Ésta es la historia de un registrador de la propiedad con ambiciones literarias que estaba dispuesto a todo por encontrar la Idea de la novela perfecta y que, después de tres años en búsqueda del ansiado argumento, ha acabado convertido en un viajero aventurero que ha recorrido 67 países en solitario a lomos de una moto que ya va por los 100.000 kilómetros en el contador. Es la historia de Miquel Silvestre (Denia, 1968), el hombre que se hartó del magma de comodidades que iba devorando su capacidad de ensoñación y que el 15 de abril de 2008 -arañando los 40 años- consiguió la excedencia en el trabajo y emprendió su primer viaje. Enfermo de literatura, se marchó a la Toscana por ser el único paraje del mundo que Josep Pla hubiera salvado del fuego. La BMW GS 1200 que cargaba en el barco y el viaje italiano eran la excusa: él sólo iba mirar a la gente y a descubrir nuevos paisajes mientras esperaba la llegada de la gran Idea de ese libro que, después de tres novelas y algunos cuentos publicados con escaso eco, lo consagraran -esta vez sí- en el Olimpo de las letras. Pero la Idea, tras quince días en la Toscana, no llegó. Y Miquel Silvestre probó suerte en Irlanda, otra vez con su moto como compañera. Allí tampoco encontró la novela, pero tropezó con una historia que le cautivó. «En Irlanda», cuenta Miquel Silvestre desde un hotel de la República Checa, «descubrí el rastro de los náufragos de la Armada Invencible y hallé la historia de un personaje esencial: el capitán Francisco de Cuéllar, uno de los pocos miembros de la Armada que lograron salvarse y que escribió una carta a Felipe II contándole sus desventuras durante los siete meses que estuvo vagando por Irlanda». Pasional como es, Silvestre se enamoró de la historia y decidió recorrer el camino de Cuéllar con la moto hasta dar con las humildes tumbas de aquellos desdichados héroes de la Invencible, de quienes publicó algunos reportajes en la prensa española. Igual que se había enganchado a los viajes en moto, fue entonces cuando se aficionó a seguir el rastro de los antiguos exploradores españoles y contarlo.

De ese modo acabó con la moto en Estados Unidos para cruzar América del Norte de esquina a esquina (Miami-San Diego-Vancouver-Quebec-Nueva York). Buscó en Florida los vestigios de su conquistador español Juan Ponce de León. Fue a Saint Augustine, primera ciudad de Estados Unidos, para hallar las huellas de su fundador español Pedro Menéndez de Avilés. También cruzó el desierto americano de Anza Borrego, en homenaje al capitán español Juan Bautista de Anza, el primero que lo consiguió cruzar a pie y llegar a California por tierra, y recorrió el Camino Real de las misiones que impulsó en California el franciscano Fray Junípero Serra. Desgranarlo todo sería imposible. Tan imposible como le parecía a Silvestre su siguiente aventura. Ésta sí, de palabras mayores. Llegó a Kenia para escribir el reportaje de una ONG y, cuando apenas se había dado cuenta, se vio comprando una moto de segunda mano al jefe de la televisión alemana en África del Este y enfilando la carretera con 10.000 kilómetros por delante y el reto de llegar a Ciudad del Cabo (Sudáfrica). «Yo ni siquiera sabía qué país iba detrás de otro porque nunca había planeado un viaje por África». Ahora recita de memoria aquel periplo: «Kenia, Tanzania, Zambia, Zimbabue, Botsuana, Namibia, Sudáfrica, Lesotho, Swazilandia y Mozambique». Después completó la aventura con el viaje en moto por Marruecos, el Sahara, Mauritania, Senegal y Malí. Y en ese periplo africano, ahora sí, Miquel Silvestre vio la luz. Pero fue una luz muy distinta de la que esperaba hasta entonces. «Abandoné por completo la idea de escribir una novela al darme cuenta de que lo que me estaba sucediendo era mucho más interesante que cualquier argumento de ficción que yo pudiera imaginar», explica. Y se lanzó a escribir el libro de viajes «Un millón de piedras» (Barataria) y a relatar esa aventura en moto por catorce países africanos durante cuatro meses: «Por ahí desfila la historia de una prostituta en un hotel de Harare (Zimbabue), las monjas de un hospital católico en el norte de Kenia, un portugués mafioso en la frontera entre Namibia y Sudáfrica, el ángel que me rescató cuando tuve un accidente en Sudáfrica, las enfermeras de un hospital de Lesotho que me curaron las heridas, el recuerdo de los grandes exploradores como Vasco da Gama, Stanley y Livingstone, el conflicto de Mozambique, las tensiones políticas en Sudáfrica, la situación de Al Qaeda en Mauritania...»

Miquel ya tenía el libro. Pero quería más droga aventurera porque le permitía tres cosas: «Reivindicar parte de nuestro pasado explorador, vivir una aventura mientras iba a buscar el rastro de aquellos hombres, y hallar una materia prima fantástica para escribir: rescatar el recuerdo de los antiguos exploradores y contar cómo son ahora los lugares que ellos vieron». Y tras dos grandes periplos en moto por Asia central y el sur de la cuenca mediterránea, en los que husmeó el rastro de Adolfo Rivadeneyra, el español que se trajo tablillas de Mesopotamia; de Fernando de Arana, el arquitecto de Damasco que levantó más de setenta edificios decimonónicos, o de Ruy González de Clavijo seiscientos años después de que el viajero pisara la mítica Samarcanda, Miquel Silvestre ha iniciado el proyecto definitivo: un viaje en moto de 18 meses de España a Alaska siguiendo el rastro de otros grandes exploradores españoles.

Empezó el 10 de julio en Noruega y será una expedición alrededor del mundo, explica, «para mostrar quiénes fueron Pedro Páez, descubridor de las fuentes del Nilo Azul en Etiopía; San Francisco Javier, misionero en el Pacífico; el coronel Palanca, conquistador de Saigón (en la guerra de la Cochinchina del siglo XIX); o Urdaneta, explorador de Filipinas. Pero no sólo me interesan los hombres, también quiero escuchar el chabacano, ese raro idioma con un 50% de viejas palabras castellanas que se habla en algunas islas de Malasia, o visitar Cordova y Valdés de Alaska, los dos topónimos españoles más septentrionales del planeta». De esta aventura sacará otro libro un hombre mitad escritor mitad viajero, que se considera «el último eslabón de la larga cadena de exploradores españoles».

Llegó a Gijón en 2002 y por aquel entonces atendía por José Antonio Miquel Silvestre. Fue en Asturias donde este alicantino de nacimiento (Denia, 1968), hijo de un registrador de la propiedad y una médica, tuvo su primer destino profesional tras aprobar brillantemente las oposiciones a Registros. Tan brillantemente que obtuvo el número 1 de España. Sin embargo, la inquietud es una tónica vital de Miquel Silvestre, que antes de culminar la licenciatura de Derecho había pasado por la Facultad de Ciencias Políticas, sin llegar a acabar la carrera porque «no le veía salidas de interés». Al final le hizo caso a su padre y opositó con la intención sana de obtener algún puesto seguro y tranquilo desde el que poder dedicarse a más cosas. Como la literatura, las colaboraciones periodísticas con LA NUEVA ESPAÑA, o los viajes. Como registrador de propiedades en Asturias -con vivienda en Quintes-, Miquel Silvestre se ocupó durante años del área de Carreño, Candás, Jove y el Lauredal y aprendió que «detrás de cada finca hay una persona».

En sus aventuras, Miquel Silvestre siempre viaja solo. Duerme en hoteles, albergues o tiendas de campaña. Tiene patrocinadores privados que le financian la mitad de sus aventuras. El resto lo completa con sus ahorros y los reportajes y libros que consigue vender. Siempre ha sido soltero y no tiene hijos. «Si tuviera hijos, no tendría dinero para hacer estas cosas ni tampoco me parecería bien que por seguir esta vocación me pasara cualquier cosa y dejara a unos hijos sin padre», explica. Su lugar preferido es Turquía. Accidentes, averías, robos, enfermedades. Ha sufrido casi de todo.

Ha experimentado el reconocimiento y la envidia sana de otros viajeros y la incompresión de la gente local a las aventuras de este «blanco». Y ha aprendido una lección: «Que la gente es buena, decente y que el mundo es un lugar mejor y mucho más habitable de lo que uno piensa al verlo sólo por televisión». Dice que cuando se le acabe el dinero volverá a su plaza de funcionario».