Mónica Boullosa

Decía Lacan, controvertido psicoanalista del siglo pasado, que la verdad es lo que se resiste al saber. Pero Angélica Lidell, en toda su extenuante fragilidad, a veces consigue acariciarla. Todo... el público anoche se lo podía esperar todo de esta musa del dolor, todo, menos a una niña de unos 5 o 6 años para abrir uno de los espectáculos más esperados de esta nueva temporada de Laboral Escena, «La casa de la fuerza». Su pequeña e inocente figura marcó la línea de salida de un largo y proceloso itinerario de casi cuatro horas, iluminado por la rabia, la angustia y la desesperación.

No fueron pocos los símbolos convocados para recrear una de las historias más antiguas de la humanidad, la de la ancestral debilidad de ellas frente a la habitual fortaleza de ellos cuando se trata, por ejemplo, de eso que llaman amor.

Dividida en tres partes, la primera comenzaba con una imagen de gran belleza plástica y nítido y contundente mensaje; luego vendrían muchas más. Abiertas de piernas y con las bragas bajadas, desparramadas por el suelo en torno a una mesa con sillas, yacían dos mujeres vestidas de princesa a lo Walt Disney. Sus voces en off, hábil recurso para que cada cosa, texto e imagen, presencia y conciencia tuvieran su protagonismo, iban diciendo, a modo de diálogo monologado, hablaban de soledad y de caricias que son bofetadas. Después vinieron los mariachis, las cervezas y el tabaco en torno a esa misma mesa donde las tres, ahora con Angélica, guardaron un largo silencio y midieron sus fuerzas.

En la segunda llegó por fin su monólogo, sincero, hilarante y despiadado, donde la masturbación vía webcam se convierte en metáfora de la intensidad del sufrimiento particular versus sufrimiento de la humanidad, y la risa entre nerviosa y desahogada del público es reprendida sin pudor. En esta ocasión, la acompañaban la prodigiosa voz y el chelo de Pau de la Nut.

Los análisis de sangre, las pesas, la tonelada y media de carbón vertida sobre el centro del escenario y después absurdamente trasladada a pocos metros de él por las tres intérpretes, ahora vestidas de muñecas antiguas, con la consiguiente nube tóxica, el desplazamiento de sofás... todo se fue sucediendo como un preludio del horror que vendría después.

La tercera y última parte, el testimonio desgarrador de otras tres mujeres. Llegadas de México para recordarnos la masacre continua con la que el narcotráfico sigue castigando, violando y asesinando a esa numerosa parte de su población vulnerable, humilde y sencilla, que pretende sacar adelante a sus familias con trabajos miserables. Todos tienen nombres y apellidos. Algunos son hombres; muchos otros, mujeres.