La discriminación histórica de la mujer se manifiesta también claramente en el caso de las reinas del período de la Monarquía Asturiana. Frente a los trece monarcas que ocuparon el trono en los dos siglos de su vigencia, los textos más antiguos, las conocidas como "Crónicas asturianas", es decir, las dos versiones de la "Crónica de Alfonso III" (las llamadas "Rotense" y "Sebastianense" o "A Sebastián"), y la "Crónica Albeldense", sólo citan a tres reinas y lo hacen por su fundamental importancia en la transmisión de los derechos al trono.

Ermesinda, la hija del rey Pelayo, es la primera mujer a la que las llamadas "Crónicas asturianas" citan por su nombre. Éste aparece escrito como Ermesinda en la "Rotense", y Bermesinda, en la "Crónica Albeldense", quizás por un error de copia de un previo Hermesinda. Su mención se explica por la importancia que tuvo su matrimonio con Alfonso, hijo del duque de Cantabria Pedro, que constituye el primer ejemplo de enlace político en la Monarquía Asturiana. Según la "Crónica Albeldense", la unión de Ermesinda con Alfonso se había realizado "por iniciativa del propio Pelayo", sin duda para sellar una estrecha alianza entre los dos pueblos o comunidades vecinas. Ese matrimonio tuvo una importancia trascendental, pues legitimó el linaje descendiente del duque de Cantabria, Pedro, en la sucesión en el trono de Asturias, lo que fue facilitado por la prematura muerte de su cuñado Favila, que despejó el camino de Alfonso I al trono astur.

La "Sebastianense", considerada la versión más provisigótica de las tres crónicas, ignora a Ermesinda. Tras la muerte de Favila, dice el cronista, "le sucedió en el trono Alfonso, varón de gran valor, hijo del duque Pedro, descendiente del linaje de los reyes Leovigildo y Recaredo?". Dentro de la ideología neogoticista de recuperación del antiguo reino visigodo de Toledo, el enraizamiento de Alfonso con tan nobles reyes como Recaredo y Leovigildo, era una manera de afianzar y ratificar que Alfonso III, su descendiente, era el monarca elegido para conseguir la "reconquista" del reino perdido tras la invasión musulmana.

Ningún otro documento atestigua la existencia de Ermesinda, que fue la madre de tres hijos: Fruela, que reinó tras su padre, Wimara o Vimara, y Adosinda.

Un nuevo nombre de reina aparece en las crónicas en el reinado de Fruela I. Se trata de Munnia ("Sebastianense") o Munina ("Rotense"), a la que estos relatos califican de joven cautiva en la campaña que el rey astur emprendió contra los vascones, y a la que Fruela hizo su esposa. La "Sebastianense" se refiere a Munnia como "una muchachilla que era parte del botín de los vascones" y que el rey mandó que "se la reservaran para él"; "más adelante se unió a ella en regio matrimonio". Añaden que fue la madre del futuro rey Alfonso II. La "Albeldense" no la menciona.

El matrimonio de Fruela con la vascona Munnia fue otra unión política. Ignoramos sus orígenes familiares, pero no cabe duda de que debía ser hija de algún jefe local vascón. Cuando la "Rotense", menos ideologizada que la "Sebastianense", dice que Fruela "tomó de entre ellos (los vascones) a su esposa, de nombre Munina, de la que engendró a su hijo Alfonso", está dejando entrever que con esa unión Fruela selló un estrecha alianza entre vascones y astures por medio de los vínculos personales establecidos entre el linaje de Fruela y el de Munnia, que se trasmitió a su descendencia. Nepociano, del que sabemos que era pariente de Alfonso II y sucedió a éste a su muerte, fue apoyado en su enfrentamiento con Ramiro I por los vascones. Éstos, que no habían vuelto a protagonizar ninguna rebelión tras su sometimiento por Fruela, volvieron a levantarse contra Ordoño I, el hijo de Ramiro I, al comienzo de su reinado.

La tercera reina citada en las "Crónicas asturianas" es Adosinda, hija de Alfonso I y Ermesinda. Adosinda, hermana de Fruela I, es la que más protagonismo tiene en los relatos cronísticos, pues gracias a los derechos reales que ella poseía en cuanto hija y hermana de rey, pudo reinar su marido Silo. Es más, las dos versiones de la "Crónica de Alfonso III" ("Rotense" y "Sebastianense") la califican de reina. La "Rotense" afirma abiertamente que gracias a ella Silo se hizo con el trono. Dice así: "Tras su muerte (la del rey Aurelio), Silo tomó en matrimonio a la hija de Alfonso (Alfonso I) llamada Adosinda, por lo cual también se hizo con el trono". Y la "Sebastianense" también justifica el acceso de Silo al trono "por la razón de que había obtenido en matrimonio a Adosinda, hija del príncipe Alfonso". Incluso la "Crónica Albeldense", pese a su parquedad, también destaca el matrimonio de Silo con Adosinda. La diferencia con las otras dos crónicas es que sitúa éste durante el reinado de Aurelio, y no a su muerte como ellas. Dice así: "También en su tiempo (el reinado de Aurelio) Silo, el futuro rey, tomó por esposa a Adosinda, hermana del rey Fruela, con la que más tarde alcanzó el trono".

Volvió tener protagonismo Adosinda a la muerte de su marido Silo pues, según cuenta la "Rotense", éste "no engendró hijo alguno de Adosinda". La reina Adosinda volcó todo su afecto e interés político en su sobrino Alfonso, hijo de Fruela y Munnia, a quien rescató de su encierro en el lejano monasterio de Samos, en la montaña lucense, y trajo junto a ella a la corte de Pravia. Muerto Silo, la "reina Adosinda", junto con los magnates u oficiales de palacio, pusieron a su sobrino Alfonso "en el trono del reino paterno", según relatan las dos versiones de la "Crónica de Alfonso III". Mauregato se levantó tiránicamente y arrebató el trono a su sobrino Alfonso, que hubo de huir y buscar refugio entre los parientes de su madre en Álava.

A la reina viuda no le quedó otra alternativa que ingresar en un convento, seguramente presionada por su hermanastro Mauregato. El canon V del Concilio XIII de Toledo, de 683, había dispuesto que "muerto el príncipe nadie se atreva a casar con su viuda o unirse con ella adúlteramente", para "evitar la horrenda profanación del lecho real que resulta de que la esposa del rey difunto vuelva a casarse en seguida o se someta a la liviandad del príncipe sucesor", aunque no sabemos hasta qué punto esa disposición fue la determinante en la decisión de la reina viuda. Más o menos obligada a tomar los votos, su entrada en el convento debió de celebrarse con cierta pompa y asistencia de personalidades del mundo eclesiástico, pues a la ceremonia, celebrada el 26 de noviembre de 785, asistieron Eterio de Osma y Beato de Liébana, los debeladores de la herejía adopcionista sostenida por el arzobispo de Toledo Elipando, y el abad Fidel. Se sabe de esa presencia de personalidades eclesiásticas por la carta que Eterio y Beato dirigieron a Elipando, conocida como "Apologético", en la que respondían a otra anterior misiva enviada por el arzobispo toledano al citado abad Fidel. La iglesia de San Juan de Pravia se cree que pudo ser el centro monástico donde la ex reina ingresó.

De Ramiro I cuenta la "Crónica de Alfonso III" que al ocurrir la muerte de Alfonso II "se encontraba ausente en la provincia de Vardulia para tomar esposa". No da su nombre ni vuelve a mencionarla. Por la inscripción del ara de Santa María de Naranco, fechada en 848, se sabe que se llamaba Paterna. Debió ser su segunda mujer. De la primera, tuvo al menos a su hijo Ordoño, que le sucedió en el trono a su muerte. Del nombre de su primera esposa no hay más que referencias tardías en los textos de autores como Lucas, obispo de Tuy, y Rodrigo Jiménez de Rada, del primer tercio del siglo XIII, que la denominan Urraca, aunque ningún testimonio antiguo avale que ése fuera su nombre.

Del resto de reinas asturianas de estos siglos VIII y IX, lo poco que se conoce es a través de testimonios epigráficos o documentales, o por las interpolaciones que en la versión "Sebastianense" de la "Crónica de Alfonso III" introdujo nuestro obispo Pelayo de Oviedo, a comienzos del siglo XII. De ellas se hablará en el siguiente capítulo.

Las crónicas históricas sólo citan a Ermesinda, hija de Pelayo y esposa de Alfonso; a Munnia, casada con Fruela, y a Adosinda, consorte de Silo - A todas ellas

se alude por su papel crucial en la transmisión de derechos dinásticos