Ya que hoy es el Día de Acción de Gracias y todo lo que se hace en EE UU acaba por repetirse aquí, voy a celebrarlo; eso sí, con algún detalle asturiano. La cita abre la Navidad que, ay, está desapareciendo: razón de más para la sana imitación .

Por las calles de Oviedo ya cuelgan, latentes, las luces de Pascua, les castañes -como siempre, de Zamora: aquí nadie va a la gueta- se venden en el paseo de los Álamos a ocho piezas el euro, algunos acreditados establecimientos reciben encargos para los banquetes de diciembre... pero, lo dicho, la Navidad es la pieza a cazar hasta tal punto que en varias ciudades europeas este año no pondrán el árbol para no ofender a ciudadanos de confesiones distintas de las cristianas. Si eso ocurre con el árbol, el belén pronto rozará el delito. No exagero.

El Papa acaba de decir lo sabido, que en los evangelios no figuran la mula y el buey, y la anécdota se ha comido la categoría de su nuevo libro «La infancia de Jesús». El caso es reírse, despreciar, marginar y hasta prohibir de facto todo lo relacionado con el cristianismo.

La razón es elemental: sólo hay libertad y democracia en los países cristianos -o hasta donde fueron llevadas desde naciones cristianas-, así que es el elemento a eliminar para extender las dictaduras a la totalidad del planeta. La otra gran institución irreductible por los estados totalitarios es la familia y es evidente que están a punto de hacerla desaparecer.

La Navidad es una fiesta cristiana y, por eso, familiar. La presión -mediática y educativa- para que cristianismo y familia desaparezcan es tremenda. Por eso es preciso defenderse y, más allá, contraatacar. Por ejemplo, con el Día de Acción de Gracias que es plenamente familiar y abre con prudente antelación el ciclo navideño.

La alternativa, bien se ha visto a lo largo del siglo XX y ahora mismo, son los horrores de paganismo nazi, del nihilismo comunista y del hedonismo posmoderno.