Alfonso II sucedió en el trono a Vermudo I tras la renuncia de éste. Fue ungido rey el 14 de septiembre de 791, dando inicio a un largo reinado, hasta 842, de 51 años, 5 meses y 16 días, según la "Nómina" de los reyes asturianos. Consolidó definitivamente el Reino de Asturias, tras superar duras pruebas en todos los órdenes. Su propia trayectoria vital es un claro exponente de esas dificultades.

Hijo de Fruela I y de la vasca Munia, Alfonso nació en Oviedo en torno al año 760. Siendo niño, en 768, su padre fue asesinado en Cangas de Onís, tras lo cual fue llevado al monasterio de Samos, en la montaña lucense, para ser educado y alejado del peligro que entrañaba en aquellos momentos la corte de Cangas de Onís. Regresó al acceder al trono Silo, casado con su tía Adosinda, con la que no tuvo ningún hijo, por lo que ofreció a su sobrino todo el apoyo.

A la muerte de Silo, ocurrida en 783, fue colocado en el trono por Adosinda y todos los magnates del palacio y depuesto "tiránicamente" por su tío Mauregato. Buscó refugio entonces en Álava, entre los parientes de su madre. La derrota de Vermudo I en la batalla de Burbia le abrió de nuevo el camino al trono. No cesaron, sin embargo, las dificultades y asechanzas. La "Crónica Albeldense" cuenta que en el año undécimo de su reinado (en 802 u 803) fue expulsado otra vez del trono y recluido en el monasterio de "Abelania", nombre latino que concuerda bien con Ablaña, localidad del concejo de Mieres. De su encierro monástico "fue sacado por un cierto Teuda y por otros leales, y repuesto en Oviedo, en la cumbre del reino", según relata la "Albeldense", única crónica que cuenta este derrocamiento. Tras esta nueva expulsión del trono, hay que suponer estuvieron los miembros del linaje cántabro, sucesores de Vermudo I, que mantenían sus aspiraciones al trono y que nunca debieron cejar en su empeño.

En el orden externo, desde el inicio de su reinado, tuvo Alfonso que hacer frente a continuas acometidas musulmanas, pues superados los problemas internos en el emirato de Córdoba, regido por Hixem I, casi no pasó un año sin que se realizara una campaña contra el norte peninsular. En 794, dos ejércitos mandados por los hermanos Ibn Mugait penetraron en la región de Álava y en Asturias. Abd al-Malik ibn Mugait llegó hasta Oviedo, que, según los cronistas árabes, ya era la capital del reino astur, y destruyó la ciudad y sus iglesias. A su regreso, engañados por un guía, según relata Ibn al-Athir, los árabes fueron sorprendidos y derrotados por Alfonso en Lutos (Los Lodos, lugar en el camino de La Mesa, parroquia de Villandás, en el concejo de Grado). Al año siguiente, 795, se repitió la campaña árabe sobre Asturias, esta vez al mando de Abd al-Karim ibn-Mugait, hermano del anterior, con el objetivo de atrapar al mismo rey asturiano. Alfonso II hizo levas en sus estados y recabó la ayuda de "los vascos y pueblos vecinos, normandos y otros", según el cronista árabe Ibn Adhari, esperando el ataque musulmán en territorio de León, en algún lugar próximo al puerto de La Mesa. Al no poder detener al ejército árabe, Alfonso emprendió la retirada hacia Asturias, eludiendo el choque frontal. Los musulmanes saquearon de nuevo Oviedo, pero Abd al-Karim fracasó en su intento de hacer prisionero a Alfonso y se retiró con sus tropas, siendo ésta la última vez que los árabes penetraron en territorio de Asturias.

Alfonso II replicó a estos ataques con una incursión victoriosa hasta Lisboa, adonde llegó con éxito en 798, en campaña de saqueo y castigo.

Las escasas noticias de las crónicas cristianas apenas permiten imaginar la gran actividad bélica sostenida por el reino cristiano astur, pero las fuentes árabes permiten reconstruir la intensa confrontación guerrera. Destacamos entre esas acciones la batalla de Wadi Arun, en 816, en la que Alfonso peleó al lado de Velasco de Pamplona. En 825, dos ejércitos árabes fueron derrotados por Alfonso II en Galicia, en Anceo (Pontevedra) y en Narón (Lugo).

A pesar del empuje ofensivo islámico, el reino astur demostró su capacidad de resistencia y mantuvo inamovibles sus fronteras, y aún tuvo iniciativa para pasar a la ofensiva, como el citado ataque a Lisboa, que se repitió contra otras zonas, al menos, en 809 y 839. Además de las dificultades exteriores, Alfonso II tuvo que hacer frente a lo largo de su reinado a otras cuestiones de orden interno, como la herejía adopcionista, sostenida por el obispo Elipando de Toledo, que ya venía de reinados anteriores. La postura intransigente y herética de Elipando debió propiciar una reacción antitoledana en la Iglesia asturiana y de todo el Norte, que fue aprovechada para independizar Asturias y todo el territorio bajo su dominio de la sede de Toledo, creando un obispado en la capital asturiana. Nada dicen de todo ello las crónicas de tiempos de Alfonso III, dominadas por la ideología visigótica, que presentaba a este rey como el heredero legítimo del reino visigodo de Toledo.

Tampoco cuentan las crónicas asturianas las relaciones de Alfonso II con el emperador Carlomagno. Sí lo hacen los anales franceses, que registran tres legaciones asturianas a la corte franca, en 796, 797 y 798, aunque pudo haber contactos previos propiciados por la herejía de Elipando, pues Carlomagno tomó parte muy activa en su condena y persecución. La coincidencia de esas fechas con las campañas de los hermanos Ibn Mugait parece apoyar la tesis de que Alfonso buscaba una alianza defensiva con los francos. Después de 800 ya no hay noticias de más contactos, coincidiendo esta fecha ahora con la del segundo derrocamiento de Alfonso.

Bajo su reinado tuvo lugar el descubrimiento de la supuesta tumba de Santiago en Compostela. Alfonso II mandó construir una primera iglesia, a la que hizo varias donaciones, y fue el primero en peregrinar hasta allí. Son unánimes las crónicas en señalar que Alfonso asentó su trono en Oviedo, ciudad en la que construyó varias iglesias, dedicadas al Salvador, a Santa María, a San Tirso y un palacio, además de otra iglesia y otro palacio a un estadio de la capital, en Santullano de los Prados. También donó a la Iglesia de Oviedo la Cruz de los Ángeles, en 808. La "Crónica Albeldense" dice también que "todo el ceremonial de los godos, tal como había sido en Toledo, lo restauró por entero en Oviedo, tanto en la iglesia como en el palacio". Esta afirmación ha dado lugar a diversas interpretaciones sobre el alcance y significado de esa restauración, que Sánchez-Albornoz bautizó como "neogoticismo".

Sin embargo, ninguna simpatía con los visigodos se aprecia en la donación que Alfonso II hizo en 812 a la Iglesia de Oviedo, uno de los pocos documentos contemporáneos de su reinado que se conservan, donde más bien se advierte su animadversión al reino de los godos y una exaltación de lo astur y lo cristiano. Quizás el cronista autor de la "Albeldense" sólo quiso dar a entender que Alfonso había llegado a un nivel de organización del "palacio" y de la "iglesia" similar al que había existido en Toledo.

Alfonso murió el 20 de marzo de 842. La "Sebastianense" remata el relato de su reinado con estas palabras: "Y así, tras haber llevado por cincuenta y dos años casta, sobria, inmaculada, piadosa y gloriosamente el gobierno del reino, amable para Dios y para los hombres, dejó marchar al cielo su glorioso espíritu".