Lamentablemente, no pude asistir a la reunión convocada por la Federación Asturiana de Concejos para analizar el documento «Queremos una Asturias mejor» elaborado por Compromiso Asturias XXI, pero me gustaría participar en este debate que plantea una asociación que reúne a 630 asturianos altamente cualificados que viven fuera de nuestra tierra pero que muestran un encomiable interés por su patria chica. Su esfuerzo, su vitalidad, su compromiso y su experiencia son, sin duda, una buena prueba de que Asturias tiene potencial suficiente para afrontar los difíciles momentos que vivimos.

El documento «Queremos una Asturias mejor» plantea cinco debilidades y cinco puntos fuertes de nuestra comunidad que pueden resumir la realidad que vivimos y, por lo tanto, son un buen punto de partida para sacar conclusiones que nos ayuden a cambiar el rumbo y a generar una estrategia común para conseguir que esta tierra supere su marginalidad geográfica, política y económica. Con ánimo de sumarme a ese debate me gustaría plantear algunas ideas que, desde mi experiencia municipal, considero básicas para conseguir situarnos en condiciones óptimas para planificar y construir un futuro mejor.

La primera es que Asturias necesita una transición política y social que propicie un cambio de mentalidad, de hábitos y de comportamientos, no ya sólo en los partidos políticos, sino también en la propia sociedad asturiana. Porque, creo que la política y los políticos son el fiel reflejo de la sociedad a la que representan y sirven. Y tanto unos como otra, en Asturias, mantienen unos postulados anclados en el pasado como consecuencia de la propia historia de nuestra comunidad. Así, hay una posición mucho más distante de la que ideológicamente, hoy, debería existir entre los distintos planteamientos políticos, provocando fronteras casi insuperables que impiden que Asturias pueda adaptar su ritmo político a las exigencias de los nuevos tiempos. Somos herederos de una historia marcada por una fuerte concienciación sindical apegada a la industria de los siglos XIX y XX y de una burguesía que tampoco evolucionó mucho más allá de esos parámetros antes de «deslocalizarse» dejando en Asturias una cierta orfandad pese a la continuidad de unas pocas grandes sagas, lo que lleva a liderazgos políticos o muy sindicalizados o muy personalizados y, con ello, difícilmente reconciliables aun cuando se trate de buscar soluciones de futuro para todos los asturianos.

La propia sociedad asturiana responde a esos mismos parámetros, como bien demuestran todas las citas electorales de la democracia. Hay un voto definido e inamovible que se inscribe en la izquierda y otro, igual de definido y difícil de cambiar, que se alinea en el centro-derecha. Y dado que uno y otro responden a parámetros históricos, resulta casi imposible que se muevan de su posición y, cuando lo hacen, no siguen criterios de oportunidad, de necesidad o de lícito interés, sino -y lo tenemos muy cercano- de una cierta mística de la salvación que encumbra a líderes extemporáneos, más por sus supuestos valores de «superhombres» que por sus méritos o proyectos, más por sus mensajes de anárquica ruptura que por sus mensajes integradores, innovadores y reformadores, más por sus apelaciones al orgullo de pasadas gestas patrias que por sus planteamientos reales y realizables de futuro.

La sociedad asturiana tiene que cambiar su visión de la política y de los políticos. Los partidos políticos asturianos tienen que cambiar. Y es difícil establecer quién puede cambiar antes para cambiar al otro después. Pero lo cierto es que los dos deben cambiar: la sociedad, entendiendo que, por suerte o por desgracia, ya no hay dos mundos irreconciliables en lo ideológico; y los partidos, asumiendo su papel de referencia de esa nueva visión, rejuveneciendo sus estructuras, renovando sus liderazgos, afrontando la responsabilidad de hacer lo que hay que hacer por encima de lo que parece que es conveniente hacer para no romper la «tradición» política asturiana que sitúa a la izquierda y a la derecha en polos opuestos e irreconciliables. Y, modestamente, creo que en Oviedo estamos avanzando en esa dirección. En este Ayuntamiento hemos llegado a acuerdos con el PSOE, y no ha pasado nada; el electorado de ambos ha entendido ese esfuerzo como lo demuestran los últimos resultados en las elecciones autonómicas. Hemos llegado a acuerdos con todas las fuerzas políticas, haciendo, todos, un gran esfuerzo de responsabilidad y huyendo de estereotipos ideológicos que, hoy más que nunca, van en contra de lo que la sociedad necesita. Pero ése es un camino que en Asturias todavía cuesta recorrer porque parece imposible superar las barreras ideológicas que se alimentan en nuestra historia. Y así estamos como estamos: sin gobierno, sin ilusión social, sin proyectos de presente ni, mucho menos, de futuro, y cada día más hundidos en ese abismo que es la crisis que padecemos y que nos hace más marginales.

Estamos así porque tenemos pendiente una transición política hacia la modernidad que nos haga comprender a todos -a la sociedad y a los partidos políticos- que las ideologías no son una frontera insuperable, sino un cauce para una actuación responsable; no son un elemento de separación sino un escenario de diálogo en el que es posible el acuerdo, porque el único camino imposible para una sociedad que quiere progresar es pasar del gobierno exclusivo de los postulados ideológicos inamovibles al desgobierno de los personalismos, de la épica trasnochada y de la ilusión ficticia de quienes sustituyen los proyectos por mera propaganda.

En Asturias necesitamos también una transición en las administraciones públicas. En realidad, ésa es una asignatura pendiente en toda España, pero aquí adquiere, si cabe, mayores proporciones. Una transición que tiene, a mi juicio, dos niveles: el de la organización y el de la gestión.

No voy a entrar a plantear lo que casi todos pensamos en cuanto a que resulta insostenible que un país del tamaño del nuestro tenga 17 estados autonómicos porque ése es asunto de otro debate. Pero centrándonos en nuestro propio Estado autonómico es evidente que sus administraciones públicas precisan una profunda reforma en su organización para ser más eficiente y para responder a las necesidades de la sociedad asturiana. Es imprescindible «adelgazar» y reorientar la «Administración autonómica, y es imprescindible reordenar la organización territorial de Asturias. Tenemos 78 municipios y ésa es una estructura administrativa que no se puede sostener sin provocar grandes discriminaciones entre los asturianos, dependiendo del concejo en el que vivan. Sin duda, es necesario desarrollar una política de áreas metropolitanas, consorcios o uniones que, respetando la autonomía municipal, optimice al máximo los recursos para rentabilizar servicios, garantizar calidad de vida a los vecinos y aprovechar todo su diverso patrimonio con un sentido de interés regional. En Asturias tenemos municipios separados por 10 o 15 kilómetros, una distancia que en buena parte del mundo supone hablar, no ya del mismo municipio, sino de una misma ciudad. Y en lugar de caminar hacia una integración entre ellos, como bien señala el documento de Compromiso Asturias XXI, aquí imponemos la visión localista, la competencia entre ellos. Gracias a esa errónea visión hoy tenemos el dudoso mérito de contar con tres campus universitarios a una distancia de 25 kilómetros, con palacios de congresos por doquier que compiten entre ellos como si no fuera excesiva ya la competencia que existe en este sector en España, con programaciones culturales que se solapan y confrontan para ofrecer lo mismo a una distancia que en cualquier gran ciudad se marcaría en barrios y no en municipios, con un agotador esfuerzo de promoción turística individual que anula buena parte de nuestro gran potencial turístico regional? ¿Cuántos cientos o miles de millones de euros se han enterrado y seguimos dilapidando en esta política de distinción y no de unión entre asturianos?

Desde hace años se viene hablando de un área metropolitana de las grandes ciudades de Asturias, pero yo creo que esa configuración no es la más apropiada porque, al final, propiciaría una mayor distancia entre ellas y el resto de municipios de la región. Esas ciudades, por su capacidad y organización, deberían ser el centro de nuevos macroconcejos en los que se reunieran los municipios de su entorno para aprovechar al máximo todos los recursos y para poner en valor todo el potencial que atesoran. De esta forma se propiciaría una utilización más racional y eficiente de los presupuestos públicos y una implicación más directa y eficaz de las administraciones municipales en el desarrollo y el progreso de sus áreas de influencia.

Como señalaba, la transición en la organización de las administraciones públicas debe llevar pareja un profundo cambio en su gestión. Hoy es imprescindible establecer modelos de gestión presididos por la austeridad y la eficiencia. En todos los niveles de las administraciones. Los presupuestos públicos tienen que ser un ejemplo de contención del gasto, de responsabilidad para afrontar sólo aquello que puedan pagar y tienen que responder a la máxima de hacer más, mucho más, con menos, con mucho menos. Pero la sociedad tiene que aceptar esa austeridad y eficiencia que demanda ajustando sus exigencias a ellas. Y pongo un ejemplo: Oviedo tiene el tamaño de un distrito de Madrid, y cuando en éste hay una o dos piscinas, uno o dos polideportivos, aquí tenemos una instalación de estas características en cada barrio y en alguno los vecinos demandan más porque la que hay está a 300 metros de su casa? Y nadie tiene en cuenta que el mantenimiento de un polideportivo con piscina supera los 600.000 euros al año?

Y donde más necesario es aún un cambio en la gestión es en la Administración autonómica. Un cambio que afecta no ya a lo evidente (evitar todo gasto superfluo imponiendo los principios de austeridad y eficiencia), sino también a las políticas que debe impulsar; políticas que tienen que ser generales, integradoras y complementarias para toda la región. Quien puede y debe combatir el localismo es la Administración autonómica; quien puede y debe establecer políticas de desarrollo común, es la Administración autonómica; quien puede y debe tener la consistencia y la capacidad política necesarias para reivindicar y conseguir concluir las infraestructuras imprescindibles para romper nuestro aislamiento geográfico, es la Administración autonómica; quien puede y debe fomentar, liderar e impulsar actuaciones que faciliten el desarrollo de los sectores económicos locales con una visión de interés regional, es la Administración autonómica; quien puede y debe contribuir a que los municipios no asuman responsabilidades económicas que no les competen, es la Administración autonómica. Y la realidad es que, hasta ahora, ha hecho justo lo contrario, agudizando los localismos, incrementando nuestra marginalidad con planteamientos políticos basados en la mera confrontación, mostrándose incapaz de promover iniciativas de carácter regional que aprovechen los recursos de cada concejo, trasladando a los municipios la obligación de cubrir servicios que no les corresponden y que incrementan su gasto corriente ahogando sus presupuestos (escuelas infantiles, seguridad, educación, consorcio de transporte, etcétera)?

Que las administraciones públicas asuman esta transición necesaria es trascendental porque con ello van a conseguir ser una referencia ante la propia sociedad del camino a seguir. Y su transición, y la transición política y social, puede ser determinante para que también realice un cambio necesario el sector empresarial y económico asturiano. Tenemos una buena base industrial, pero es imprescindible que creemos cauces para favorecer la incorporación de emprendedores que desarrollen nuevos sectores, que aporten el valor añadido de la innovación y la investigación y que generen una dinámica de actividad más independiente de los poderes públicos y más orientada a competir en el mundo globalizado en el que tenemos que trabajar para encontrar nuestro futuro.

Hoy todo parece reducirse a una cuestión de confianza. Y los asturianos tenemos que concienciarnos de que podemos confiar en nosotros mismos, pero no por razones históricas de viejas glorias, sino por las capacidades nuevas que atesoramos y de las que son buen ejemplo los 630 paisanos que integran Compromiso Asturias XXI: triunfadores en sus profesiones por el mundo y que, pese a todo, pese a que les resulte incomprensible desde su experiencia universalista que aquí estemos como estamos siendo incapaces de definir un Gobierno frente al desgobierno de la falsa nostalgia, incapaces de definir una estrategia de supervivencia ante al abismo que nos amenaza, pese a todo, siguen pensando en su tierra y comprometiéndose con Asturias.