La Virgen de Covadonga sin su tradicional manto es «otra» Santina. Las imágenes que ilustran este reportaje sorprenderán a muchos. Es, efectivamente, la Santina. La Santina tal cual, sin el aparataje de ropa que la caracteriza y la ha convertido en uno de los grandes iconos del Principado.

Un reportaje para el que LA NUEVA ESPAÑA ha contado con la colaboración del personal del santuario de Covadonga y de quienes colaboran diariamente en el mantenimiento de la cueva y la imagen, que data posiblemente del siglo XV. Nada sabemos de su autor, aunque es probable que fuera realizada en un taller asturiano, quizá ligado a la Catedral y a su entorno ovetense. El abad de Covadonga, Juan José Tuñón, recuerda que «a la entrada de la Cámara Santa había un altar dedicado precisamente a la Virgen de Covadonga, por tanto estamos hablando de una devoción que estaba en la Catedral y además en lugar muy noble».

Una talla llena de sorpresas, aunque la inmensa mayoría de los lectores sólo la conozca por su rostro, mirada serena al frente, nariz recta, boca pequeña, piel brillante, aspecto casi infantil. Pensativa y, si se quiere, un tanto ensimismada.

Pero ¿qué hay detrás de esa cara? Esta información obligó al traslado durante unos minutos de la imagen de Covadonga desde la cueva donde se la venera hasta una de las dependencias de la Casa de Ejercicios. Allí, en el primer plano, la talla que los fieles observan a no menos de dos metros de distancia, cobra una dimensión insospechada. Para mejor.

¿Qué pasaría si un día la Santina apareciera así, sin manto, vestido, rostrillo, rosa en la mano y corona, sobre el altar de la cueva? Hay quien piensa que para muchos visitantes al santuario sería todo un trauma: «Ésta no es la Virgen, que me la han cambiado». Pero la talla aguanta las distancias cortas... y de qué manera. Está llena de detalles, cincelada con esmero y alejada de ese tópico que no sin razón va unido a las «imágenes de vestir» en la iconografía religiosa: rostro muy trabajado, pero cuerpo para cubrir el trámite.

La Santina sin corona anda por los 70 centímetros de alto. La talla de madera pesa lo suficiente como para ser trasladada con todo el cuidado del mundo por dos personas. La responsabilidad en este caso recae sobre Tomás Javier Camblor y José Ángel Vecino, dos de los trabajadores del santuario. La ironía es inevitable: mira que si ahora se cae...

La Santina de Covadonga tiene el cabello largo, por debajo de los hombros, de color castaño y ligeramente rizado. Un vestido verde azulado, estampado con flores rojas y con los remates en oro, que le llega hasta los tobillos y no impide la visión de unos escuetos zapatos negros, que pasan inadvertidos a los fieles por las ropas con las que se expone en la santa cueva.

El Niño está desnudo. Se trata de una pequeña talla que tiene todos los visos de ser posterior a la de su «madre». Los visitantes a la cueva de Covadonga lo conocen vestido con ropaje que siempre hace juego con el atuendo materno. Mira a la Virgen y enseña su pelo, también castaño oscuro, a los fieles. Por eso algunos creen que es de raza negra, confundiendo cabello con rostro. Llama la atención la mano derecha del Niño, que parece querer tocar el pelo de su madre. Los ropajes le quitan expresividad a esta figura diminuta que parece flotar sobre la mano derecha de la Santina, unida a ella a través de un sencillo mecanismo.

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