La Universidad de Oviedo ha iniciado un proceso de fusión de centros de gran alcance utilizando una disposición transitoria del decreto de enseñanzas universitarias oficiales y de centros en el Principado de Asturias, en la que simplemente se contempla la fusión de las escuelas universitarias actuales para dar lugar a nuevos centros, siempre que los centros llamados a fusionarse se encuentren en el mismo concejo y la fusión sea posible por la identidad o la proximidad de las titulaciones impartidas. El proceso no era apremiante, pues la propia disposición permite aplazarlo hasta que finalice la impartición de las actuales titulaciones. Pero en una sesión extraordinaria celebrada hace unos días el Consejo de Gobierno universitario ha acordado elevar la propuesta de creación de la Facultad de Economía y Empresa (fruto de la supresión de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales y de las escuelas universitarias de Empresariales y de Relaciones Laborales de Oviedo), la Facultad de Formación del Profesorado y Educación (resultado de la supresión de la Facultad de Ciencias de la Educación y la Escuela Universitaria de Magisterio) y la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón (consecuencia de la supresión de las escuelas universitarias de Ingeniería Industrial e Informática y de la Escuela Politécnica Superior de Gijón). Estos centros reúnen a más de 11.000 estudiantes. Junto a la razón legal, respecto de la cual nunca se ha explicado por qué no se quiere aprovechar el amplio plazo de tiempo que concede la disposición transitoria, se invocan razones de competitividad, exigencias burocráticas y -por supuesto- la excelencia. La web de la Universidad ofrece en estos días lo que denomina el «todo» sobre el proceso de reestructuración frente a la nada que proporcionaba hasta hace poco.

Este cambio en el suministro de la información es un buen ejemplo de los artificios y de las ficciones que han caracterizado a este proceso. Tras el precedente de la supresión fulminante de la Escuela Politécnica Guillermo Schulz de Mieres -cuyo director se enteró de que dejaba de serlo cuando acudió a lo que creía ser una reunión ordinaria de trabajo-, con el inicio del curso académico se desencadenó una actuación mucho más amplia que, en principio, iba a afectar a los centros ya citados más las tres facultades del campus del Milán; más tarde, en un repliegue estratégico, a estos últimos centros se les concede una corta moratoria. La forma de comunicar las fusiones no pudo ser más conminatoria, pues se informa a los decanos y a los directores de los centros afectados de que no se va a discutir el qué ni el cuándo, sino -acaso- el cómo. A partir de entonces, asistimos a un curioso ejercicio de prestidigitación en el que van saliendo de la chistera rectoral presuntas razones antes no explicitadas y en el que se va reescribiendo la historia. Aunque no se nos había dicho, resulta que el proyecto de Campus de Excelencia ya recogía un proceso de reestructuración, y resulta asimismo que las propuestas de nuevos grados también se referían a él, gracias a la letra pequeña que el Rectorado incluyó en las memorias sin advertir a los órganos que las aprobaron. Al mismo tiempo, se orquestan recursos propagandísticos para dar apariencia de proceso democrático: se abre un plazo de presentación de «observaciones y sugerencias» y se convoca un claustro al que se invita a los decanos y a los directores de los centros que se van a suprimir y en el que la visión idílica que intentó transmitir el vicerrector de Profesorado chocó con numerosas intervenciones en contra, entre las que se encontraron las de la mayoría de los decanos y de los directores citados, coincidiendo todos en pedir información, tiempo y consenso, como el propio rector resumió al final. En este esfuerzo transformista ni siquiera falta la invocación a la «mayoría silenciosa», término que creíamos superado tras el franquismo, pues en democracia la mayoría siempre tiene voz. Pero la realidad no se deja enmascarar, pues en el proceso no ha habido ninguna transparencia. Los representantes de los centros apenas han tenido oportunidad de hacer valer sus argumentos. Las numerosas observaciones presentadas no han sido suficientemente divulgadas ni explicadas, de ellas sólo se conoce la síntesis verbal que ha proporcionado el vicerrector de Profesorado, y es insólito que su texto no haya sido facilitado al Consejo de Gobierno de la Universidad, pese a ser órgano competente para tomar la decisión. En cuanto al claustro, significativamente olvidado por el vicerrector en su intervención ante el Consejo de Gobierno, está claro que se ha utilizado como una mera terapia de grupo y como un trámite incómodo al que había que condescender, no fuera a ser que un número suficiente y plural de claustrales consiguieran forzar su convocatoria, estropeando el guión de la película.

Es posible que la adaptación al EEES y la búsqueda de la eficiencia aconsejen una reestructuración. Pero en una Universidad de larga tradición y estructura consolidada como la de Oviedo un proceso de fusión de centros requiere un estudio a fondo de las fórmulas más adecuadas, del tiempo necesario para llevarlas a cabo y del momento más propicio para materializarlas. Nada de esto se ha hecho en este caso, en el que además se ha alterado el orden racional de las decisiones. En efecto, antes de proceder a reestructuraciones parciales hay que diseñar el mapa global de centros de esta Universidad, laguna que ahora se pretende cubrir remitiendo al proyecto de Campus de Excelencia, documento prodigioso que de estar formado por dos clusters de investigación ha pasado a ser nuestra Biblia particular, en la que todo está previsto y todo encuentra respuesta. Lástima que la comunidad universitaria haya sido informada de este proyecto una vez elaborado y, por tanto, no haya tenido oportunidad de colaborar constructivamente en el sin duda ímprobo trabajo.

La innecesaria precipitación y la ausencia de auténtica participación han impedido valorar un aspecto importante: el posible desequilibrio que puede producirse entre los nuevos centros de grandes dimensiones y los centros clásicos. Si en la organización de las universidades españolas se observan dos modelos, el de centros especializados y el de macrocentros, la Universidad de Oviedo va a acabar siendo un híbrido de los dos, lo que producirá distorsiones que pueden tener consecuencias negativas sobre la estructura de gobierno y sobre la representatividad. En la tendencia a poner el carro delante de los bueyes, los estatutos se han reformado antes, por lo que se ha desaprovechado la oportunidad de incorporar en ellos nuevas fórmulas para atender a estas cuestiones. De otro lado, como el ambicioso plan urbanístico-inmobiliario presentado hace poco por el Rectorado se va a quedar en los planos durante mucho tiempo por falta de financiación, los llamados nuevos centros se van a asentar en los dispersos edificios actuales, de forma que la reordenación conlleva un innegable voluntarismo. Las incomprensibles prisas han soslayado también que unas reestructuraciones de estas características requieren un tiempo para su correcta realización, porque la completa adaptación de las personas y los procedimientos no se consigue sólo con ponerlo en un papel. Asimismo, tampoco han tenido en cuenta que el momento en el que se plantean no parece el más oportuno, justo cuando el conjunto de la Universidad va a implantar los nuevos grados adaptados al sistema de Bolonia en paralelo con la impartición de las actuales titulaciones, con la complejidad que todo ello supone.

Si por algo se ha caracterizado este proceso ha sido por la opacidad, por la imposición y por la falta de sensibilidad hacia los diferentes colectivos. No se ha dado participación real a los equipos directivos de los centros implicados, no se ha informado ni escuchado suficientemente al profesorado ni al personal de administración y servicios y se han desoído las movilizaciones de los estudiantes. Ahora que las decisiones ya han sido tomadas, se llama al trabajo conjunto, lo que no deja de ser un bonito sarcasmo. Con todo ello, se olvida que decisiones de esta trascendencia sólo se legitiman y pueden tener éxito con la implicación convencida de todos desde el inicio del proceso.