El equipo A tiene una ventaja que aprovecha a medias: la serie original era muy flojita. Simpática, entrañable, ocurrente, vale, lo que quieras, pero muy flojita, con chistes de saldo, argumentos fotocopiados, planos repetidos hasta la saciedad de vehículos brincando al ralentí y ensaladas de tiros y explosiones sin muertos ni heridos. Al llevarlo a la pantalla grande (y sin 3D, gracias, todo un detalle, y qué buena la broma-autohomenaje a su costa) se convierte el prólogo de escasos segundos que abría cada capítulo en la razón de ser de la película (que a su vez tiene otro prólogo presentación, en realidad estamos ante un prólogo de prólogos, qué lío), y lo más interesante está ahí, en esa aventura por los desiertos iraquíes con engaño incluido que muestra las mejores armas de un director que se desmarca en su narración convulsa y frenética de la temible escuela de Michael Bay o Tony Scott para acercarse más a la de Paul Greengrass o Ridley Scott. Es decir, cámara bailona y montaje saltimbanqui, pero sin marear la perdiz más de la cuenta y con los vaivenes justificados por aquello de la acción realista dentro de un desorden. Por cierto, hay algún que otro muerto, aquí las balas dan en el blanco.

El problema es que, una vez consumada la tra(d)ición y metidos en arena de otro costal, la fuerza de El equipo A se va por la boca del riego digital, el barullo de una trama galimatías y una sucesión de acciones disparatadas (lo del tanque volador es muy fuerte, tanto que incluso es divertido con esos planos enloquecidos del tipo disparando la ametralladora contra un caza, pero la carrera por fachada es grotesca).

En fin, que la función aguanta mientras conserva cierto regusto de la serie mejorándola (los actores son muy superiores, sobre todo el nuevo Murdock, menos bobón, y un sobrio Liam Neeson que da a su personaje mucha más consistencia digamos moral que George Peppard) y se viene abajo cuando se limita a subirse al carro de la acción descacharrante y sin sentido, convirtiendo a los personajes en muñecos de pimpampum a mayor gloria de los efectos digitales. Imprescindible verla con un buen cartón de palomitas y las neuronas en «stand by».