Buñuel y Lorca.

«Mi abuelo paterno, Emilio González Alonso, fue constructor, maestro de obras titulado por la Escuela de San Fernando, e hizo bastantes obras por la zona de Cangas de Onís, su tierra. Se casó con una hidalga campesina, Petra Pérez, de buena familia de propietarios un poco venida a menos. De ellos nacen cinco hijos, entre ellos mi padre, Emilio Antonio González-Capitel Pérez, o Antón Capitel, sobrenombre que yo heredé con el tiempo. Por parte de mi madre, Celia, sus padres fueron Lamberto Martínez Franco, que no era de Cangas, sino que fue allí de jovencito porque era cuñado de un juez y se casó con mi abuela, Celia Junco, que al parecer era la más guapa de Cangas. Este abuelo, que era un señorito avispado, con algo de beneficio y poco oficio, murió prematuramente, de tuberculosis. Volviendo a mi padre, él tuvo la fortuna de contar con un padrino, Francisco Beceña, que fue catedrático de Derecho de la Universidad de Oviedo y perteneció a la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y que lo trajo a Madrid, a la Residencia de Estudiantes de la calle del Pinar, para que estudiara el Bachillerato Superior. Hizo aquí amigos muy importantes, por ejemplo, y sobre todo, Luis Buñuel, pero también tuvo trato con Dalí y Lorca, y a este último lo llevó a Cangas en los años de la República para presentar su teatro ambulante "La Barraca". Y luego fue compañero y muy amigo de los asturianos Paulino Vicente, el pintor, y Ángel Muñiz Toca, el músico».

Ingeniería de Construcción.

«Mi padre había nacido en 1904, y a la Residencia debió de venir hacia 1918. A la vez que el Bachillerato hizo la carrera de aparejador, recomendado por su padrino, para poder regresar a Cangas de Onís y que su padre le dejara hacer Bellas Artes, que era el deseo de mi padre. Pero su padre no le dejaba, porque "se iba a morir de hambre" y todas esas cosas. Entonces, su padrino le ayuda a solicitar una beca de la Junta de Ampliación de Estudios y mi padre se va a París, donde estudia Ingeniería de Construcción en vez de Arquitectura, que era su intención inicial, pero se encontró con que la Facultad parisina no tenía buena fama en aquel tiempo, que era la época de la modernidad. Entonces le aconsejaron que estudiara Ingeniería de Construcción. A París había marchado hacia 1921 y volvió con su carrera terminada a Cangas en 1926, cuando su padre fallece. Se hizo cargo de la empresa de construcción de su padre, pero en seguida la liquidó; no le apetecía nada ser constructor y se lo montó de profesional liberal. Fue profesor de Dibujo de la Escuela de Trabajo y cuando estalló la Guerra Civil los rojos de Cangas, que eran muy radicales y una conjunción de socialistas y anarquistas, lo nombraron director del centro porque el anterior, que era de derechas, había huido».

Destacamento falangista.

«Mi padre era republicano, pero esto que voy a contar parece un poco peliculero porque acabó siendo falangista. Tal vez por lo radical que fue la Guerra Civil en Asturias, o por otros motivos, él se enemistó con los rojos que le habían dado ese cargo y que en principio eran amigos suyos y vecinos de Cangas. Nunca lo quiso contar en detalle, pero yo creo que lo que pasó es que criticaba en público, en los bares, que si los rojos habían hecho esto o lo otro, y entonces se enfadaron con él y le dijeron que tenía que pasarse al otro bando, que ya no era de los suyos. Claro, mi padre no quería, pero al final le obligaron a pasarse y acabo cayendo en un destacamento falangista que estaba estacionado en León, donde no había guerra. Pero más tarde, cuando llegaron los nacionales para atacar Asturias, entró una columna por Riaño y absorbió al destacamento falangista. Y al llegar a Cangas, después de la batalla del lugar, que mi padre vivió, el comandante de ese batallón que había entrado por Riaño mandó llamar y dijo: "Había entre esos de León uno de aquí, de Cangas, que tenía carrera; que se presente". Va mi padre y el comandante le nombra alcalde y jefe de Falange Cangas. Mi padre, que era un artista y que de político tenía muy poco, o nada, y que no sabía muy bien a qué ideología pertenecía, se encuentra de alcalde en 1937. Nombra teniente de alcalde a Gerardo Zaragoza, el escultor, que era muy amigo suyo, y gobiernan en Cangas durante diez años, hasta 1947, el año en el que yo nací (el 22 de mayo, o sea, que acabo de cumplir 65 años). Yo creo que esto de mi padre y Gerardo Zaragoza fue una fortuna para mi pueblo, porque lo hicieron todo: reconstruyeron el puente que había caído en la guerra, hicieron la nueva capilla de Santa Cruz, que también había caído, promovieron excavaciones en Santa Eulalia de Abamia, procuraron la reconstrucción de Covadonga, reconstruyeron el propio pueblo, que en la batalla había sufrido muchísimo, crearon la Fiesta del Pastor, la Feria del Ganado, redactaron las ordenanzas municipales, fundaron la biblioteca municipal y, en definitiva, creyeron en lo que estaban haciendo. Luego, ya un poco mayores, se vieron más desengañados. En esa etapa fue ayudante y aparejador del arquitecto restaurador Luis Menéndez-Pidal en la reconstrucción del "puente romano" y de la cueva de Covadonga. De hecho, fue aparejador de Covadonga de 1929 a 1972, año de su fallecimiento, en Madrid».

Socio de García-Lomas.

«Así que fue republicano, pero a raíz de la guerra acabó de falangista y se lo creyó bastante, pero luego, ya desengañado, nunca fue un franquista al uso. Era terco y, aunque más o menos siguió siendo franquista, no se aprovechó del régimen y no tuvo ningún rasgo franquista típico. Pero, como ya digo que era terco y poco convencional, acabó plantándose ahí, como no queriendo dar su brazo a torcer. Mi padre trabajó en Regiones Devastadas y luego pasó a ser el primer director técnico de la empresa Sedes, creada en los años cuarenta por la Diputación de Oviedo, cuando era su presidente Jesús Quintana. Ahí estuvo trabajando hasta que en 1955 un arquitecto amigo suyo le propuso venir a Madrid para trabajar juntos. Mis padres se habían casado después de la guerra y tuvieron cinco hijos: Celia, Antón, Rosa, Lamberto y Emilio; vivimos los cinco. De joven, mi madre había querido trabajar, pero no la dejaron hacer carrera en su familia porque quería ser médico y no había Facultad de Medicina en Oviedo. Y al final fue señora de su casa, pero bastante culta, porque mi padre lo era y junto a él fue muy aficionada a la lectura, al buen cine y al teatro. Así que nos vinimos a Madrid en 1955, cuando mi padre decidió vivir una aventura profesional nueva, colocándose con un compañero a compartir estudio. Éste era Javier García-Lomas, hermano de Miguel Ángel, que fue alcalde de Madrid, director general de Arquitectura y muy político. Mi padre había sido medio discípulo del padre de ambos, el arquitecto Miguel García-Lomas, que tiene obras importantes en Asturias y en Madrid. Éste había sido amigo de mi abuelo, el maestro de obras, porque era su constructor en la zona. Así que mi padre fue como medio discípulo de él y acabó siendo socio de su hijo Javier, que era más joven que mi padre, pero no mucho más. Y de ahí viene precisamente que, siendo Javier el arquitecto de Covadonga, mi padre fuera su socio en el real sitio durante tantos años».

Fachadas como cuadros.

«Al llegar a Madrid comencé a estudiar en el Instituto Ramiro de Maeztu, que era el sucesor franquista del Instituto Escuela. Mi padre tenía cierta confianza en eso porque era como sucesor del ILE, pero en el franquismo. Era un instituto muy bueno entonces y recuerdo algunos catedráticos como Royo, de Matemáticas; Jaime Oliver, de Literatura, y Manuel Vindán, de Filosofía (que era cura). Como el curso acababa a finales de mayo, para San Antonio, las fiestas de Cangas, ya me iba para allá, donde seguían viviendo mis abuelos y mis tíos. Solía irme el primero y después iba yendo el resto de la familia, y mi padre, en agosto. Así que me tiraba cuatro meses en Cangas, hasta primeros de octubre, que empezaba otra vez el Ramiro. El verano después de acabar el Preuniversitario, cuando iba a ingresar en octubre en la Escuela de Arquitectura, pasé unos días en Gijón, que yo conocía muy por encima. Y fue entonces cuando conocí la Universidad Laboral. Era 1964 y yo tenía 17 años. No tenía ni idea de arquitectura, pero aquel edificio me impresionó mucho, y cuando entré en la Escuela me encontré con que el señor que había hecho aquel edificio, Luis Moya, era el director de la Escuela, lo cual resultó bastante extraordinario para mí. Llegué a los estudios de Arquitectura pese a que mi padre desconfiaba un poco de que yo fuera arquitecto, entre otras cosas porque desconfiaba de los arquitectos y de la profesión. Él no era arquitecto y no quería que yo lo fuera, pero le fui convenciendo y me metió a dibujar con Gerardo Zaragoza, el escultor, que era un profesor de dibujo extraordinario. Empecé con él a los 15 años, de modo que cuando ingresé en la Escuela ya llevaba dos años dibujando estatuas, como a la antigua, aunque ya no existían todas aquellas pruebas de dibujo para el ingreso. Pero la vocación arquitectónica me viene de mi padre, de verle dibujar, porque él estaba todo el día trabajando en arquitectura y dibujaba extraordinariamente bien. Yo le veía hacer la fachada de un edificio y me quedaba allí colgado, observándole, porque el dibujo de la fachada era un cuadro impresionante. Y la verdad es que desde crío, desde los 11 o los 12 años, yo ya decía lo de ser arquitecto, y por contagio, supongo. Sin embargo, tardé tiempo en saber que él no era arquitecto, sino aparejador e "ingeniero francés"».

Jefferson en 10 minutos.

«Tardé dos años en hacer el primer curso de Arquitectura, porque era muy duro en asignaturas como Dibujo, y recuerdo que durante aquel segundo año en la Escuela vino un norteamericano a dar una conferencia sobre Thomas Jefferson, tercer presidente de EE UU y arquitecto. Moya, como director, presentó al conferenciante y me impresionó que en 10 minutos contó perfectamente quién era Jefferson. Coincidió entonces que a Paulino Vicente, ya digo que muy amigo de mi padre, le organizaron una exposición antológica muy bonita en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Paulino fue a Madrid y se alojó en la antigua Residencia de Estudiantes, que era entonces residencia del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), pero iba todas las tardes a mi casa y luego se iba un rato con mi padre a la exposición. Un día estaban en casa hablando: los dos eran bastante salados y ocurrentes, y muy cultos, y yo me quedaba a escucharles. Paulino dijo no sé qué sobre Moya y cuando hicieron una pausa para tomar un poco de queso y vino dije: "Pero padre, este Luis Moya, que es el director de la Escuela, ¿quién es?". Yo estaba intrigado con ese personaje y fue cuando mi padre me dijo: "Luis Moya es una arquitecto español muy importante, pero eso no se puede entender ahora". Se conoce que archivé en la mente aquello. Me tocó una Escuela de Arquitectura no muy buena, la verdad, pero tuve algunos profesores interesantes. Fui discípulo de Fernández Alba, de Carvajal, de Juan Daniel Fullaondo y de Rafael Moneo, y también de dos urbanistas muy interesantes: Eduardo Mangada, que fue consejero de Ordenación del Territorio de Madrid, y de su socio Carlos Ferrán. No había mucho más de bueno. Luis Moya, sí, pero andaba por el plan antiguo de estudios. Tuve compañeros ilustres, como Antonio Cruz y Antonio Ortiz, arquitectos sevillanos muy importantes; o Paco Partearroyo, que fue mi socio y que ha sido el que ha rehabilitado en Madrid el teatro Real y el edificio de Correos para Ayuntamiento; o Nieves Ruiz y Fernando Nanclares, que están en Asturias. No tuve la fortuna de tener a Sainz de Oiza de profesor, pero sí tuve mucho trato y bastante amistad con él cuando fui profesor. Alba, Carbajal, Fullaondo y Moneo eran arquitectos punteros y, por fortuna, eran los profesores de las asignaturas de Proyectos, las más importante, junto con Urbanismo».

Moneo, un sabio a los 31.

«No fui muy activo políticamente, porque era más ácrata que rojo. En cuarto curso, que fue el de 1968-69, es cuando se armó más barullo en la Universidad con los ecos del Mayo francés. Ese año fue tremendo y no hicimos nada más que la revolución. Pero nosotros éramos de un sector poco convencional, ni del Partido Comunista (PC), ni rojos corrientes, sino más bien ácratas y culturalistas. Al decir nosotros hablo de Nanclares, de Nieves, de Partearroyo? Vivimos todo esto, la oposición al franquismo, pero significándonos poco políticamente, porque, además, en el antifranquismo cuando no eras del PC ya se despistaban, ya no sabían entrar en otros entresijos. Tuvimos líos en la Escuela, sobre todo en ese cuarto año, cuando a partir de primavera se declaró el Estado de excepción, con Carrero Blanco en el Gobierno. Entonces la Escuela se congeló y había que andar con pies de plomo con la Policía dentro. También con la Escuela hicimos algunos viajes: conocimos diversos lugares de España, fuimos a Roma, y en tercero viajamos por nuestra cuenta a Francia. Y con Moneo visitamos París. Rafael Moneo tiene diez años más que yo; cuando era profesor nuestro contaba 31 años, muy joven, pero ya era muy sabio y un personaje muy respetado por inteligente. Era conocido en el mundillo profesional, pero no había hecho todavía la ampliación de Bankinter, aquí, en Madrid, que fue el proyecto que le dio más fuerza profesional, ya en el setenta y algo, cuando yo había acabado la carrera».

Arquitectura incierta.

«Terminé Arquitectura en 1971 y al mismo tiempo hice las prácticas de la mili como alférez, después de haber hecho las milicias universitarias en La Granja durante los veranos. En ese momento se convocan unas oposiciones a cátedra que fueron muy importantes en la Escuela de Madrid. Fernández Alba, que había sido profesor mío, pero como encargado de cátedra, las obtuvo para Madrid, y Rafael Moneo fue catedrático para Barcelona. Aunque Moneo había sido la persona más brillante en las oposiciones, era más joven y Fernández Alba tenía más méritos. Moneo no tuvo más remedio que ir a Barcelona, cosa que le vino muy bien a él y, sobre todo, a Barcelona, porque a los barceloneses, que son un tanto narcisistas, Moneo les sacó adelante la Escuela enterita. Y es más: fueron los viejos profesores franquistas de la Escuela de Madrid los que, adrede, destinaron a Moneo a Barcelona. La arquitectura española a finales de los sesenta y comienzos de los setenta estaba en un momento bastante incierto. Por ejemplo, en 1971 se convoca el concurso restringido para el Banco de Bilbao, que lo gana Sainz de Oiza, pero ese edificio, el de AZCA, muy bueno, no lo veremos terminado hasta diez años después. Paco Oiza había hecho Torres Blancas en Madrid; se habían acabado hacia el año 1968 o 1969, pero se habían comenzado a principios los sesenta. O sea, que la arquitectura estaba al final del organicismo, que era Torres Blancas, y al comienzo de un nuevo mundo, que podía representar el Banco de Bilbao. Oiza era muy representativo de las dos cosas: lo que acababa y lo que empezaba. Y luego, dentro de esa nueva fase entra Moneo con la ampliación de Bankinter que ya he dicho, en La Castellana, que es proyecto del año 1970, pero cuya construcción dura hasta 1976. El arquitecto asturiano Casariego era de una generación un poco mayor, de la de Fernández Alba, y un poco más jóvenes que Oiza. Era un profesional bueno, pero no de los más considerados, como Alba, Oiza o De La Sota. Pero Casariego y Alas, su socio, empiezan a tener más reconocimiento y más fuerza años después, cuando se vio que su obra era muy potente, aunque no tan vanguardista. Y el también asturiano Vaquero Palacios era de la edad de Moya, de una generación muy anterior, y era entonces más conocido como pintor que como arquitecto. Los edificios importantes de Vaquero están en Asturias. Y su hijo, Vaquero Turcios, era un artista muy conocido en el Madrid de entonces, por su gran número de murales y porque ganaba concursos frecuentemente, como el del mural para el teatro Real, cuando se hizo la reforma para sala de conciertos, antes de la reforma posterior».

Llamada de Alba.

«Después de 1971 tuve la gran fortuna de que Antonio Fernández Alba, que, ya digo, había ganado la cátedra de Elementos de Composición (una cosa de nombre así, muy antiguo, pero que quiere decir introducción a proyectos), me llama para ser profesor. A mí me extrañó muchísimo que me llamara y lo dudé, y recuerdo que se lo consulté a mi padre, que era muy escéptico con la profesión de arquitecto. "Pues chico, si te llama Fernández Alba y además ganas un sueldete, yo es que ni lo dudaba". Con lo cual le hice caso y me metí en la Escuela, hasta hoy. Fernández Alba es uno de los protagonistas de aquel tiempo. Cuando el estilo internacional entra en España, ya cuando se acaba la tontería del historicismo franquista (digo una tontería porque, quitando a Moya, todo lo demás vale poco), digo que cuando entra ese racionalismo Fernández Alba es un protagonista del revisionismo posterior a ese racionalismo, de lo que se llamó el organicismo, o sea, el seguimiento de arquitectos nórdicos como Alvar Aalto. Es un paso de tuerca importante que se da en la arquitectura moderna española y que es el que finalmente acaba desembocado en cosas como Torres Blancas. Dentro de esa tendencia de Alba está Oiza, y también Moneo».

Arquitectura franquista.

«Si querías hacer la carrera académica, ello suponía hacer el doctorado. Yo veía que efectivamente mi padre tenía razón en que la profesión era bastante canalla y además en aquellos años, con la primera crisis del petróleo, no se hacía nada en España ni se convocaban concursos. Hacia el año 1974 o 1975 pensé que tenía que realizar la tesis y que lo mejor era hacer la carrera académica. Hice los cursos de doctorado y como yo estaba en la Escuela era fácil realizarlos. Para cursar una asignatura de doctorado, que era con un catedrático de Dibujo Técnico, Julio Vidaurre, y que hacíamos juntos Paco Partearroyo y yo (que a la vez era mi socio en el estudio, con Fernando y Nieves, donde trabajábamos algo para Asturias), le propuse a Paco hacer un trabajo sobre la Universidad Laboral de Gijón "que seguro que a Julio le divierte mucho porque es una cosa original". Y añadí: "No te preocupes, que tú haces las fotos y yo el texto". Él era muy buen fotógrafo y se arrugaba algo con escribir. Y efectivamente hicimos ese trabajo: Julio quedó efectivamente encantado y nos puso notable. En eso había llegado a la Escuela Carlos Sambricio, un historiador que había empezado Arquitectura y que lo dejó para hacerse doctor en Historia del Arte. Nos conocíamos y éramos amiguetes, y entonces se enteró de que yo había hecho ese trabajo sobre la Universidad Laboral. "¡Huy!, esto es importantísimo; tienes que escribir un artículo porque nos lo va a publicar Salvador Tarragó", que era un catalán que tenía una revista llamada "2C Construcción de la Ciudad". Él estaba haciendo una cosa sobre la arquitectura falangista, y "esto de la arquitectura del franquismo está abandonado y nadie hace estudios", me decía Sambricio. Lo hicimos, pero Salvador Tarragó no se atrevió a publicarlo porque le pareció que, aunque a él le interesaba mucho, le iban a criticar por todas partes».

Una tesis no sencilla.

«Como yo ya había escrito el artículo, se me ocurrió ofrecérselo a Rafael Moneo, que estaba en "Arquitecturas Bis", otra revista de Barcelona mucho más prestigiosa. Moneo estaba en ella como catedrático, junto a Oriol Bohigas y otros. Moneo se llevó el artículo a Barcelona y se armó un poco de barullo, porque hubo quien dijo: "¡Pues sólo faltaría que hubiera que publicar cosas sobre arquitectura franquista!". Pero luego, Federico Correa, un arquitecto muy importante, muy amigo de Oriol, terció en el asunto y dijo: "Ese edificio es magnífico y esto hay que publicarlo". Y gracias a Correa se solucionó el problema. Moneo llegó un poco nervioso porque se había peleado con los de la revista, pero me dijo: "Bueno, Antón, tienes que redactarlo de manera definitiva y se va a publicar". Esto fue en 1976 y a raíz de esa publicación yo ya me había hecho amiguete de Rafael Moneo y un día, yendo a verle, me dijo: "Oye, y tú que tienes que hacer una tesis, ¿por qué no la haces sobre Luis Moya". "Hombre, estupendo; si tú me la diriges yo me atrevo a hacerla, porque no es una cosa sencilla". "No lo es en absoluto, pero creo que la deberías hacer", insistió él. La acabé en 1979».

Segunda entrega, mañana, lunes: Moya no se lo cree