A ver cómo lo explico. Salí del Tartiere eufórico, pero con un poso de melancolía. No me podía quitar de la cabeza la ocasión de Fabbrini. Y me lamentaba. Y los amigos me decían: "Pero ¿qué más da?" Y no, no era por la posibilidad de alcanzar el segundo puesto -el goal average y esas cosas son muy complicadas para un filólogo- sino que quería el tercer gol, necesitaba una liberación. Según el reloj, puntualmente arrancado cuando comenzó el tiempo añadido, al partido aún le quedaban unos segundos. Y ya se sabe que en el fútbol pasan cosas muy raras.

La ilusión que generó esa carrera contra la portería vacía nos hizo volver a todos a la infancia. Y fue también un poco metáfora de un cambio de ciclo. Esas cosas antes al Oviedo nunca le pasaban. Lo veías por la tele, pero jamás de los jamases tuvimos a dos jugadores corriendo hacia una portería rival sin portero y con medio campo por delante. Si hasta el pobre Rayco tuvo que regatear al guardameta rival en aquella eterna carrera frente al Guadalajara.

Fue el del domingo un partido de reivindicación del oviedismo. De todo lo sufrido, todo lo vivido y todo lo aprendido. Una demostración de humildad y de saber estar que son el resumen de más de una década catando el barro. Me gusta mucho, por original, la versión de Cuéntame que canta la afición rojiblanca. "Cuén-ta-me ¿cómo te ha ido por esos campos de Segunda B?" Lo cierto es que nos fue bastante bien, compañeros. Con todo en contra y pasando momentos muy duros, hemos vuelto. Y, como seguramente comprobásteis, nos sabemos de memoria la letra y la entonación del Volveremos de Melendi. Que es una canción complicada de narices. Pero es que la llevamos grabada a fuego.

No había comenzado el partido y el Real Oviedo ya ganaba uno a cero. La llegada al estadio de ambos equipos fue de una normalidad absoluta. Sin estridencias. Sin energúmenos que tiraran ningún objeto al autocar del rival ni descontrolados que generaran incidentes a la llegada de su propio equipo. Y sí, hay que ponerle una medalla a la APARO, porque la gestión de los tiempos fue ejemplar. Y también a quien haya organizado la seguridad el partido. Desde el diálogo y la coherencia se hacen mucho mejor las cosas. Nos queda, todo hay que decirlo, cierto regusto amargo por la criminalización del partido de ida a partir de unas camisetas y el paso de puntillas por temas mucho (muchísimo) más graves.

Durante el partido, fue emocionante ver a todo el estadio cantar. El Tartiere ha vuelto a escena mucho más caliente de lo que se fue. Y lee mejor los partidos. Tras unos primeros minutos muy buenos del equipo, con todo el mundo centrado, fue ponernos a cantar algo sobre nuestro eterno rival y llegar su gol. Recordó a aquella promoción contra Las Palmas en la que con el 3-0 empezamos a hacer la ola y el equipo se fue del partido. Las gradas también juegan, y el domingo el Tartiere lo entendió con el primer golpe. No hicieron falta más.

Ahora será clave disfrutar del momento sin perder la perspectiva y la humildad (Anquela es mi pastor, nada me falta). Tenemos un equipo que pelea, que conecta con la hinchada y al que algún día le tocará perder. Pero ahora no podemos convertirnos en aquello que tanto hemos criticado en ese tiempo. La humildad y el corazón, tan repetidos desde el club a lo largo de la temporada, tienen que estar más presentes que nunca.

El fin de semana fue redondo para el oviedismo. La ciudad vivió esos días en los que se respira fútbol. Y cientos de oviedistas llegados de todas partes del mundo pudieron disfrutar de una gran victoria de su equipo. Una victoria redentora. Igual que el empate de la ida fue mucho más que un empate, lo del domingo fue mucho más que un triunfo. Nos lo merecíamos. Y también todo lo bueno que está por llegar. Cabeza fría.

P.S: mi madre, que es muy oviedista, se pasó el fin de semana pidiéndome que hiciera recados. Si dudaba, me decía: "si no lo haces, no ganamos". El domingo me pidió que llevara el pan a la hora de comer, pero la cabeza no estaba para detalles.

El dios del fútbol me perdonó y me regaló la victoria, pero supongo que, si hubiera comprado el pan, Fabbrini hubiera anotado el tercero.