«Y luego, incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada». (Cervantes)

Y entonces llegó Zapatero. El país, helado tras los sangrientos sucesos del 11-M, castigaba electoralmente al sucesor de un Aznar lastimosamente crecido que confundió las Azores con Yalta. Sabedor de que sus dotes persuasivas estaban muy por debajo de su antecesor en la secretaría general del partido que en su día había fundado Pablo Iglesias, don José Luis se decantó por el talante, que no por el talento. Consciente de que el electorado temía que con la promesa de retirada de las tropas españolas en Irak pudiera suceder algo parecido a lo que en su momento acaeció con la OTAN, decidió no defraudar esas expectativas de entrada. Como contrapunto al último Aznar, apostó por la España plural, por los avances en los derechos sociales y por la recuperación de la memoria de los muchos represaliados bajo el franquismo.

Con Zapatero accedía al poder la generación inmediatamente anterior al sesentayochismo, la misma que fue denominada con acierto por algunos escritores de prestigio como «la generación taponada». Durante su primer Gobierno tuvo de uñas a un PP que no aceptó de buen grado la derrota electoral sufrida y que, al hablar del 11-M, parecía pensarse más en los votos supuestamente perdidos que en las vidas segadas en aquel atentado tan trágico y monstruoso. Una derecha no menos crispada que la de aquel «trienio del griterío» del 93 al 96 parecía ver en este hombre la encarnación de todos los males. Se rompía España, se acababa con la institución familiar y se fomentaba un clima de guerracivilismo que nos abocaba a las más tremendas desgracias.

No obstante, el mayor enemigo de Zapatero no fue la derecha montaraz, política y mediática, sino su propia inconsistencia, su falta de discurso más allá de los tópicos, así como el corto recorrido de sus apuestas que, en la mayor parte de los casos, no fueron más allá de lo meramente cosmético. Ello por no hablar de la obscenidad de la que sigue haciendo gala a la hora de mercadear con los votos en el Parlamento, llegando a saberse lo que costaron en más de un caso.

Añádase la negación de la evidencia ante la crisis económica, así como su capacidad para desdecirse, especialmente a partir de mayo de 2010 cuando se aventuró por las mismas políticas que, sobre la teoría, había combatido en los últimos años.

El 2 de abril Zapatero hace oficial su retirada. El 2 de abril, el PSOE vuelve a quedar descabezado. Y es aquí donde entran los apuntes generacionales: los candidatos con más posibilidades a la sucesión, según los mentideros, son Rubalcaba y Chacón. Esto es, un sesentayochista de los más jóvenes y una dirigente socialista que no era adolescente, sino niña cuando tuvo lugar la muerte del dictador.

Apuntes generacionales: la generación que estuvo a caballo entre el antiguo Bachiller y el BUP, la de los nacidos ya muy entrada la década de los cincuenta y siguiente, taponada por un sesentayochismo que legisló su propia conveniencia, pasó por la vida pública no sólo sin haber completado los muchos asuntos pendientes de la generación anterior, sino también cerrando en falso sus propios envites. Generación taponada, que en su infancia todavía sufrió la pedagogía de «la letra con sangre entra» y que, en la edad madura, ejerciendo la docencia, es objeto de agresiones por parte de algún discente al que se le premia su desquiciamiento. ¿Cabe sarcasmo mayor?

Generación taponada a la que le toca presenciar el momento de mayor declive y mediocridad de la vida pública. Generación taponada sin ningún gran pensador que sirva como elemental hoja de ruta. Generación taponada que es testigo de que de las ideologías sólo quedan las siglas. Generación taponada que asiste a su relevo sin la jubilación definitiva de la anterior y sin haber marcado pautas a la siguiente. Generación taponada que ni siquiera esbozó un proyecto de país. Es en este marco, que va mucho más allá del mero anecdotario político, donde hay que situar la retirada de Zapatero.

Para colmo de males, aquí el fátum nada tiene de heroico, nada tiene de épico. Es un fracaso anunciado al que se llega sin rebeldía, en el que desemboca desde el más sórdido entreguismo.

Lo que deja Zapatero tras de sí es no sólo la inconsistencia y el fracaso de una generación, sino también una especie de patriciado, al que alguien llamó «casta política» que desangra la economía del país y que insulta sin cesar a la inteligencia y al idioma.

Insisto: demos un paso más del mero anecdotario político y fijemos la atención en Zapatero, en una generación taponada, sin recambio propio, o bien, la vuelta de un sesentayochismo que nunca se fue del todo, o bien siendo sustituida por los niños de la transición.

¡Qué tremendo es haber vivido la edad de las pasiones que es la adolescencia con el surgimiento de la febril pasión política y, llegada la hora, retirarse desde la inconsistencia y la mediocridad!

De modo que, parodiando a Cervantes, la generación taponada se retira con el «fuese y no hubo nada».