Antes de que el movimiento revolucionario estallara con toda la violencia, Asturias ya había vivido jornadas de gran tensión política y social que revelaban la existencia de una profunda agitación. El mitin que la CEDA y José María Gil Robles convocaron en Covadonga el 9 de septiembre de 1934 fue considerado por la izquierda una provocación y respondió ante ella con el llamamiento a una huelga general que fue ampliamente secundada. Las carreteras que llevaban a Covadonga fueron objeto de diversos sabotajes, lo que no impidió que varios miles de seguidores de la CEDA se concentraran en la explanada de la basílica a escuchar a su líder nacional, que manifestó rotundo: «¡Hasta aquí hemos llegado y de aquí no se puede pasar!». En la noche del 10 de septiembre fue sorprendida y abortada por la fuerza pública, a la entrada de la ría del Nalón, una operación de desembarco de armas desde el vapor «Turquesa», en la que aparecieron implicados algunos dirigentes socialistas, entre ellos el ex ministro Indalecio Prieto.

Fernando Blanco Santamaría, gobernador civil de Asturias, en un informe dirigido al ministro de la Gobernación, avisaba de que se preparaba una intentona revolucionaria, «sin plazo y sin fecha, pero también sin disimulos». No los tenían, desde luego, los jóvenes de las Juventudes Socialistas que desafiaban los domingos la prohibición del gobernador y desfilaban marcialmente uniformados con camisas rojas, con el puño en alto y cantando la «Internacional». El gobernador civil pidió al comandante militar que preparara un plan de defensa de Oviedo, y en la noche del 3 de octubre, Fernando Blanco mandó al director de la Fábrica de Armas de la Vega que retirara los cerrojos a los más de veinte mil fusiles allí guardados. No fue posible realizarlo, pero a las 3 de esa noche, varios camiones trasladaron las municiones guardadas en la Fábrica hasta el cuartel de Pelayo.

Nada más recibirse de Madrid la confirmación de la orden para comenzar el movimiento, sobre las diez de la noche del 4 de octubre, se produjo un imparable movimiento de avisos desde Oviedo hasta las cuencas mineras, Gijón, Avilés y otros lugares, para desenterrar las armas y poner en marcha la revolución tanto tiempo anunciada. Ese mismo día se sumó el Partido Comunista a la Alianza Obrera, que habían suscrito inicialmente los socialistas y la CNT, el 31 de marzo de 1934, y a la que se unieron otros pequeños grupos, como el Bloque Obrero y Campesino e Izquierda Comunista. El primer choque sangriento se produjo en Posada de Llanera, sin haberlo buscado los revolucionarios, y allí cayeron los primeros muertos de la revolución. Pero esta acción imprevista dejó sin armas a Gijón, donde los anarquistas esperaron toda la noche por ellas, y Avilés. De lo ocurrido en Posada de Llanera tuvo noticia inmediata el gobernador civil, que envió refuerzos. A lo largo de la noche del 4 comenzaron a llegar al Gobierno Civil las noticias de ataques a los cuarteles de la Guardia Civil y de Asalto de Olloniego, Mieres, Ujo, Santullano, Turón, Sama, Ciaño, El Entrego, Barredos, Pola de Laviana y otros. Fueron enviados refuerzos urgentes a Mieres y a Sama, pero los primeros no pudieron pasar de Manzaneda, donde los de Asalto primero, y unidades del Ejército después, fueron incapaces de vencer la resistencia que varios grupos de mineros ofrecieron a su avance, y regresaron a Oviedo al anochecer transmitiendo los peores augurios a la capital asturiana, en la que había fracasado la acción sorpresiva que los revolucionarios tenían preparada para la noche del 4 al 5.

A golpe de dinamita, manejada por los mineros con habilidad y arrojo al mismo tiempo, los cuarteles de la Guardia Civil fueron cayendo uno tras otro en poder de los revolucionarios, que mejoraron su corto armamento con el tomado a los guardias. El gobernador civil pidió refuerzos al comandante militar de Gijón, donde sólo había huelga, y al gobernador civil de León, y a las 11 de la mañana del día 5 delegó el mando en el comandante militar de Oviedo, coronel Navarro, y se declaró el estado de guerra. En Madrid, el nuevo Gobierno celebraba su primer Consejo y adoptaba las primeras medidas para solucionar el movimiento que se había desencadenado en Asturias y en otras muchas provincias.