Soprano, cantará «Lucia di Lammermoor» el próximo 13 de octubre en el Campoamor

Javier NEIRA

La soprano granadina Mariola Cantarero vuelve a Oviedo, donde hace un año pasó la luna de miel. Y es que tuvo que interrumpir los ensayos de «El murciélago» -pidió un permiso de tres días-, se casó y regresó para el estreno. Ahora, de nuevo en el Campoamor para encarnar el papel de Lucia, en la ópera homónima de Donizetti. La primera función de «Lucia di Lammermoor», segundo título de la LXV Temporada de Ópera de Oviedo, se ofrecerá el 13 de octubre. La producción, ya conocida, es de Ópera de Oviedo. Todo de casa porque en el foso estará la orquesta Oviedo Filarmonía, dirigida por el maestro Marzio Conti y en la dirección de escena el ovetense Emilio Sagi.

-Otra vez en Oviedo pero sin tener que simultanear boda y ópera.

-Estaba aquí ensayando «El murciélago» y me dieron tres días de permiso. No pude hacer el viaje de novios. La luna de miel fue aquí, en Oviedo.

-¿Es difícil hacerse la loca? Lo digo, claro, por la famosa escena que le corresponde a usted.

-Desde el principio de mi carrera vengo haciendo «Lucia». No sé si es difícil hacerse la loca pero es difícil interpretar «Lucia» de manera creíble y natural para que el público la acepte como algo propio y no sólo dar cuatro grititos bien y un sobreagudo espectacular. Hago una «Lucia» verdadera y cercana. Es un personaje actual, maltratada por su hermano, por todos, en un mundo de hombres, de guerreros y de luchadores que la utilizan como moneda de cambio. Cuando cree que ha conseguido algo suyo, el amor de Edgardo, se lo quitan. Es una lectura depresiva y melancólica de la vida con tintes de psicópata ya que llega al asesinato. Pasa la línea y va más allá.

-¿Una optimista como usted cómo se arregla con este papel?

-Bueno, soy melancólica y esta música romántica y belcantista me transporta a un universo paralelo. Sobre todo cuando la flauta presagia la escena de la locura. Ahí se para el mundo y no soy yo, hay un momento mágico, me ocurre algo desde que la debuté hace doce años. Me lleva a otro mundo.

-Una escena difícil, que requiere actuar, que es bonita pero no de las más agradecidas.

-La pazzia, la locura en italiano, de «Lucia» es distinta de las de «Puritanos» o «Sonámbula». Para mí lo más difícil es la cadencia con la flauta que exige una simbiosis con el instrumento. Lo demás son frases sueltas con muchos silencios, que los silencios son también música y requieren las pausas dramáticas. Así llega y emociona. Si se hace como un autómata con mucho movimiento se pierde la esencia de la melodía que escribió Donizetti porque en las frases sueltas y aparentemente sencillas reside la melancolía, la locura y el dramatismo de Lucia.

-¿El maestro Conti le deja hacer?

-Me deja.

-¿Y Sagi?

-También me deja. En ese sentido soy una privilegiada. Trabajo en un maravilloso teatro y hay compañeros que lo están pasando mal.

-Está arriba, muy arriba.

-Bueno, luchando, siempre se lucha y en estos tiempos mucho más. Con Sagi es la quinta vez que hago esta producción. La debuté en Córdoba con 22 años. Ahora tengo 34. La hice en Las Palmas, en Murcia... es el papel que más he cantado. El maestro Conti la debuta ahora y lo hace maravillosamente, busca colores y dinámicas, hace un trabajo muy bonito con las voces. Casi de música de cámara. Creo que se va a enriquecer muchísimo. La orquesta, según me dicen, está sonando muy bien. La producción es de Oviedo, se remodeló con Santiago de Chile y es la que veremos después de girar por toda España y parte del extranjero.

-¿Cómo la definiría?

-Es básica. Tiene el sello Sagi. Y es en cierta medida tétrica, con negros y rojos. Colores límite para que el espectador sienta agonía con lo que ve, no sólo con lo que oye. No es la típica «Lucia» del cementerio con la cruz y demás. Funciona muy bien.

-La ópera está cambiando.

-Está cambiando todo. Viéndolo positivamente ahora valoramos lo que tenemos. Antes se gastaba dinero a lo tonto con cachés desorbitados. Ahora se ajustan al valor de las cosas. No hay el despilfarro de grandes producciones de millones y millones. Creo que nunca volverán las grandes producciones porque la ópera se puede hacer con poco. El trabajo y la carrera de los cantantes hay que valorarla. Tenemos una vida distinta a la del resto de los mortales con sus cosas maravillosas. Pero con peros y carencias. Eso requiere valoración por parte de los teatros. Se está ahorrando en otras cosas y así al final todos llegaremos a buen puerto.

-El Campoamor, que tiene 120 años, nació en una ciudad de apenas 20.000 habitantes, así que la tradición cuenta mucho.

-Este teatro no cerró nunca o al menos nunca dejó de haber ópera en Oviedo. Eso quiere decir que hay una raíz y un gusto por la ópera que es muy importante. Se está haciendo un gran esfuerzo para que eso siga adelante. Las subvenciones no son las mismas. Estamos haciendo esfuerzos los cantantes, los cachés no son lo que eran, el público debe valorarlo porque es algo que se hace con el corazón y casi por amor al arte. Con mucho altruismo.

-No cambia el estudio.

-No, eso no cambia. Yo empecé en el año 2000, que es cuando debuté en Italia con un papel protagonista. Ya cantaba antes. Nunca se para de estudiar. En este papel he evolucionado. No es igual cómo cantaba «Lucia» hace diez años y ahora. Hay una evolución física, técnica y sobre todo psicológica. Antes era más niña e inocente y ahora más consciente.

-¿Mala?

-No, no creo, pero algo resabiada. La vida te da toques algunas veces. No graves, soy afortunada. Y algunas decepciones y eso te hace crecer y te permite luchar por lo que importa.

-¿Cómo puede una granadina vivir fuera de Granada?

-Vivo entre Madrid y Granada. No la puedo dejar. Me van a dar la medalla de la ciudad. Me dieron la de Andalucía antes. Y con eso me hicieron ilustrísima señora doña, que así me llegan la cartas. Ahora con Granada...

-Pues excelentísima señora.

-No lo sé. Siempre me hacen volver. Me encanta. Pronto haré «Marina» con una producción del teatro de la Zarzuela con un reparto de lujo.

-En nada, vuelta a hacer las maletas.

-No me gusta mucho. He llorado muchas veces sola por las noches, en los hoteles. De todos modos, ahora con todas las tecnologías no tanto, no está una tan aislada. Hacer y deshacer maletas no va conmigo.