad de ellos y probablemente con la mitad de esa otra mitad, sobrarían. Si los lectores tuviesen la oportunidad de darse una vuelta por uno de esos consejos se darían cuenta de lo absolutamente prescindibles que son la mayor parte de los vocales que asisten a ellos.

Los políticos se agarran como a un clavo ardiendo a la demagogia cuando alguien les recuerda la mamandurria. Enseguida saltan. Como las sinecuras suelen ser abundantes y no siempre acarrean cifras estratosféricas añaden que se trata de calderilla. Pero ya no hay calderilla que valga en este país y en estos momentos, con la gente tiesa y en el paro. No hay calderilla que pueda justificar la ganga permanente de los aprovechados, los sueldos que se disfrutan sin esfuerzo, por la cara.

En último caso es mucha calderilla aquí y allá para no ocuparse de ella y de lo que supondría de ahorro para el erario. Imagínense los lectores, y no les costará demasiado hacerlo, el número sofocante de consejos de administración de esto y de lo otro. Las fundaciones, las concejalías, las direcciones generales, las consejerías, las secretarías, los ministerios, los partidos, los sindicatos, etcétera. Imagínense de lo que se puede prescindir, de lo que resulta realmente prescindible en las administraciones públicas, incluidas muchas de ellas, y se darán cuenta de por dónde se nos va el dinero. Hagan un repaso por encima y verán todo lo que nos sobra.

Lo del consejo del Puerto de Avilés es un pequeño ejemplo del despilfarro. Los animo a que rasquen allá donde puedan, porque todo ello contribuirá a desenmascarar a los protagonistas del saqueo, a esta intolerable casta de aprovechados y de sinvergüenzas. Cuando menos, ejerzamos el legítimo derecho de pataleo.